La doctora Rosa María Alcolea trabaja desde hace más de 20 años en el CAP Besós, donde entre los pasados 17 y 19 de agosto se hicieron 1.541 PCR, con un resultado de 34 casos positivos. “La población aquí funciona por el boca a boca y es muy colaboradora. El primer día se calculó que se harían unos 400 PCR y se llegaron a hacer 569. La semana anterior detectamos una subida importante de personas que precisaban hacerse una PCR, por contagio o por sospechas. Como hay muchos pisos pequeños y viven familias juntas, venían a realizarse la prueba familias enteras, y también grupos de amigos”.
“Aquí hay un problema socioeconómico importante y el poder adquisitivo es más bien bajo. La gente del barrio quiere trabajar, pero tiene sueldos muy bajos. Los pisos suelen ser de entre 50 y 60 metros cuadrados, en los que pueden vivir dos familias; por ejemplo, dos parejas con sus hijos, o los padres con los hijos y los nietos, porque muchos de ellos igual han perdido el trabajo y se han visto obligados a volver a la casa de los padres. También hay familias de gente joven, inmigrante, que comparten el piso entre varios para poder pagarlo y llegar a fin de mes”, expone Alcolea.
Para superar las dificultades del idioma, el CAP Besós cuenta con dos mediadores culturales que conocen el sistema sanitario y la lengua del país de origen del usuario
Con estas características, hacer la cuarentena en una habitación en caso de tener Covid o de haber estado en contacto con un positivo, es casi misión imposible. “El aislamiento en sus casas es muy difícil porque hay varias personas conviviendo. Tú te puedes poner mascarilla y guantes, pero si la casa es pequeña, es muy complicado hacer el aislamiento correctamente, aunque se intenta. Se han hecho verdaderos esfuerzos para dejar al enfermo en una habitación, mientras todos los demás se reparten el resto de la casa”. En muchas ocasiones se les ofrece pasar las dos semanas de cuarentena en un Hotel Salud cercano, el Condal Mar. “Lo han aceptado y están muy agradecidos de que les hayamos podido enviar. Allí se les atiende como si estuvieran en el barrio y se les hace seguimiento”.
Para superar las dificultades del idioma, el CAP Besós cuenta con dos mediadores culturales que conocen el sistema sanitario y la lengua del país de origen del usuario. “Han ayudado muchísimo y han hecho un trabajo excelente”, apunta Alcolea. “Muchas veces, el paciente no entendía qué pasaba ni por qué insistíamos en que tenía que quedarse en casa. O no entendía las instrucciones que le dábamos. Tú le dices ‘mírate la temperatura’, pero hay gente que no está acostumbrada a mirar si tiene fiebre. Nos hemos encontrado con gente asintomática, que se encontraba bien, y les costaba mucho entender que tenía que hacer un confinamiento. Se preguntaban ‘¿por qué no puedo salir, por qué no puedo ir a trabajar?’, si es que trabajaban”.
“Notas que tu paciente te intenta cuidar, con todos los medios que tiene, inclusive llegaron a hacernos mascarillas, de tela, en marzo. Nos decían ‘¿Pero tu familia está bien? Cuidaos mucho, que os necesitamos’”
A esto se añade el temor de algunas personas a quedarse sin empleo, sobre todo cuando perciben pocos ingresos. “Hay mucho miedo a perder el trabajo si coges la baja. Piensan: ‘Tengo un contrato con un sueldo bajo, ¿y si lo pierdo? ¿Qué será de mi familia?’ Esto preocupa muchísimo en zonas como esta”. Más allá de que entiendan que deben finalizar el aislamiento de 14 días, si se encuentran bien, si la PCR es negativa, si ya no están en contacto con ningún positivo y si necesitan con urgencia el dinero, la situación es complicada. Muchas personas trabajan en la restauración, sobre todo en cocina, y en el sector de la construcción. También hay un colectivo importante de trabajadoras de geriátricos a quienes se les está haciendo especial vigilancia debido al contacto directo con personas mayores.
Los médicos de cabecera, y todo el equipo ambulatorio, se convierten en un referente para la población. “En barrios como este, la atención primaria es muy importante. A nosotros, lo que nos sabía muy mal era que llamábamos a casa de nuestros pacientes para saber cómo estaban y, encontrándose mal, no habían acudido al centro. Te decían: ‘Es que no quiero molestar, que tenéis mucho trabajo’. En cierto modo, en barrios como este, notas que tu paciente te intenta cuidar, con todos los medios que tiene, inclusive llegaron a hacernos mascarillas, de tela, en marzo. Nos decían ‘¿Pero tu familia está bien? Cuidaos mucho, que os necesitamos’. Todas estas cosas, con lo duro que ha sido, son de agradecer. No solo ha sido duro para médicos y enfermería, también para administrativos, trabajadores sociales… Todos han sacado tiempo para dar una respuesta comunitaria, aunque quisiéramos que fuera mejor y esperábamos contar con más medios. Estamos sobrecargados y tenemos mucho trabajo, pero estamos al lado del paciente”.

La pandemia agrava la pobreza
El doctor Daniel Roca trabaja en el CAP Drassanes y en el cercano Centro de Atención Sociosanitaria (CAS) Baluard, que atiende a personas con problemas de drogodependencias en el barcelonés barrio del Raval. Para Roca, “la pandemia lo que ha hecho ha sido acentuar las diferencias. El que tiene medios y recursos puede adaptarse y tirar adelante, y el que no, sigue estando como antes”. Quizás por ello, la población con adicciones de droga y alcohol, igual que las personas sin hogar, tienen una baja incidencia de coronavirus: “Han estado bastante preservadas de la Covid porque en cierto modo ya estaban en aislamiento, la gente no se acerca a ellos. Creo que es un colectivo bastante aislado del mundo”. En caso de que un drogodependiente dé positivo por Covid, se le envía a un equipamiento específico de la Fundació Pere Tarrés.
En sus 12 años como médico en el Raval, Roca ha visto cómo familias de 15 miembros vivían en una sola casa en la que había dos habitaciones, sobre todo cuando vienen de otros países y están un tiempo con los parientes que han llegado previamente. “No es infrecuente”, asegura el doctor. Recientemente, presenció cómo doce trabajadores que recogían fruta compartían una misma vivienda. Se les iba a buscar en furgoneta para llevarlos al campo y, tras acabar la jornada, se les traía de vuelta al piso. Cuatro de ellos dieron positivo en las PCR, y algunos compatriotas se negaron a hacerse la prueba al ver que sus compañeros habían perdido el trabajo. La situación precaria de trabajadores como estos es anterior a la pandemia: “Muchas veces, en el momento en que se firma el contrato, de forma encubierta, ya se firma el finiquito, ya tienen los papeles preparados. Lo he vivido previamente, igual que he visto contratos de cuatro horas diarias cuando se hacían quince”.
La población con adicciones, igual que las personas sin hogar, tienen una baja incidencia de coronavirus: “En cierto modo ya estaban en aislamiento, la gente no se acerca a ellos”
Roca sostiene que “la pobreza y la precariedad no permiten hacer las cosas bien desde el punto de vista sanitario. Los Hoteles Salud solo dan respuesta a esta precariedad. Se les confina para no expandir la pandemia, se les da tres comidas al día y se evita la propagación del virus. Pero no se soluciona el problema porque sigue habiendo muchos pisos pequeños en los que vive mucha gente que necesita comer. Sin pandemia, ya teníamos problemas, por ejemplo, con personas diabéticas para que hicieran la dieta correcta. Con la pandemia, estamos pidiendo un nivel de exigencia que no pueden cumplir porque antes ya no podían cumplirlo”.
En estas circunstancias, los dos mediadores culturales del CAP Drassanes no dan abasto. “Hay gente que sabe que está pasando algo muy gordo pero que no acaba de entenderlo. Lo intentas explicar y, normalmente, lo comprenden, les dices que hay un periodo de incubación y que necesitamos un tiempo en el que se aíslen por seguridad, pero los hay que no quieren hacerse la prueba, o que te dicen que ya se la han hecho y no es así”.
El ambulatorio recibe cada día centenares de llamadas telefónicas relacionadas con la pandemia, además de otras centenares que tienen que ver con la atención primaria habitual. A esta saturación se suma otro inconveniente cotidiano: que no todas las personas están censadas en el Raval, y no todas tienen tarjeta sanitaria, con el consecuente esfuerzo de tiempo y dedicación sanitaria y burocrática para atenderlas por vía de urgencia o derivarlas a servicios sociales. “La organización administrativa es de una manera, pero la realidad es otra. Intentamos poner vallas al campo, pero el campo es libre”, precisa Roca.


