Hoy cruzaremos relatos de dos desconocidos. A pocos metros de la Meridiana a su altura del metro de la Sagrera se encuentra el passatge de Coello. Del mismo sorprende su doble numeración, como si en algún momento la hubieran alterado. Lo cierto es que sigue la del carrer de Sant Antoni María Claret, pare Claret para los amigos, que desde el último tercio del siglo XIX se llamó Coello, quizá en honor al pintor madrileño, de ahí que el actual callejón adoptara una especie de continuidad con su hermana mayor, rebautizada en 1926 y mutante mientras duró el proceso de canonización del confesor de Isabel II, culminado en 1950, cuando la avenida cejó en su empeño de marear al transeúnte entre arzobispos, beatos y nuevas onomásticas.
Pare Claret es, en apariencia, una línea recta más bien anodina, otra arteria más de circulación para acercar la periferia al centro. Para mí gozó en la infancia de cierta condición fronteriza. Nunca la cruzaba. Más abajo no estaban los monstruos, pero sí se establecía un límite lingüístico y de clase más bien absurdo, quizá psicológico para la mayoría, como cuando en la parte superior te atrevías a traspasar Verge de Montserrat y accedías a otro mundo.
Pasado el tiempo sé que contiene muchos secretos de todo tipo, desde ser la dirección de García Márquez y Marsé hasta su trascendencia arquitectónica para entender la evolución de Barcelona durante los años del desarrollismo franquista. Con anterioridad al mismo se construyeron perlas como la Fábrica Costa Font, de Francesc Mitjans, con esa esquina circular para configurar una tangente de vías y sus legendarias chimeneas, al menos para sus residentes más cercanos.

Durante los sesenta Pare Claret se vio sacudida por la locura edilicia del barrio. Aquí cuando hay una espacio vacío debe llenarse, y eso hicieron muchos empresarios oportunistas y con poco criterio estético con las esquinas de la zona, repletas de esas casas con balcones en gradación acordéonica tan característicos.
Como podéis suponer el boom se debió a la consolidación de la clase media y a un desastre de planificación propio de esas décadas, cuando no se tenía en cuenta cierta armonía a la hora de edificar y aquí, ni más ni menos, es cuando irrumpe nuestro hombre.
En el número 112 de Sant Antoni Maria Claret damos con uno de los bloques de pisos más fascinantes de Barcelona. Para Lluís Permanyer es uno de sus máximos símbolos de fealdad; en mi caso no sé si ocurre como con la gente que ves repetidas veces en el autobús y con los días te parece más guapa, pero al transitar con frecuencia por sus alrededores y observarlo no me produce ninguna sensación de rechazo. Como es comprensible lo noto extraño, casi marciano en su prepotencia azul, precedida por unos bajos propulsores tanto en su forma como por la dureza del hormigón curvado para dar preponderancia a los pisos con balcones oculares con aire amenazante que se adelanta a su sostén. La siguiente descripción será distinta en función del narrador. Lo digo porque el conjunto da pie a múltiples interpretaciones y cada paseante puede ofrecer la suya sin temor a equivocarse.
El ventanal del balcón es un ojo acoplado a una superficie ondulante que bien podría recordar a la Pedrera, y en eso enlazaría con otro guiño, el de Toyo Ito y su edificio de apartamentos en passeig de Gràcia. La diferencia es que nuestro protagonista está hecho de gresite, esas piedritas del suelo de la piscina, y no se preocupa en esconder ventiladores, toldos rojos como si todos fueran del Barça y las ventanas de los apartamentos.

El autor de tamaña maravilla, con o sin ironía, fue Mario Catalán Nebot, de quien he recolectado poca información biográfica. Murió a los 44 años el 16 de mayo de 1973. El tórax azulado se inauguró tras su fallecimiento. Antes ideó una paranoia extraterrestre a lo Le Corbusier en Corbera de Llobregat y el inmueble Sol en Lloret de Mar, notorio desde mi punto de vista por su sempiterna balaustrada circular.
Más allá de Permanyer, quien detesta aún más otra creación de Catalán Nebot en el carrer València, la casa del 112 tiene muchos matices. En primer lugar es hija de una época muy concreta. Es hasta divertido ir por ciertos distritos de la ciudad y toparse con incongruencias basadas en mezclas de estilos súbitas e inesperadas. Por lo que concierne a las terrazas también podríamos relacionarlas con las de la casa Batlló, pero más bien quería comentar el impacto causado por emparejar, por ejemplo, Noucentisme con lo Posmoderno sin ningún tipo de rubor. Basta con caminar unos metros y localizar la Sedeta, una antigua fábrica textil de 1895 reconvertida en Centro Cultural que fue salvada por los vecinos de otro episodio de especulación inmobiliaria.
En segunda instancia el experimento de Catalán Nebot es único, y eso pueden decirlo muy pocos de su género. No deja indiferente, no admite imitaciones y debería integrar el patrimonio municipal por su indudable presencia, pues tras admirarlo o detestarlo nadie se ha declarado capaz de olvidar su esencia.


