“Esta es una investidura difícil: la complejidad del momento que vivimos se expresó en las urnas y también en este plenario. Barcelona nos interpela para salir de las zonas de confort y hacer lo necesario para hacer lo que necesita esta ciudad. Pero hoy no ha sido posible”, así se ha dirigido la, de nuevo, alcaldesa de Barcelona, que ha revalidado el cargo con el apoyo del PSC y los votos de Valls,” unos votos que no hemos ido a buscar y que nos incomodan”, dijo Colau, visiblemente afectada tras un pleno que ha estado lleno de hostilidades hacia la de los Comunes.

Las banderas republicanas y los gritos de ‘Sí se puede’ de hace cuatro años se han cambiado por los de “traidora”, que han resonado sobre todo cuando la reelegida alcaldesa ha aceptado el cargo. Muchas pancartas y gritos también de “absolución” en referencia a la sentencia del Juicio del Procés que se sabrá, previsiblemente, en los próximos meses y que podría poner en peligro la apuesta de los Comunes.
Estas pancartas, pues, han ondeado con más fuerza cuando Joaquim Forn, la persona con diferencia más aplaudida y apoyada por los asistentes -por encima, incluso, que Maragall-, se ha levantado para votar y para hacer su parlamento. Un apoyo ensordecedor al político preso que contrastó con los gritos, silbidos y pitadas que han hecho imposible seguir el discurso de Valls en la Plaza, que ha seguido a Forn en su intervención.

Sobre las zonas de confort y políticas valientes
Todo este clima representaba la culminación de unos días en los que la tensión no ha parado de aumentar: era sabido que ERC y Barcelona en Comú llevaban tiempo planeando un acuerdo para gobernar el Ayuntamiento de Barcelona en base a una proximidad programática demostrada, en parte, durante los últimos cuatro años en el Consistorio. Pero tanto los resultados electorales, donde los comunes sacaron un mejor resultado de lo que seguramente esperaban, como la aparición crucial de Manuel Valls, que se ofrecía a regalarles los votos para frenar la llegada del independentismo, lo cambiaba todo.
Después de esto, ERC ha ido aumentando el ataque a los comunes de manera paulatina: al ver que la seducción no era suficiente para hacer cambiar de parecer a Colau, se ha ido incrementando la intensidad hasta llegar al insulto definitivo en la época del procesismo: “traición”. Así, en poco más de tres semanas, la relación entre Bcomú y ERC ha pasado de supuestos hermanos de lucha, a primos lejanos, a rivales eternos. Un clima forzado, artificial, y espurio.

Si a esto se le suma el apoyo de Valls, se genera el cocktail perfecto para generar una fractura interna. Los comunes, conscientes de este peligro, acudían a militancia en un ejercicio de democracia interna, que servía también a modo exculpatorio de los “pecados” que cometerían. Pero la militancia (o, al menos, los que votaron) no tenían el mismo dilema que se les adjudicaba desde fuera. Querían ver Colau como Alcaldesa cuatro años más, y finalmente así será.
Pero los tiempos de batir las alas como un pavo real se han acabado. La única opción que hay, por pura aritmética de que Barcelona haga políticas concretas de izquierdas, pasa por un cierto entendimiento entre pico-PSC-ERC. En este sentido, ERC tiene una gran responsabilidad a partir de ahora: si se dedica a vetar sistemáticamente las propuestas que salgan de Colau para desgastar y sacar rédito político en actuación – forzada, artificial y espuria – pondrán en peligro algo mucho más importante que los intereses partidistas. Es la vida de dos milliones de personas lo que está en juego.


