Durante estos meses mi relación con el espacio se ha consolidado, en el sentido de tener los lugares más interiorizados, algo en buena parte debido a reducirse mi movilidad y conformarme por pura lógica por los barrios próximos a mi domicilio, casi asumiendo ser un hombre del Llano de Barcelona, casi mentalmente separado del Eixample, una latitud remota y muy distinta en su tipología urbana, de los pueblos a la ciudad.
Esta idea nace mucho antes de este tiempo, quizá en la adolescencia, cuando al ser del Guinardó amplié mi percepción mediante el caminar, hasta compartir pertenencia con Gràcia. De haberme criado, por decir algo, en Sants, quizá mi vinculación hubiera sido con el Raval, quien sabe.
Sirva esto de introducción. Cuando llegas a Gràcia desde Pi i Margall, la travessera o el passeig de Sant Joan da bastante igual el inicio del camino. Te deslumbras y notas una diferencia, entre otras cosas por lo abierto de la plaça de Joanic, casi un recepcionista de la Villa, remarcada en su personalidad por el surtido de callejuelas tras esa gran apertura del ágora.

Hay otro factor además de este choque. Aterrizar en plaça Joanic, reitero como no importa el origen de la ruta, es toparte con un imprevisto al no carecer sus accesos de armonía. Passeig Sant Joan se ve taponado, otro indicio de Gràcia, por tres inmuebles de la travessera de Gràcia datados entre 1878 y 1880, desde donde alcanzamos Joanic no sin antes pasar por un trecho perteneciente al carrer de l’Escorial, hacia arriba, bifurcado en la plaza con Pi i Margall. Sea como sea la impresión al visualizarla es de estupor, de conciencia de una metamorfosis.
Queda otra guinda para todo este mareo. En el trayecto de ida de Guinardo a Gràcia optaba por ir rápido, y la travessera es perfecta al ser una línea recta, el cami ral, una vía romana perpendicular a las innumerables torrenteras y con imbricaciones por todo el llano condal.
De noche me gusta volver despacio, recreándome, y para no caer en la monotonía de la repetición es genial transitar por el carrer del pare Laínez, al que se ingresa desde Pi i Margall y un tramo de la ele de Joaquim Ruyra, una calle inexistente en 1935, cuando se aprobó su bautizo en el Ayuntamiento, casi enlazado con el nacimiento, inaugurada a lo grande en abril de 1934, de la avenida de Sabino Arana, Sabin d’Arana entonces, la actual Pi i Margall.

Desde esa posición contemplamos pare Laínez y comprobamos como una mole enladrillada condiciona su lado mar, con sensación de haber modificado una construcción anterior al respetar el ancho de calle, mucho más antiguo, algo verificado por algunas casitas de la primera sección de la calle, más o menos de finales del siglo XIX o principios de siglo XX.
El gigante de teja, con volúmenes en medio para darle cierto toque artístico, se metamorfoseó durante la revolución olímpica de 1992 pese a las protestas vecinales, hartos de tener un cuartel del Guardia Civil en la zona, problemática más bestia si cabe durante el otoño caliente de 2017, cuando no era muy aconsejable caminar por la travessera. Si ibas por su parte posterior parecías vivir en otra dimensión. Este complejo de la Benemérita va de Joaquim Ruyra al carrer de Hipòlit Lázaro, cuya denominación de antaño es la clave de todo este entramado.
Aun así faltan tres cachitos del rompecabezas. Mirad los mapas. El primero lo hemos desvelado antes. El carrer de Joaquim Ruyra, durante un breve lapso dedicado al Poeta Balart, no existió hasta después de la Guerra Civil. La única superviviente del otrora está datada en 1949 y tiene ese estilo franquista de la posguerra inmediata, con herencias racionalistas, muy Duran y Reynals en su acabado, y una decoración para evitar el plagio, inevitable en ocasiones, a ciertos modelos fascistoides.

Por eso quien accedía desde Gràcia también notaba, como quien escribe con Joanic, un deslumbramiento al adentrarse en una distinta dimensión desde la esquina del cuartel de la Guardia Civil, con pare Laínez paralelo a Romans, ambos configurándose como una barriada cortada por otras calles hasta morir en Sardenya, cuando vuelve a mutar el paisaje por tercera vez, tras Joanic y Pare Laínez, en poco más de trescientos metros.
Si siguiéramos por Sardenya ingresaríamos al Baix Guinardó puro y duro. La pregunta es si en esta zona de Pare Laínez y Romans continuamos en Gràcia. Sí, estamos en Gràcia, pero sólo hasta el carrer del torrent de Mariner, que partía en dos este territorio, y no era para menos, pues el otrora llamado torrent de la Partió, más claro agua, era la frontera entre Gràcia y Sant Martí de Provençals, cuya extensión, agregada a Barcelona en 1897, comprende un 38% de la superficie condal y continuaba hasta el Besós.

En una guía de 1942 el torrente va de travessera de Gràcia 323, donde aún surge, hasta el número 134 de Encarnació. Según el nomenclátor oficial de 1934 cortaba el carrer Ventalló y seguía hasta Providència, aún sin unirse con todo este conglomerado. Debía tener un desvío justo donde ahora está tapiado, si bien en un muro lateral se aprecian sus lindes, medio anónimos en esos metros tan especiales, mágicos, con muchas historias calladas en las piedras.
El torrent del Mariner era fronterizo y esencial de esa parcela en tierra de nadie, entre Gràcia y Sant Martí. El último enigma de hoy es saber si esta barriada se configuró con el edificio del cuartel de la Guardia Civil como condicionante. La respuesta es afirmativa. En un documento de 1875 leemos lo siguiente: Expediente instruido por Joan Torras i Guardiola, Arquitecto, pidiendo permiso para dividir en tres islas y urbanizar las calles que cruzan su finca, situada al lado del Matadero, en la travessera de Gràcia con la calle del Matadero, la actual Hipòlit Lázaro, Bruniquer, Torrent del Comte, hoy en día Escorial, y Zurbano, Ramón y Cajal en nuestro tiempo presente.

Es como si volviéramos al inicio de este texto, en plaça Joanic. De la noche a la mañana la parcelación de Torras i Guardiola, a quien volveremos, ha creado un reducto casi independiente en el confín de Gràcia. ¿Fue él? Podemos dudarlo, pues al año siguiente de su petición los hermanos Francisco y Eugenio Romans i Jordà solicitaron urbanizar una parcela entre travessera de Gràcia, el torrent del Mariner y su homónima calle, pegada a la de Jordà, a posteriori Pau Alsina, en honor del primer obrero elegido a Cortes durante el sexenio revolucionario.
No sabemos si Torras i Guardiola fructificó en su concepción; sin embargo podemos vislumbrar una victoria de los Romans, reforzada por bautizar la presente pare Laínez como Campos, según algunas fuentes Martínez Campos, en ese instante histórico el hombre providencial por su Manifiesto de Sandhurst, espaldarazo para la Restauración Borbónica tras la brevísima primera República.
La ligazón de este núcleo con Gràcia, de crecimiento demográfico disparatado en ese último tercio del siglo XIX, era el Matadero, justo en su límite, algo habitual para no ocasionar molestias a la ciudadanía. Cesó su actividad entre 1913 y 1914. Debía estar encantado, es un punto raro, tanto como sus peripecias hasta ser la residencia del tercio vigésimo primero de la Benemérita, desde 1921 en régimen de alquiler hasta la donación municipal del 9 de marzo de 1927 para edificar un cuartel.


