Esta Historia ocurre en un lugar pero tienes muchos mapas. Os complicaré un poco la vida. En la plaça del Duc de Medinaceli, con vistas al mar, destaca el monumento a Galceran Marquet, obra del viejo escultor Damià Campeny.
Si queréis ir a otro lugar la brújula nos lleva a passeig de Sant Joan, con el Hércules de Salvador Gurri, trasladado a su actual residencia en 1929, cuando la zona empezó a cobrar otro aspecto mediante el abandono de sus reminiscencias rurales.

Campeny y Gurri fueron pareja de baile en un proyecto de 1818, la fuente de Minerva, situada en el Pla del Teatre de la Rambla, más o menos en la ubicación donde ahora nos contempla, y contemplamos, Pitarra.

Ese grupo escultórico se cargó a un viejo sátiro de piedra, modesto y pobre ante el fastuoso proyecto donde Minerva, quizá como el genio de Barcelona, se encaramaba a un pedestal en forma de pirámide truncada, sustentado por una lustrosa base con cuatro hornacinas a rellenar con alegorías fluviales del Llobregat, el canal d’Urgell, la acequia condal y el puerto.

La parte más elevada salió de las manos de Gurri, mientras Campeny, en un episodio con cierto misterio, sólo completó a un dios de los ríos, con su habitual aspecto de viejo depravado con su barba y en semidesnudez mientras reposa entre las rocas, mostrándonos una abundante cornucopia.

Quien lo contemple podrá pensar en influencias romanas de Piazza Navona, y no errará el tiro. El motivo es una estancia de Campeny en la Urbe, aunque el modelo era recurrente y apto dentro de la línea neoclásica de la época.

Si dejamos atrás estos apuntes artísticos y pisamos la cotidianidad deberemos suponer la Rambla del Ochocientos como un sitio muy concurrido, verdadero centro urbano, con muchos ciudadanos arriba y abajo entre paseos, ocupaciones y el mérito de ser interclasista pese a tener centros tan burgueses como el Liceo. En estas, una mañana cualquiera, el pobre anciano reclinado recibió un golpe en la nariz, quedándose chato.

En Roma una serie de estatuas conversan entre sí. La congregazione degli arguti tiene varios tertulianos, pero mi favorito, sin olvidar nunca al Pasquino, su verdadero líder, es el Babuino, un señor feísimo y muy roído por el paso de tiempo siempre arrogante ante los caminantes, uno de esos tipos dignos de una eterna barra de bar.

No sé si el chato, a partir de ahora lo llamaremos así, tuvo oportunidad de muchas tardes de cháchara con sus compañeros de piedra. En 1877 desmontaron su tinglado y fue trasladado, junto a Minerva, al parque de la Ciutadella, durante un suspiro como maestro de obras de la cascada. Se quedó en el recinto hasta 1975, ajeno a las guerras y, con toda probabilidad, ignorado por la mayoría.

No se movió por propia voluntad. Callado como es aceptó sin rechistar irse hasta la plaça de Sants en un inesperado giro de guión para ser protagonista cuando siempre había sido un secundario, ni siquiera de lujo.

En Sants completó una operación de los últimos ayuntamientos franquistas. Siempre había sido una especie de anexo a la estación, hasta 1976 casi colindante a los jardines, algo forzados, del presente. Desde 1948 devino, bautizada en honor al carlista Salvador Anglada, una puerta de acceso tras bajarse del tren.

Durante los años sesenta su destino pendió de un hilo por el plan del consistorio para alargar l’avinguda de Roma mediante un paso elevado sobre la plaza. Las protestas vecinales triunfaron y la propuesta se retiró en 1974, aceptándose la moción de las asociaciones para ajardinarla más.

Y así fue como el Chato tuvo quince minutos de gloria el primer de febrero de 1975, punto de fuga del espacio circular, encantador por su arena y horrible, pero él no lo ve, por un gigantesco bloque de la década de los cuarenta.

Su desgracia es arrastrar ciertos complejos. Pese a dar agua, como no podía ser menos, no es muy frecuentado por los usuarios de una plaza muy frecuentada y siempre con circulación de transeúntes por la misma naturaleza del carrer de Sants.

Quizá, en este elenco de teorías sobre su escaso apego a la suerte, ha salido perjudicado por la elección de su residencia. La plaça de Sants tiene otra obra de arte en homenaje a la Volta, tercera carrera por etapas más antigua del mundo e imposible sin la contribución de la Unió esportiva de Sants. Es tan irrelevante que cuesta identificarla entre el barullo, no como a nuestro mártir, visible i reconocible pese a ese injusto desdén.

Minerva ha sido exiliada a un ominoso agujero. Sirvió de atracción en el museo marítimo y en una fecha indeterminada la condenaron al silencio del almacén municipal de vía Favència, cementerio de momias de la dictadura y con muchos números para ser un magnífico regalo de cumpleaños para los más curiosos. Algunos lo han plasmado en reportajes, si bien nadie es capaz de enumerar sus tesoros del pasado. Ella, diosa de tanta sabiduría, permanece entre estructuras metálicas y una luz lúgubre, mientras su amigo de la Rambla está en Sants sin quejarse, en su sueño de borracho simpático e inofensivo.

Share.

Ciutadà europeu i escriptor. El meu últim llibre és La ciutat violenta.

Leave A Reply