Durante muchos años Concepción Arenal fue un enlace de relativa importancia en mi existencia. He insistido en más de una ocasión en torno las vicisitudes de cada singladura. La mía estuvo determinada a lo largo de la infancia por unas fronteras determinadas. Mi Guinardó se determinó por la calle donde nací, delimitándome un límite entre Verge de Montserrat en su parte superior y passeig de Maragall en la inferior. Este linde se veía quebrado en ocasiones por visitas familiares a Concepción Arenal, donde mi abuela residió durante décadas, y por eso esta serie tiene algo de homenaje, pero al mismo tiempo es el hallazgo de una comprensión del espacio y una machaconería para entender la década de los cuarenta a partir de una línea recta muy despreciada desde el absoluto rechazo de la ciudad para ofrecer una pedagogía de un momento menospreciado por enmarcarse en el inicio del Franquismo.

La calle Concepción Arenal tiene demasiadas esencias cruciales. Su recorrido es el de la carretera que unía Barcelona con Sant Andreu. Mi estudio se limitará hasta su tramo finalizado en la Meridiana, culminado para la dictadura el 26 de enero de 1954, cuando se inauguró el metro de la Sagrera. La fecha no es en absoluto casual. Se cumplían quince años de la ocupación de la ciudad condal por los sublevados, vendida como liberación en la retórica de esos últimos meses de la Guerra Civil, algo visible en la cabecera de La Vanguardia, un día antes al servicio de la Democracia para, de repente, transformarse en Española para loar a los vencedores, y así hasta 1978, siempre fiel a su perfil camaleónico, útil para los investigadores, pues el rotativo siempre ha captado el pulso del momento, y más válido si cabe para su supervivencia en los quioscos.

cartilla concepción arenal | Jordi Corominas i Julián

 

Perdonen este inciso. 26 de enero. 18 de julio, jornada para inaugurar en 1944 los primeros bloques de la Urbanización Meridiana, la primera piedra del triunfalismo edilicio de los nuevos dueños, desde esta visión caritativos por recuperar políticas de viviendas adaptadas a los nuevos tiempos, eso sí, aquí no me disgusta repetirme, aún con premisas antiguas de cielo visible e inmuebles bajitos, sin la verticalidad por bandera, palabra entonces usada para destacar vistosas colgaduras con los colores nacionales entre vivas a España y el Caudillo en presencia del gobernador civil Correa Veglison, el delegado provincial Ribo Vaqué, el secretario provincial Besalduch, los procuradores a Cortes Miró Caballé y García Ribes y por último el párroco de la Iglesia de Cristo Rey de la Sagrera, Eusebio Figueras. Esta guinda sitúa toda la Urbanización en esa órbita espacial, separado el templo de la nueva obra civil por la incipiente Meridiana. 

Con la Urbanización Meridiana el Franquismo inauguró una tendencia comprensible. A falta de pan buenas son tortas, o mejor dicho, debían llenarse los vacíos derivados de las agregaciones de 1897, cuando la imperial Barcelona anexionó la gran mayoría de los pueblos del llano, y en esa otra frontera, comentada hace pocas semanas con el caso de las Casas Boada, la nada debía suplirse con piedra, cemento y un canto a la buena labor de las autoridades, caritativas, en principio, sólo para los suyos.

El seguimiento cronológico de la tarea es apasionante. La prensa, limitada a poquísimas publicaciones en comparación con el esplendor republicano de periódicos y revistas, informó con viveza de los progresos mientras callaba sobre la abundante y desquiciada crónica negra o los constantes fusilamientos en el Camp de la Bota. Mientras tanto algunos próceres se reciclaban para seguir bien asentados en el poder, pero eso es el pan nuestro de cada día, y no está de más recordarlo ante este octubre de 2020, cuando el relato oficial sobre la posguerra seguirá campando mientras algunos, como servidor, intentamos dar luz a esa tiniebla de los años cuarenta.

El 26 de noviembre de 1941 se comunica la inminente construcción de cuatrocientas seis viviendas para productores empleados en Barcelona. Productores es el eufemismo de trabajadores, y para los curiosos recomiendo ir a los aledaños del Poble Espanyol de Montjuic para leer un monolito donde aparece la palabra, una especie de conjuro contra el término obrero.

Pues bien, el proyecto era financiado, en esos prolegómenos, en un 99% por el Instituto Nacional de Vivienda y su coste se estimaba en diez millones de pesetas. En diciembre de 1942 el gasto se había disparado un millón y medio, precisándose su destinación para productores de San Martí, Clot y Sant Andreu, mezclando las casas, encuadradas entre Pare Claret, Concepción Arenal y Bach de Roda, la modernidad del sistema Beckenbau, consistente en dejar en los muros unas cámaras de aire para atenuar y aislar la humedad, complementado con techos con bovedillas de cemento, nervios de hormigón armado, cubierta de teja árabe sobre una estructura de madera y en ocasiones usando la emblemática volta catalana, un guiño provincial o, ya iremos al hacedor, un recurso arquitectónico bello e inteligente; el mejunje, nunca dejéis proposiciones incompletas, se alternaba con la lógica tradicional de una plaza, interior, para conferir a los habitantes una sensación de privilegio más tarde, o mucho más tarde, explotada por los Ayuntamientos Democráticos con el falso invento de las ágoras privadas, polémicas por su hora de clausura para los demás ciudadanos. 

Casa situada en la calle Sant Antoni Maria Claret | Jordi Corominas i Julián

 

En ese instante un tercio del plan se hallaba en construcción, un tercio estaba cimentado y lo siguiente estaba en fase de replanteo para definir el perímetro de la obra y situar, valga la redundancia, su cimentación.

Las prédicas eufóricas alcanzaron su paroxismo en 1943, como si todo fuera viento en popa. En enero la Fira estrenó una muestra de la Obra Sindical del hogar. La Urbanización Meridiana era el hito, si bien las noticias ahondaban más en otros parajes a colonizar para exhibir la fortaleza régimen, con sus tentáculos enfocados en la reconstrucción del Barrio Chino a través de la Gran Vía de García Morato para acabar con los bloques antihigiénicos del Distrito V, convertidos, por arte de magia, en hogares cristianos, dignos y españoles, liquidadores de todas esas callecitas de vicio adyacente al puerto como Perecamps, Cid, Arc del Teatre o el carrer del Migdia, hoy desaparecidos o muy escuchimizados en su trayectoria, algo reforzado por el seguimiento democrático de esa idea con la rambla del Raval.

La energía sanadora seguía con un barrio para funcionarios en Pedralbes, el actual pueblito de Nostra senyora de la Mercè, y habitáculos para los trabajadores del Mercado Central del Born en la Barceloneta. Con el paso de los días reaparece en la tinta la Urbanización Meridiana, remarcándose su carácter de planta baja y piso, bloques de varias plantas con escalera común, jardines, lavaderos con trescientos litros de capacidad y un precio estimado entre treinta y tres mil y cuarenta y cinco mil pesetas.

La trascendencia del conjunto se expresa por sus ilustres visitantes. El 30 de marzo acudió el General Moscardó, uno de los ídolos de la era totalitaria del Franquismo. Tener sus pies a la vera de Camp de l’Arpa, en ese magma aún inconcreto en ciernes hacia otro paradigma, era un primor. La cosa iba en serio, y para demostrarlo la compañía de tranvías adquirió dos bloques, signo indudable de su pujanza durante la primera mitad del Novecientos, pues en los años veinte su cooperativa consiguió edificar en el passatge de l’Arquitecte Millás, hacia la Meridiana, pero en las cercanías de Pi i Molist. 

Al fin se entregaron las primeras llaves, sonó la fanfarria y pudo venderse la promoción como un éxito rotundo. Sin embargo, quedaban flecos y se omitían entresijos de la operación, como su espíritu falangista en la estela social de José Antonio y el nombre del arquitecto, quien tras los fastos reincidiría en el empeño años más tarde, siempre adaptándose a los tiempos y con mayor fealdad estética. Nadie es perfecto. 

Share.
Leave A Reply