El doctor Francisco Álvarez tiene 68 años y trabaja en el Hospital del Mar de Barcelona como intensivista, pero nunca se había visto en la UCI como paciente. Se encarga de tareas de dirección, formación de alumnos en prácticas y control de calidad de la asistencia de enfermos críticos. Fue el viernes 13 de marzo cuando se empezó a encontrar mal en casa y sospechó que podía tener Covid. “Tuve la desgracia de coger el virus, soy de los primeros casos que llegaron al hospital. Días anteriores había tenido mucha actividad y estuve en Madrid como asesor del Ministerio de Sanidad”. Al principio tenía fiebre, pero los problemas respiratorios le obligaron a ingresar en el hospital el 23 de marzo. “La situación en el hospital era un poco caótica y yo notaba que estaba peor. Cada 12 horas venía un equipo de gente diferente, me encontré con mi dermatóloga y con gente con un nivel de conocimiento limitado porque no teníamos tratamiento para este virus”.

Francisco conocía todo lo que se estaba tomando y no sabía si funcionaría. Empeoró y lo tuvieron que bajar a la UCI para proporcionarle oxígeno de alto flujo a través de unas gafas nasales conectadas a una máquina. “Estuve de gravedad media, sin necesidad de ventilación mecánica. He reflexionado sobre mi experiencia y la podría dividir en tres etapas. La primera fue de aceptación y resignación. Yo me dedico a las infecciones en la UCI, es mi tema. Más tarde o más temprano estaremos en contacto con este virus y, si no lo pasas muy grave, es bueno para tener anticuerpos. Pensaba que, si era como una gripe, como pasa con la mayoría de casos, en unos siete días haría vida normal. En el momento en que vi que tenía insuficiencia respiratoria pasé a la segunda fase, la del miedo. Ya había visto a pacientes con insuficiencia respiratoria aguda muy importante que acababan intubados, dormidos, sedados y dos o tres semanas conectados a un respirador. Salían muy deteriorados. Una vez en la UCI viví el cariño de todo el personal de enfermería y, por eso, la tercera etapa es la de la gratitud, por todo lo bien que me habían tratado”.

Francisco era consciente de lo que pasaba a su alrededor porque, dentro de la UCI, era de los que estaban mejor y conocía al equipo. Como no había sanitarios suficientes, una gran parte la reclutaron de consultas externas. “Sentí, sobre todo por las noches, que estaban llorando, casi escondidos. Me dio un poco de pena. La gente aguantaba, pero yo les veía sufriendo muchísimo porque no estaban acostumbrados a tratar a enfermos graves y allá la mitad estaban intubados”.

De su experiencia durante los cuatro días que pasó en la UCI, recuerda el momento de la evacuación de la higiene personal. “Es una situación para la que no estás preparado ni acostumbrado. La he vivido toda la vida con los pacientes, pero es una cosa que no olvidaré”. En momentos así, en que estás grave, no puedes ir al lavabo, no hay visitas familiares y solo esperas en una cama, el detalle de una compañera que le regaló una tableta de chocolate, porque sabía que le gusta mucho, le emocionó. “La comida en el hospital no es muy buena, y este chocolate lo administré como si fuera un tesoro”.

Cuando Francisco se estabilizó, le subieron a planta. La presión asistencial, sus conocimientos médicos y la evolución favorable, hicieron que a los cuatro días pidiera volver a casa y continuó con un seguimiento hospitalario telefónico. En dos semanas ya hacía vida “casi normal” y a principios de mayo, después de un mes y medio de baja, volvió al trabajo. Ahora, casi sin secuelas, trabaja telemáticamente y va al hospital como profesor. Confiesa que tiene cierto “miedo” a los rebrotes, por él mismo y por la organización de la docencia, ante la posibilidad de tener que cambiar todo el sistema de prácticas y hacerlas online. “En medicina, tenemos que tener contacto con los enfermos. Si tenemos que hacer prácticas online, no es lo mismo que tocar al enfermo, hablar, dejarles la historia clínica, hacer preguntas a los estudiantes y estimularlos”.

Sandra Inestal es infermera de Urgencies en el Hospital Santa Tecla de Tarragona | Cedida per l’entrevistada

 

Sandra Inestal es enfermera de Urgencias en el Hospital Santa Tecla de Tarragona, donde trabaja desde hace 13 años. No sabe al cien por cien en qué momento se contagió, pero la última semana de marzo y la primera de abril fueron especialmente complicadas. “A Urgencias iban todos los pacientes Covid, porque no había sitio en la UCI. Eran pacientes graves y no subían a planta. Los que nos contagiamos en mi servicio, lo hicimos en estas semanas más fuertes en Tarragona”.

El martes 7 de abril Sandra notó que se ahogaba. El fin de semana, que tenía fiesta, se había quedado en casa porque estaba muy cansada y tuvo un día de diarrea, pero se le pasó y no lo relacionó con Covid. El lunes fue a trabajar y una compañera le dijo que se estaba ahogando mientras subía las escaleras, pero iba tan agobiada que no le dio importancia. El martes, al comunicar su estado en el hospital, le hicieron una radiografía y en la placa salió que tenía neumonía, por la que tuvo que estar ingresada una semana.

Me sabía mal dar más trabajo a los compañeros

Sandra recuerda aquellos días con cierto malestar por ocupar una cama en un momento de máximo estrés en que no se conseguía controlar el virus y en que las enfermeras eran esenciales. “A mí me sabía muy mal que los compañeros tuvieran mucho trabajo y que yo estuviera allá dando más trabajo, que al final no daba tanto trabajo porque no necesité oxígeno y era una habitación muy fácil de llevar. Y cuando me dieron el alta la sensación era la de: ‘Os dejo aquí colgados y me voy como mínimo un mes’”. En la habitación, coincidió con un compañero médico a quien también tuvieron que ingresar por Covid. Les preguntaron si querían compartirla y, como solo se podían comunicar con el exterior por teléfono, pasar esos días juntos les ayudó a soportar mejor la enfermedad.

Sandra estuvo dos semanas más en aislamiento en casa. La primera vez que salió a la calle, después de casi un mes sin moverse, quedó sorprendida. “Fue un logro caminar. La secuela que me había quedado era que me ahogaba. Hasta hace un mes, cuando hacía esfuerzos, notaba como una presión y un malestar respiratorio”.
Volvió al Santa Tecla el 7 de mayo. Reconoce que al principio no era capaz de hacer la misma actividad en Urgencias. “Son muchas horas de pie arriba y abajo. El primer día de trabajo fue fastidioso, pero después fue muy bien”. Describe los meses de marzo y abril como una convivencia con el miedo y la tensión. “Era un virus que no conocía nadie y todo el procedimiento con el paciente era bastante nuevo. Había cierta tensión cuando llegaba el paciente, de ‘lo estoy haciendo bien, me estoy lavando las manos, me estoy poniendo bien el traje…’”.

En estas circunstancias, admite que lo mejor que le pasó fue no convivir con nadie. “Es más fácil vivir sola en casa: llegar, ducharte, lavar la ropa y no salir hasta el día siguiente. La gente que tiene pareja, marido, hijos o que vive con sus padres tenía más miedo que los que vivimos solos”. Saber que durante un tiempo tiene anticuerpos que tendrían que evitar que se contagie, le hace ir con más tranquilidad que los primeros meses de la pandemia. “Atiendes al paciente sin aquella presión previa”, asegura. En su servicio de urgencias, en el que trabajan unas 90 personas, se han contagiado ocho sanitarios, de los cuales cuatro han tenido que ser ingresados.

La gran diferencia entre abril y octubre es que “en la época Covid solo había Covid. Ahora en Urgencias tienes todo tipo de pacientes: con ictus, huesos rotos, dolor de estómago, infartos, niños con mocos… Lo complicado para mí es que no sabes si el paciente que viene de casa lo tiene o no lo tiene porque no lo tiene diagnosticado”.

Las cifras

Según datos del Ministerio de Sanidad, el número de profesionales sanitarios positivos por Covid hasta el 7 de octubre es de 64.845, cifra que supone el 7,64 por ciento del total de contagios, que alcanzan los 848.324 confirmados por PCR. Cataluña es la comunidad autónoma que acumula más positivos, con 1.999 sanitarios contagiados, seguida de Castilla y León (1.571), Comunidad Valenciana (1.489), Castilla-La Mancha (1.487) y Madrid (1.458).

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