Nunca un aislamiento social fue tan compartido. Llevamos 15 días y ya hemos cantado, aplaudido, compartido miles de memes, enlaces a películas, libros, hablado por Skype con toda la familia, los amigos. Como dice uno de los videos que circulan: “cuando acabe el confinamiento necesitaré una baja por estrés”.

Cada día surge una nueva iniciativa de solidaridad hacia las personas que más necesitan el apoyo por su vulnerabilidad, muchas presenciales pero también virtuales. Los artistas y los museos nos ofrecen sus obras de manera gratuita. Se comparte el tiempo, la cultura, los sentimientos, las palabras en suma. Y, por supuesto, las imágenes que están a punto de colapsar la red y quizás la capacidad de absorción de muchas confinadas.

¿Es una respuesta en positivo que hace frente a todo lo negativo (muertes, enfermos, cansancio de los profesionales, parón económico, recesión futura) o es otra manera de consumo online hasta que podamos volver a la otra realidad? Algo de esto último resulta inevitable en una sociedad en la que, como dijo Bauman, cualquier idea de felicidad acaba en un supermercado. Pero, sin duda, mayoritariamente es una muestra de que delante de una crisis colectiva sólo caben salidas colectivas. Un cuestionamiento a aquellos –líderes o ciudadanos- que apuestan por el “sálvese quien pueda”, aunque se llenen de productos que no necesitan o transgredan las normas para darse el placer de tener aquello de lo que los otros se ven privados.

Los pánicos colectivos, cuando emergen o cuando entran en un momento crítico, producen fácilmente el retraimiento personal, la desconfianza y la búsqueda de salidas personales. Luego, cuando el tiempo de comprender permite a cada uno situarse, se impone la lógica colectiva: hay que precipitarse a salir, pero juntos. Lo estamos viendo en las iniciativas científicas de búsqueda conjunta e internacional de vacunas o medicamentos para frenar la pandemia.

El resorte último de estos esfuerzos colectivos no es otro que la angustia, ese afecto real que nunca nos engaña –hay senti(mientos) que sí despistan- y que nos embarga porque es signo de que hemos perdido las coordenadas del mapa en que nos movemos, no sabemos ya donde estamos ni qué será de nosotros. Juntarnos refuerza, al menos, la confianza de que seguimos contando unos para otros, que frente al desamparo en que nos sume la enfermedad y el cuerpo afectado podemos compartir unas palabras. Para nosotros, seres hablantes infectados del parásito del lenguaje, el contagio de las palabras -nuestro bien más preciado- es hoy el mejor antídoto que tenemos frente a este virus.

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1 comentari

  1. Interesante i apropiada reflexión. Aparenta ser que las nuevas tecnologías, que han generado tantos debates sobre sus efectos, ahora devienen nuestro resorte de felicidad, encuentro y que apela nuestro sentido de utilidad. Sin duda se está dando un proceso de transformación de nuestra cotidianidad y de las relaciones, radicalmente diferente de como estábamos habituados a confrontarnos. Por un decir con mis vecinos nos veíamos como extraños y a lo más como sujetos contrincantes, ahora nos comunicamos y cooperamos. ¿Pero seremos capaces de aprender de esta nueva realidad parasitada, de confiar en nuestra fuerza interna sin necesidad de alienarse? Gracias Jose Ramon Ubieto por el articulo tan acertado que nos cuestiona el devenir de esta nueva realidad parasitada.

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