El surgimiento del proyecto político de Barcelona en Comú fue una excepcionalidad. Que ganara las elecciones en 2015, también. Que ahora pueda volver a gobernar lo es una vez más … Pero vivimos tiempos de excepcionalidad por diferentes motivos y diría que se ha pensado poco. Quizás por ello, se tiende a analizar Barcelona en Comú como si fuera un partido tradicional y diría que hasta ahora no ha demostrado que lo sea.
En la tertulia de la mañana de Catalunya Ràdio del viernes 22 de mayo de 2015, justo antes de las elecciones municipales de hace cuatro años, había un acuerdo entre los directores de periódicos presentes y la responsable del programa: en Barcelona no había grandes problemas y era muy difícil generar interés mediático por la campaña. Estábamos en 2015 con graves crisis en diferentes ámbitos que aún continúan … Pero cada uno ve los problemas que le son cercanos, de los que tiene conciencia o que le interesan.
Se empezó a hablar de “nueva política”. Era una etiqueta para distinguir nuevos proyectos de los partidos políticos tradicionales. Esta etiqueta resultaba atractiva, vendedora, mucha gente buscaba alternativas. Hubo dos maneras de responder a esta amplia simpatía por la “nueva política”. Primera, intentar desprestigiar rápidamente estos nuevos proyectos con cualquier evidencia que pudiera servir para decir: “son como nosotros”, “son como todo el mundo”. Segunda manera, todo partido tradicional intentó mostrar que también era ‘nueva política’. También incorporaba elementos bien vistos por esta sociedad, que pedía otras maneras de hacer. En 2019 esto sigue pasando.
La “vieja nueva política” de Barcelona hizo que en el debate con Maragall, Colau dijera que ella buscaba que Collboni y Maragall miraran a su izquierda. Maragall, por su parte, decía que quería gobernar en solitario. Pero ya sabíamos que nadie podía gobernar en solitario. Lo que seguramente no podía ni imaginar Colau era la propuesta de Valls. Y por eso, cuando le preguntaron si aceptaría sus votos, me parece que no podía asumir la pregunta y aquello a lo que responde es que no hará acuerdos con este proyecto
Desde el 15-M y desde proyectos como Barcelona en Comú se dijo “no somos ni de derechas ni de izquierdas”. A diferencia de quien decía esto en décadas anteriores, y que solían ser de derechas, ahora quería decir otra cosa: aquellos proyectos políticos que se han presentado como “la izquierda” no han hecho políticas en todos estos años bastante coherentes con su denominación. “Nosotros establecemos claramente nuestros principios y venimos a ganar para aplicarlos sin voluntad de entrar en juegos parlamentarios tradicionales”.
Seguramente, esto explica la voluntad decidida de Barcelona en Común de continuar gobernando. La preferencia es clara, con ERC y PSC. Un encuentro que da estabilidad para hacer políticas acordadas y que permite superar las trincheras que nos bloquean desde hace años. Barcelona en Comú es un espacio que se mantiene plural y diverso, y puede pactar con estos dos mundos y buscar nuevos caminos para superar enfrentamientos. Esta también es una forma de hacer diferente, aunque haya quien lo quiera reducir a un ejercicio de equidistancia.
Este encuentro de ERC, PSC y Barcelona en Comú no parece posible ahora mismo por las declaraciones que escuchamos, pero no debe desaparecer del horizonte. Diría que en los tres proyectos hay quien lo tiene claro. Quizás necesita tiempo. ¿Cómo conseguirlo? ¿Cómo trabajar?
Más allá de lo que pase a la alcaldía de Barcelona y más allá de partidismos hay dos reflexiones que me parecen imprescindibles plantear si nos preocupa cómo hacemos política. Primera: sigue siendo necesario trabajar en estas otras maneras de hacer política, que no son patrimonio de nadie. Pienso que la “nueva política” no ha existido nunca y por eso no ha muerto. La “vieja nueva política” sí existe. Barcelona en Comú lo ha querido hacer vivir y llevarla a las instituciones y otros proyectos políticos también. Nuestra sociedad necesita estas maneras de hacer política. Y todo partido lo puede hacer.
Segunda reflexión. La hegemonía discursiva que han alcanzado la emergencia climática, el acceso a la vivienda, las discriminaciones de género … debe convertirse en cambios de políticas y resolución de estos retos. No tiene sentido que todo el mundo lo declare y luego no se haga. ¿Quién se quiere poner? Se ha conseguido llevar estas reivindicaciones de los márgenes al centro. Y no se ha hecho para que una vez en el centro no se apliquen y nos desmovilicen pensando que ya se han alcanzado. Esto no pasa sólo por un ayuntamiento, ni por un proyecto político.
Barcelona en Comú es un error del sistema. Un proyecto, seguramente, también con muchos errores que hay que analizar, también más allá del partidismo. Un error del sistema que ha conseguido cambiar la agenda, poner en el centro asuntos que eran negados o silenciados. Un error del sistema que ha conseguido llevar a las instituciones otras maneras de hacer política.
Desde la defensa de estas dos prácticas, el cambio de agenda y de la política institucional, que no deben ser propias de ningún partido, tal vez no hay que dejar de pensar la manera de que se encuentren las opciones políticas que quieran gobernar siguiendo estos criterios. Desde la defensa de estas dos prácticas, tal vez no hay que dejar de pensar también las limitaciones de la política institucional y cómo necesitamos una sociedad que se pueda organizar para hacer política de manera autónoma, sin depender de poderes como los partidos políticos o los medios de comunicación.


