En más de una ocasión siento una más que profunda soledad cuando me adentro por los pasajes del barrio de la Sagrada Familia. Los de su parte baja, ya lo mencionamos hace algunas semanas, cumplían una función de enlace y asimismo permitían una doble fachada en muchas viviendas. Si subimos más allá del templo veremos cómo su función de atajo se conjuga a las mil maravillas con la posibilidad de propiciar lugares relativamente alejados del mundanal ruido, oasis de paz muy poco frecuentados por el miedo barcelonés a perderse en las calles, como si hubiéramos perdido la capacidad de jugar en el mapa y aceptar la lógica de la cuadrícula, pues al fin y al cabo por mucho que la Basílica gaudiana de nombre a la zona no dejamos de transitar por el Eixample.
El passatge Centelles es una de sus perlas más desconocidas, tanto que en alguna ocasión me ha costado adentrarme en su interior, situado entre el carrer Provença y Dos de Maig. Su nombre figura en el nomenclátor desde principios del siglo XX. Antes se llamaba de Pujades, y uno tiende a pensar que el cambio de denominación se debió a su duplicidad con una calle del actual Poblenou. Es un camino estrecho y silencioso donde, en apariencia, nunca pasa nada ni nadie, y quizá por eso mismo se configuró en el sitio perfecto para ubicar una escuela.
Desde finales del Ochocientos el Ayuntamiento de Barcelona emprendió una serie de actividades para mejorar las atenciones educativas, higiénicas y asistenciales de la infancia al tiempo que apostaba por crear escuelas e introducir métodos pedagógicos innovadores. La época lo respiraba en toda Europa. En la capital catalana el gran pionero fue Francesc Ferrer i Guàrdia, siempre demasiado olvidado, con su Escuela Moderna de la calle Bailén, mixta, laica, con una igualdad de facto entre alumnado y docentes y un ideario que aún hoy en día rebosa modernidad a partir de una voluntad de considerar al niño como un ente dotado de inteligencia y dones para ampliar de modo ininterrumpido su conocimiento.

Entre los muchos problemas que afrontó la administración municipal dos eran fundamentales. El primero era el analfabetismo imperante. Las cifras de 1900 eran un canto a la desesperación. Si en España el porcentaje alcanzaba el 60%, en Catalunya la cifra alcanzaba casi a la mitad de la población, mientras en Barcelona un 30% no sabía leer ni escribir. El segundo elemento crítico eran las instalaciones, pésimas, tanto que muchos aún se sorprenden cuando se menciona la genialidad de Josep Goday y sus centros Noucentistes, pensados por y para los futuros adultos a partir de generar aulas adecuadas para desarrollar el aprendizaje, algo insólito hasta la fecha en nuestro territorio.
La obra de Goday corresponde a otro estado evolutivo, cuando la Mancomunitat pudo desarrollar sin trabas esa vocación de mejora. Antes esta correspondió al municipio, que para empezar consideró urgente construir escuelas en todos los barrios de la ciudad para paliar ese trágico déficit. Una de ellas se edificó en el passatge Centelles en 1906. Lo sabemos porque la fecha luce en su fachada, que complementa la información con el escudo de la urbe, por aquel entonces con el murciélago de Jaume I en su coronación. Un caminante atento se fijará en el conjunto por el moldeo sinuoso y espectral de las ventanas, verdaderas reinas de esa pieza constituida por una sola planta culminada en su parte superior con una barandilla calada llena de la típica decoración floral.
Su autor, según el inventario del Modernismo de Valentí Pons, es Jeroni F. Granell Manresa, uno de tantos secundarios del estilo catapultado al estrellato internacional por Antoni Gaudí y nuestros amados turistas japoneses. En los últimos años la figura de Granell ha gozado de ligera fortuna en los medios de comunicación por haberse recuperado, mediante una magnífica restauración, el inmueble de Padua 75, fechado en 1903 con una fachada policroma verdaderamente explosiva entre el verde pistacho y el burdeos predominante en los esgrafiados, la tribuna y el piso de arriba.

Mientras dure, pues sobrevive entre la cercana e incesante polución de General Mitre, merecerá un sinfín de parabienes que no deben disminuir el valor de su legado en otras partes de Barcelona, como por ejemplo en Gran Vía 582, donde la solución para conectar la forma de la puerta con las esculturas es una firma de primera magnitud también visible en el número 122 del carrer Girona, preciosa y definidora de su creador por su sencillez estética y la habilidad para transmitir con la arquitectura una sucesión de mensajes, pues el bloque estaba destinado a la clase obrera, lo que explica la absoluta ausencia de balcones, dándose como única licencia un portal de entrada con tintes fantasmagóricos, muy parecido en su terminación a las ventanas del centro escolar del passatge Centelles.
La labor pedagógica del Ayuntamiento tenía sus límites y, como siempre, se vio frenada por las disputas políticas. En 1908 el presupuesto municipal de Cultura fue el principio del fin de Solidaritat Catalana, agrupación de partidos de todo tipo y pelaje surgida tras los ataques del ejército en 1905 a las sedes del Cu-Cut! y La Veu de Catalunya, órgano periodístico de la Lliga Regionalista. La discusión de esas cuentas estuvo dominada por la mayoría republicana del consistorio, que propuso un revolucionario sistema basado en la neutralidad religiosa, una mayor presencia del catalán y la coeducación de niños y niñas.
Las protestas surgidas desde sectores conservadores hicieron que el alcalde Sanllehy renunciara, pero la idea quedó como base de futuros planteamientos progresistas y ese recuerdo, tan poco exprimido, debería servir a nuestros representantes para pensar en cómo se desprecia la educación porque no interesa formar ciudadanos. Nos quieren adocenados, asintiendo y en masa hacia una retahíla de preceptos perfectos para aborregarnos. Por eso ahora somos una sociedad de analfabetos funcionales. Hay obligatoriedad sí, pero no sirve porque quieren los libros de texto y la tarea docente como otro sector más de su campo de batalla, algo que la izquierda no quiere o no puede entender. Cuando pasen por el passatge Centelles, que contiene el preludio de una esperanza, mediten sobre este último párrafo y protesten. Sin buena formación para nuestros pequeños seguiremos perdidos entre banderas e inutilidades.


