El primer paso para aprender a investigar rincones es adquirir una inesperada conciencia de aquí pasa algo cuando la cuadrícula se aparta de su democrática y monótona rutina geométrica. Recuerdo un doble instante de hace muchos años, con toda seguridad separado en sus noches. Su primera secuencia es el gesto de un guardia civil del cuartel recordándome la prohibición de hacer fotos al edificio. La segunda es percatarme de la anomalía en el cruce de travessera de Gràcia con el torrent de Mariner, y no sólo por el castillo residencial de ese punto, sino por cómo el asfalto afrontaba el descenso en una especie de encrucijada.
Mi vivencia del torrent del Mariner, un cul-de-sac por motivos obvios, es la de un trecho de esa línea recta, el correspondiente a pare Laínez. Su jardincito me ha dado sustos y alegrías, como una vez con José Luis, cuando nos expulsó un vecino de voz traqueotomítica.

Si vamos a su Historia encontraremos una referencia de su origen en uno de los últimos vestigios de su curso por el Eixample, el passatge del Coll de Portell, en Roger de Flor con Consell de Cent. El arroyo debía bajar desde Can Baró, transitar por Can Sanpere, donde se halla el actual campo del Europa, y desde el carrer de l’Encarnació entraba en la barriada de Romans, con un meandro colindante con el carrer de Ventalló hasta encauzarse en sus metros supervivientes.
En esta zona de Barcelona diseccionar un torrente es escribir la crónica de su desaparición. El de Mariner fue el de la Partió por su condición de frontera. Ahora sólo puede intuirse. En 1908 se eliminó de ese linde la caseta de consumos. La desaparición del Matadero desdibujó más ese pasado, asimismo sacrificado por las molestias. El relato del torrente es más el de su curso, no el de sus habitantes. La única excepción, quizá para igualarse con el resto del vecindario, data de febrero de 1921, cuando en el número 27, conocida como el Tancat, la policía interceptó diecinueve bombas esféricas y una granada del ejército francés. Eran los años del Pistolerismo y lo recóndito del barrio, aquejado en la recta de Mariner de nula iluminación, debía tener alguna utilidad, aunque fuera macabra.

La gran problemática del Mariner radicaba en lo inestable de su camino. En 1915 los aguaceros hicieron constar la urgencia de un proyecto de desagüe. En su parte superior puede perfilarse su trayecto en pequeños huecos entre edificios. En 1930 se le enajenó una parte entre Romans y Sant Lluís. Su sinuosidad no podía ser tolerada dentro de una estructura ordenada.
Y lo mismo acaecía en su descenso hacia el mar. El sector aledaño a Romans con vistas al Hospital de Sant Pau y la Sagrada Familia, entre Baix Guinardó y Camp d’en Grassot, se llenaba por una profusión constructora sólo interrumpida por la guerra, algo visible en las fachadas de sus edificios, remarcándose mucho la sutil diferencia entre el racionalismo republicano y el estilo franquista de la inmediata posguerra.
Antes de esa apoteosis de bloques de apartamentos la invasión del Eixample fue más paulatina. En 1913, previa quema durante la Semana Trágica, la iglesia del Inmaculado Corazón de María, obra de Joan Martorell, vio la luz entre Sicilia, Nàpols i Sant Antoni María Claret. Justo abajo se encuentra la Sedeta, un centro cívico con el nombre de la homónima fábrica textil, fundada en 1895 y salvada en lo arquitectónico por los vecinos durante la Transición, cuando debía ser derribada para edificar más simulacros de rascacielos.

Al sobrevivir nos brinda la oportunidad de conocer mejor cómo era el entorno cuando el torrente aún campaba por la superficie. En una franja en descenso casi desde la puerta de la iglesia, su edificación tapó el curso, baja por un límite del recinto de la fábrica. Es el passatge de Llavallol, llamado así en homenaje a la saga de campesinos de la Masía de los Grassot, derrocada poco antes.
El Llavallol permite identificar al Mariner por su pavimentación con adoquines de otra época. El arroyo no quiere despedirse y, si lo seguimos, debemos entrar a los jardines de Antoni Puigvert, con una salida al carrer de Còrsega, el desguace del torrente en una calle desaparecida, la de la Coronela.

El tramo dentro de los jardins d’Antoni Puigvert es reconocible por el muro y su viraje hacia Còrsega. El ancho se estrecha. Era el carrer d’Iscle Soler, y en su salida a la rutina del Eixample aguantó hasta los años 80 Can Mariner, causante directo del bautizo moderno de nuestro protagonista.
Llavallol, Iscle Soler y la Coronela nos han conducido senda abajo, y a veces no lo pensamos, pero estamos muy cerca de la Sagrada Familia. Podríamos hablar del barri del Poblet. De hecho, su pasaje más antiguo, el Conradí, dista apenas una manzana a la derecha, donde podemos admirar el maltrato municipal de tantos ayuntamientos, también el de este, especialista en ponerse medallas mientras destruye sin piedad el pequeño patrimonio.
La Coronela, puede verse en el mapa, era un hilo finísimo, casi un abrupto del Mariner, también presente hasta no hace tanto en uno de sus desvíos, luego en confluencia con la Coronela, una manzana entre Córcega e Industria. Ese capricho se llamaba passatge de Berenguer y en la Gaceta Municipal de 1947 se decreta su desaparición. Dio la lata hasta finales de los años setenta, como si se resistiera a ceder la parcela, y lo mismo acaeció con la Coronela, cuyos números creaban complicaciones al duplicarse con los de Còrsega. El viejo mundo no quería morir, y quizá por eso aún podemos inspeccionarlo por ese apego de las formas, fuertes sin amilanarse por tantas barbaridades urbanísticas.

Esta bendita locura se ha esfumado como por arte de magia o de ese gusto por cumplir el dicho de no dejar ni un centímetro vacío en el Eixample condal.
El passatge de Conradí puede datarse entre 1810 y 1820. Antes tenía otros formatos, pues lo han ido capando los decenios y el predominio de los coches en la vía pública. En un documento de 1862 los Soms, apellido vinculado con el pasaje, piden arreglar el cauce del torrente del Lligalbé al perjudicar a uno de sus terrenos. No debía ser el Conradí, porque antes de Lligalbé estaba Delemús y luego ya aparecía este viejo conocido, sucedido en tanto acopio de líquido elemento por Faura y Milans. La lista podría ser interminable. El Mariner era uno más y quisieron despojarlo de su poder fronterizo. Lo mantiene al formular preguntas, como si así, junto a sus aliados, se riera por esa persistencia del pasado en romper la funcionalidad del ahora.


