Eran otros tiempos. A veces quien quiere reconstruir la Historia mínima de Barcelona, pues al hablar de los barrios jugamos a eso, topa con el legado de otros compañeros, antepasados en esta labor y a priori con cierta pátina de fiabilidad por haber investigado cuando no podíamos hacerlo.
He buscado en hemerotecas sobre los discursos de Alejandro Lerroux en la Font de la Mulassa, palabra polisémica catalana normalmente identificada con un muñeco con forma de bestia recubierta con gualdrapas que iba delante de la Procesión del Corpus, si bien también podría ser un elemento de madera empleado por los paletas.
Más allá de esto existió entre finales del siglo XIX y principios del pasado una tradición republicana consistente en realizar reuniones políticas en el monte, como si así, alejados de la ciudad, asumieran la condición del movimiento sintiéndose libres para festejar, parlamentar y celebrar a la comunidad, poderosa en Barcelona y resistente en el resto del país por culpa del sistema del Turno, perjudicial para todos aquellos contrarios a la hegemonía, muy caciquil, de conservadores y liberales.
De este modo sí, podemos imaginar al Emperador del Paralelo en una de sus demagógicas arengas. La zona no terminó de urbanizarse hasta bien entrados los años veinte, y aún es posible apreciar ese manto de naturaleza. Por supuesto la fuente, hoy una bien normal ubicada en la homónima plaza, debió ser distinta y majestuosa, casi un enclave simbólico para entender estas manifestaciones republicanas como un canto a la vida.

El contraste debió ser enorme por las construcciones de ese espacio en crecimiento. El passeig de la Font de la Mulassa asusta al paseante poco experimentado por su pendiente, pero, sin duda, merece la pena por su colección de villitas modernistas, muy acordes con todo el entorno y con toda probabilidad previas a las del passeig de Peris Mencheta.
El imaginario popular tiende a asociar, por estética y tranquilidad, la Font d’en Fargues con viviendas de lujo, y no les falta razón, pero mientras se camina por la Mulassa no sorprender apreciar algunos edificios con ladrillos insertados dentro de huecos de las fachadas.
Por suerte no todos valoran así su riqueza. La calle, una avenida en cuesta, debería apostar en un futuro por catalogar todo su patrimonio. En el número 4 un rótulo nos informa de la propiedad de la señora Margalida, ideada en 1924 por Josep Masdeu Puigdemassa, un arquitecto con mucha obra por Gràcia y el perímetro de Horta. En este caso ofreció un estilo ecléctico, como si, dado el aislamiento, no fuera relevante la unidad estética, decantándose por balcones de cierto aire modernista, mientras en los bajos se limitó a cumplir para dignificar puertas y ventanas.

Gracias a Valentí Pons, a quien no se ensalza nunca lo suficiente, tenemos una mínima documentación sobre otros dos números. El 19 es la casa Pablo Sabaté, cuya concepción corrió a cargo de uno de esos genios ocultos en la maleza, Jeroni Granell Manresa, caracterizado, e identificable, por una cierta querencia a la ondulación, como si rehuyera por sistema la línea recta. De toda su producción me declaro incondicional de una casa en el carrer Girona, destinada a la clase trabajadora y por eso sin balcones, del grupo escolar del passatge Centelles, con esos ventanales de blandi blu, mágicos, como otro palacio en el número 582 de la Gran Vía, al lado de plaça Universitat.
Aquí cumple con lo acordado y ofrece una fachada austera, y poco más hace falta a partir de esa exaltación de la forma. Justo enfrente, como si la Historia quisiera unirlos, damos con otra pequeña maravilla de Josep Graner, la casa Francisco Bousquet Moliner, en el número 20 y datada en 1909. Graner, con registros variados, de fábricas en Pere IV a la casa de la mariposa del carrer Llança, fue tan prolífico como larga su existencia. Si viviera no dudaría en ofrecerle un presupuesto correcto y no me fallaría, un poco, con medios más modestos, en la estela del interminable Enric Sagnier.
En la Mulassa debió divertirse. Apenas hay ornamentación, solucionándolo con un arquito de ladrillo muy resultón, un menos es más de manual elegante e impecable. Como tampoco pretendió apabullar pocos se fijan entre la obcecación por la dureza del asfalto y ese horizonte infinito.

Sin embargo las apuestas por ir a la moda nos ayudan a entender la configuración de la cercanía. Cuando termina el primer tramo, entre los números 34 y 36, el Novecentismo irrumpe espléndido en el cruce con el carrer de Pedrell, un compositor, durante un breve lapso duplicado en el homenaje a Verdi, como la arteria esencial de Gràcia. Estas dos mansiones entroncan con un tipo edilicio emblemático en las colinas más apartadas del centro, desde Sant Gervasi al Tibidabo, en consonancia con el rechazo a la decoración excesiva, unos tejados casi de cuento de hadas y filigranas de esgrafiados.
En una de ellas vivió una tal Aurora. Es un misterio con mucha enjundia el de los nombres femeninos en un sinfín de fincas esparcidas por la capital catalana. Pedrell se abrió en 1915, y eso explica el porqué de esta opción arquitectónica, como si los habitantes más en las alturas quisieran así acordar su pertenencia a un cierto credo catalanista, aunque quizá, debemos contemplar todas las posibilidades, sólo eran unos esnobs con ganas de presumir.
La elevación del terreno aún se codiciaba por cuestiones de salud. Pedrell tiene joyitas sencillas y conduce a otras calles con relatos a desvelar. En una de estas encrucijadas un gran hombre residió una temporada para sanar. La carn fa carn, el vi fa sang, com és de segura l’ombra de l’Islam.



1 comentari
Buenos días, ya sé que hace muchos años de este artículo pero la búsqueda de mi familia en la guerra, me ha llevado a la Fuente Mulassa 53 en 1958
Me gustaría poder hablar con uds por si tuvieran información que me ayudara en mi búsqueda