Los centros sociosanitarios, a medio camino entre los hospitales y las residencias de ancianos, están jugando un papel clave en la crisis de la Covid-19. «El esfuerzo de la atención sociosanitaria ha sido inmenso y ha supuesto un respiro tanto para la atención primaria como por los hospitales de agudos», dice el doctor Rami Qanneta, director asistencial de Gestión y Prestación de Servicios de Salud (GiPSS).
«En el ámbito sociosanitario es muy duro tener una crisis de esta magnitud por el tipo de pacientes que tenemos, que necesitan mucha rehabilitación y animación sociocultural», explica Qanneta. Por ello, estos centros han tenido que hacer muchos cambios de estructura, organización y diseño de nuevos espacios. Cambios que perdurarán aún varios meses y con los que habrá que aprender a convivir.
Mientras que los hospitales, poco a poco, irán volviendo a la actividad habitual, los sociosanitarios acogerán los pacientes, tanto positivos para coronavirus como negativos, que ya no necesiten la atención hospitalaria. «De hecho, ahora es cuando estamos ingresando más pacientes que vienen del hospital y que se están recuperando», dice el doctor.
La transformación de un sociosanitario
El centro sociosanitario Francolí, gestionado por la empresa pública GiPSS, es ahora mismo un pulmón para el hospital que tiene justo el lado, el Joan XXIII, un centro de referencia en el Camp de Tarragona. Cuando llegó el coronavirus en Cataluña, sus 156 camas repartidas en cuatro plantas estaban todos ocupados.
«El perfil de pacientes que tenemos en el ámbito sociosanitario son pacientes frágiles, pluripatológicos, con enfermedades crónicas y altos niveles de dependencia», dice Rami Qanneta. Por ello, cuando se detectó el primer caso de Covid-19 en el centro, que infectó a través de un familiar que ir de visita y no estaba diagnosticado, se generó una situación de alarma bastante compleja.
Enseguida se aceleró el plan de contingencia y actuación que habían dibujado con las guías de actuación del CatSalut y del Departamento de Interior. Un plan que ha ido cambiando según la evolución de la situación y los criterios de los expertos. «Tuvimos un escenario de dos semanas de crisis bastante importante porque iban apareciendo casos dentro del hospital, pero no fue una sorpresa, porque ya sabíamos que las pandemias son así», dice el director asistencial.
Empezaron con una sectorización del hospital. De las cuatro plantas con las que cuentan, dedicaron una sólo a pacientes con Covid-19, tanto aquellos que se habían infectado dentro del sociosanitario como los que ingresaban desde el Joan XXIII con un test que había dado positivo. «Así lo podíamos tener más controlado, ya que el personal que trabajaba en esta planta estaba formado e informado sobre cómo había que entrar y qué hacer con los pacientes», explica Qanneta.
Esta planta, sin embargo, no fue suficiente y para tener más espacio para pacientes con Covid-19 decidieron mover y aislar a los pacientes que no estaban infectados. Por un lado, forzaron altas a domicilios de los pacientes que estaban más estables. «Siempre estarán mejor en el domicilio que en un centro hospitalario, que no deja de ser un centro hostil en situación de pandemia», dice el doctor. Por otro, comenzaron a trasladar otros pacientes sin coronavirus en la Clínica Monegal, un centro privado de Tarragona.
Desde que el Departamento de Salud intervino los centros sanitarios privados, esta clínica había quedado bajo la gestión funcional de GiPSS. Por eso podían trabajar un equipo médico del sociosanitario Francolí de la mano con el servicio de rehabilitación de la clínica privada. «Entre el refuerzo de altas y el traslado de pacientes en la clínica privada nos quedamos básicamente con pacientes con Covid-19», dice Rami Qanneta.
Durante las últimas siete semanas, los cambios en el sociosanitario han notado en todos los ámbitos. Los pacientes ya no pueden salir de las habitaciones, que continúan compartiendo entre dos porque son lo suficientemente anchos para garantizar la distancia de separación de dos metros. También se han suspendido todas las actividades grupales de animación sociocultural y rehabilitación, que habitualmente llenan de vida en el centro.
Para contrarrestar los efectos perjudiciales de estos cambios sobre los pacientes, se ha ofrecido alternativas individuales. «Por ejemplo, tenemos una biblioteca móvil que ahora movemos por los pasillos y los profesionales se encargan de leerlos habitación por habitación», dice Qanneta, que enfatiza que en el caso de los pacientes con Covid-19, esta actividad se debe hacer con medidas de protección.
Esta atención individualizada la pueden hacer gracias a la reubicación de personal proveniente de otros servicios. «Como empresa no sólo tenemos la parte de hospitalización, tenemos otros servicios ambulatorios y domiciliarios que hemos tenido que cerrar durante estas siete semanas. Así que hemos aprovechado todo el personal de servicios para reforzar el servicio de hospitalización, que es donde teníamos la crisis », explica el doctor.
A pesar de este refuerzo de personal, en el hospital sociosanitario Francolí han tenido que contratar profesionales externos y contar con la ayuda de estudiantes de enfermería del último curso, ya que parte de sus trabajadores han cogido la baja porque han sido infectados con la Covid-19. Entre todos, también ayudan a los pacientes a comunicarse con los familiares a través de videollamadas.
Y es que uno de los cambios que más ha dolido es la restricción de visitas. «Ha habido mucho impacto emocional en las familias, sobre todo al principio», recuerda Qanneta, «pero los hemos ido explicando la importancia que tiene el bien de los pacientes y por ellos, al tiempo que les hemos ofrecido apoyo psicológico». Ahora sólo los pacientes que se encuentran en los últimos días de vida pueden recibir la visita de despedida de un familiar, que entra con todos los equipos de protección individual (EPIs) necesarios.
Personal en adaptación constante
Los profesionales que trabajan en el sociosanitario, como el resto de personal dedicado a la salud, ha vivido momentos de angustia. «Ahora estamos mejor, pero al principio había mucho miedo de los profesionales a contagiarse y llevar el virus a casa», explica el director asistencial. Si bien es cierto que son un colectivo de riesgo porque están expuestos a la infección continuamente, también es un grupo al que se hacen más pruebas diagnósticas. «Nosotros hicimos un cribado masivo de test a los profesionales, tanto a los que tenían síntomas como los asintomáticos y los hemos ido haciendo test PCRs casi cada semana», dice Qanneta.
Para calmar los ánimos, pero, les ofrecen atención psicológica desde el CatSalut. Además, se ha puesto a disposición de los profesionales un hotel donde pueden alojarse durante el estado de alarma. Actualmente hay 11 trabajadores del sociosanitario Francolí que se están, para evitar un posible contagio a alguien con quien conviven, por ejemplo una mujer embarazada o una persona inmunodeprimida.
Sin embargo, el día a día de los profesionales ha sido muy duro. Los auxiliares de enfermería, por ejemplo, han dejado de recibir el apoyo que tenían de algunos familiares y cuidadores privados que daban la comida a los pacientes. «Hay que agradecer la capacidad de adaptación del personal; el trabajo en equipo, que ha sido automático. Todo el mundo ha sido imprescindible », dice el doctor.
Qué pasará a partir de ahora
En los próximos meses se instalará en el centro la actividad asistencial dual, ya que todavía habrá pacientes con la infección y pacientes que no la tienen. «Fácil no será, porque cuando tienes todo un hospital negativo o todo positivo evidentemente es duro, pero la mentalidad no la cambias de un sitio a otro», dice Qanneta, que recuerda que será fundamental seguir con la sectorización del centro y sin mezclar el personal de cada sector.
Han diseñado un plan de desescalada asistencial que puede durar entre 12 y 18 meses. «El objetivo fundamental es organizar una recuperación progresiva de la actividad asistencial de la empresa, no sólo la hospitalización», explica el doctor. Por ello se mantendrán las medidas de protección y se extenderán con la duplicación de espacios. Por ejemplo, quieren crear un gimnasio en alguna sala que ahora tienen cerrada para que lo puedan utilizar los pacientes con Covid-19.
Una cosa clara es que se mantendrá la restricción de visitas durante bastante tiempo. «Debemos reforzar las videollamadas para intentar reducir la angustia y estrés de pacientes y familias, y también trabajamos con el equipo de psicología del centro para reimpulsar la terapia de estimulación cognitiva, que durante estas semanas la hemos tenido un poco abandonada», dice Qanneta.
Por otra parte, también quieren conseguir ser un centro sociosanitario de referencia para los pacientes Covid y que los deriven, no sólo pacientes de los hospitales de agudos, sino también los que actualmente están atendidos por la atención primaria en sus domicilios.
Evidentemente, este es un plan de desescalada que puede variar dependiendo de la evolución de la pandemia, los criterios de los expertos y de las necesidades de otros servicios asistenciales; sobre todo en invierno, recuerda el doctor, cuando la gripe aumentará la presión asistencial. «Ahora parece que estamos en un momento más tranquilo, aunque debemos tener cuidado», dice el doctor, «los profesionales siempre les digo: alerta, pero no pánico!».


