Una puerta discreta en el edificio lateral del laboratorio de la Agencia de Salud Pública de Barcelona situado en una zona ajardinada de la Avinguda de les Drassanes. Un letrero modesto indica que nos encontramos en el Centro de Atención Sociosanitaria (CAS) Baluard. Adentro, una enfermería y salas de tratamiento con otros profesionales sanitarios y sociales, salas de consumo inyectable y fumado y una sala calor-café donde los usuarios disponen de mesas para charlar y comer, duchas, un espacio donde dejar sus pertenencias y dónde realizan talleres diarios.

El objetivo de los CAS? Según Diego Arànega, psicólogo y coordinador de Baluard, la cartera de servicios de prestación y atención a drogodependencias de Barcelona procura y reclama que todos los servicios de drogodependencias tengan una parte de reducción de daños y una de tratamiento y que estas dos cojan un servicio de atención integral, que es lo que hace Baluard. “Tú como usuario empiezas un inicio de tratamiento bajo y vas evolucionando. No todo va destinado a avanzar ni hay el resultado finalista del tratamiento como abstinencia entendida”, explica Arànega. Cómo él mismo especifica, “a veces la abstinencia extrema es el consumo extremo y no todo es blanco ni es negro. Hay que ver todo el espectro para ver las necesidades y quizás reducir el consumo muy bestia para normalizar otros aspectos de la vida ya es suficiente para que alguien encuentre una mejora o una estabilidad”.

Como producir estos cambios sin eliminar el consumo drásticamente tiene un nombre: reducción de daños. Este tipo de proyectos hace años que existen pero a menudo son invisibilizados o desconocidos por la sociedad. Con el cambio de emplazamiento del CAS Baluard el pasado octubre, Arànega y el director cinematográfico José González Morandi, quien ya a través de dos películas documental ha relatado las drogodependencias en Barcelona, tuvieron la idea de hacer el seguimiento del trabajo profesional del Centro.

José González Morandi,, director del documental, i Diego Arànega, coordinador del CAS Baluard / Carla Benito

Para González Morandi, la idea del documental, que coge el nombre del centro, es mostrar unos profesionales que están haciendo un “trabajo indispensable y que responde a una cuestión ética y de derechos humanos”. González Morandi acusa al sistema en el que vivimos de la gravedad en la que se encuentran las personas: “cómo se gestiona el conflicto, el consumo, el amor… hay gente que tiene déficits para gestionar nada porque vivimos en una sociedad competitiva y no inclusiva. Esta gente tiene unos derechos como seres humanos y el estado tiene que dar respuesta a que esta gente no pueda desarrollar su vida de una manera digna. El estado tiene los recursos y la obligación de dar respuesta a este problema”.

Reducción de daños para la mejora biopsicosocial

Cuando una persona con drogodependencia cruza las puertas de Baluard se le hace un cribaje inicial sociosanitario. Se define si es mayor de edad y consumidor de drogas en activo por vías problemáticas, si toma sustancias psicoactivas sin finalidad terapéutica ni uso hospitalario.

Lo atiende primero el educador social que le hace una primera entrevista, a veces con un sanitario que normalmente procede de enfermería y después se le asigna un trabajador social de turno y un sanitario referente. Estas personas vehicularán el proceso del usuario. Tendrá una anamnesis de tratamiento, se le ofrecerán pruebas rápidas de VIH, tuberculosis, analíticas de sangre… “cualquier demanda que se puede hacer en un espacio de salud sanitario se hace aquí porque el usuario vea de qué estado de salud parte”, explica Arànega.

A partir del cribaje multidisciplinar desde una perspectiva biopsicosocial se hace el abordaje dependiendo de las necesidades del usuario. “Es aquí donde se produce una interacción y empieza el engranaje de la reducción de daños: necesidades básicas, mejoras y por lo tanto evolución”.

Mientras en el primer piso se hace seguimiento de los tratamientos, en la planta principal los usuarios, que han recibido un código el primer día al pisar el centro, hacen uso de múltiples espacios. La zona de duchas y el día dedicado a la peluquería son una gran ayuda para muchos de ellos. También el tener acceso a diarios, revistas, juegos de mesa y comida para desayunar y merendar en la sala calor-café. Cada día pueden llegar a pasar por el centro unas 80-120-150 personas. La diferencia, según Arànega “depende del día, de la época del año, del mercado, de la presión policial, depende de infinidad de cosas”.

Sólo entrar, en un tipo de recepción, cualquier persona puede depositar jeringuillas usadas y coger un kit nuevo. Entrante, a través de la enfermería, se puede acceder a dos salas. Una de ellas de consumo inyectable donde hay seis cubículos individuales para que las usuarias puedan estar tranquilas. En cada mesa hay un kit totalmente nuevo para el uso. A la otra banda de la enfermería hay la sala de consumo fumado. Cuando un usuario quiere acceder para consumir, los profesionales del centro apuntan su código en unas tablas y añaden también qué sustancia es la que tomarán. Un trabajador del centro controla todo el rato las personas que están consumiendo por si alguna de ellas necesitara repentinamente una intervención sanitaria. Además disponen de pipas de vidrio para diferentes drogas que las prestan para que los usuarios evitan el uso de pipas de plástico u otros productos perjudiciales.

Kit d’ús per a consum injectable que els usuaris troben a cada cubicle / Carla Benito

En cuanto a los dos tipos de espacio, Arànega opina que quizás “el fumado es nuevo para la gente que no entiende la reducción de daños desde una vía que no es la inyectada” y, además, valora que “hay muchos usuarios que tienen verdaderas dificultades para consumir fumado a pesar de que la autonomía es mayor y es menos perjudicial y hay menos probabilidades de un daño emergente vinculado a la praxis inmediata: una sobredosis por ejemplo”. Las drogas que más se consumen y por este orden, según el coordinador del CAS, son cocaína, heroína, speed, en un 0,001 metamfetamina y otras sustancias psicoactivas. Hacer seguimiento de lo que se consume y las cantidades ayuda a trabajar la reducción de daños.

Cómo explican en la página de micromecenaje del documental, los dispositivos de Reducción de Daños surgen en Europa a finales de los años 80 como estrategia para responder a los problemas asociados al consumo, y especialmente a la elevada mortalidad por sobredosis y epidemia del VIH/Sida entre las personas usuarias de drogas por vía inyectada. En Catalunya la implementación de estas estrategias se produce ya en los 90. El objetivo deja de estar enfocado a la abstinencia (planteándola como opción), y se parte de la idea que muchas personas continuarán en el consumo. Se define pues, como todas aquellas “políticas, programas y prácticas orientadas principalmente a reducir las consecuencias adversas sanitarias, sociales y económicas derivadas del consumo de sustancias psicoactivas legales e ilegales, sin reducir necesariamente el consumo de drogas”.

Es un concepto que engloba tanto a la salud pública como a los derechos humanos. Una estrategia fuertemente arraigada al humanitarismo que rechaza todo tipo de discriminación, estereotipo y estigmatización de la persona consumidora, y que contrasta con las raíces basadas en la abstinencia como única opción.

El CAS Baluard compta amb una infermeria d’accés directe des de les sales de consum per a les necessitats dels usuaris / Carla Benito

‘Baluard’, el documental

“La idea era hacer la película sobre los profesionales porque los otros aspectos ya los he tratado”. González Morandi cerrará con este proyecto una trilogía documental que inició al 2004 con ‘Can Tunis’ que trataba los vendedores de droga y siguió con ‘Troll’ que trataba el consumo a través de una toxicómana que se llama Yolanda y que, además, hace años que es usuaria de Baluard. Ahora, ‘Baluard’ trata la cura.

“Me gusta mucho cómo dicen en Baluard que aquí se hace una gestión sobre los placeres y los perjuicios que provoca la droga, puesto que la droga provoca placer pero también conflicto y hay que saber gestionar esto”, opina González Morandi. “No quería pues hacer un retrato de un toxicómano porque ya lo he hecho sino que me interesaba mostrar como trabajan los equipos por la cura y la reducción de daños”, añade.

Sobre las dificultades para mostrar esto y moverse libremente, después de tantos años, González Morandi explica que ha normalizado este ambiente. “Estoy inmunizado además que soy muy respetuoso, tengo muy claro quien no quiere salir. También hay momentos en que no les puedes preguntar si quieren salir porque si están muy drogados o con mucho dolor no puedes hacerlo”, añade. Así, las estrategias de rodaje que ha usado han sido filmar la actuación del profesional y del usuario coger sólo manos y brazos, sin que se le vea la cara pero si que se escuche la voz del profesional que iba en todo momento con un micrófono. A los usuarios sí que los ha filmado en momentos positivos como por ejemplo el taller de peluquería o de boxeo pero explica que, dado que el documental va orientado a la reducción de daños, no quería “enseñar esta parte truculenta y morbosa del mundo de las drogas”.

Horaris d’activitats a la sala calor-cafè del CAS Baluard / Carla Benito

Ahora el documental, ya grabado, se encuentra a pocos días de cerrar un proceso de micromecenaje y pretende estrenarse en diciembre. Con la colaboración de la Agencia de Salud Pública de Barcelona, el productor principal de la película es la Asociación Bienestar y Desarrollo (ABD) y el Distrito de Ciutat Vella. El motivo de haber abierto aparte un proceso de micromecenaje es, en boca del director, dar respuesta al “problema del mundo cultural y del documental en este país: que no hay financiación”. El director del documental nos explica los dos modelos existentes en el mundo: el francés y el anglosajón. “El modelo francés entiende que, aunque sea deficitario, la cultura es la grandière de la France y vale la pena pagarla. Es un poco este caso: este documental no generará beneficios pero contribuirá a la memoria histórica de la ciudad de Barcelona. En Francia lo sacarían adelante porque quien tiene memoria tiene poder”, explica González Morandi.

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