Los espacios pueden leerse de mil maneras. El passatge de Canadell siempre ha sido uno de mis favoritos de esta zona, sobre todo por cómo se proyecta hacia el infinito lapidado por un bloque del carrer Padilla, pues casi siempre lo acometo desde Castillejos, adyacente a dos inmuebles producto de la Ley Salmón de 1935, más tarde bendecida por el Franquismo.

La fecha no es en absoluto casual. En el primer tramo de esta travesía hay dos villitas de 1936, y hace tiempo, cuando surgían algunas preguntas del entorno, me admiraba pensar en ese momento, justo antes de la Guerra, un milagro su supervivencia, prodigiosa la casualidad desde el detalle.

El pasaje de Canadell | Jordi Corominas

No sé cómo se denominan a sí mismos los habitantes del mal llamado barrio de la Sagrada Familia. Canadell se situaría en uno de tantos limbos urbanos. El núcleo primigenio de estos terrenos, el Poblet, abarca de Nápoles a Cartagena y de Aragón a Rosselló. Nuestro pasaje, comprendido en la particular manzana de Rosselló, Padilla, Castillejos y Còrsega, pertenecería a otro ámbito muy indeterminado, sólo cuatro cuadrículas del Eixample, la de Cartagena con Còrsega al fin cubierta en todos sus ángulos con casas Salmón de Benavent de Barberà, de quién volveremos a hablar en estas entregas. La hueca de avinguda Gaudí, Padilla, Castillejos, Còrsega, Industria es un privilegio de racionalismo a cargo de Jaume Mestre Fosses, con la Ginestà de Gaudí con Còrsega, desde mi humilde opinión a ponderar mucho más en la lista de honor barcelonesa, y Sala Viladot de Gaudí con Castillejos, ese cruce contranatura.

El trecho de Còrsega como pantalla del passatge de Canadell tiene talleres mecánicos y regusto a pequeñas fábricas, es una perversión para el Eixample. El de Padilla sobresale en su esquina por la contradicción de una finca tremendista y dos villitas casi propulsadas en descenso desde la rareza de la esquina, un clásico qué está pasando aquí, confirmado, no podía ser de otra manera, por un cotejo de mapas. La tercera posibilidad de una frontera en este análisis paseado. ¿Lo sospechabas? Sí, un torrente.

La semana pasada lo insinué. Faura, tan poco investigado y por eso encaprichado en romper el hilo lógico de la explicación. Ahora debía desarrollar lo de Canadell, esa saga con una fábrica en los aledaños del futuro pasaje, ubicada en una antigua propiedad rural, la torre Regàs, fundamental por tener el único camino de los alrededores hacia la travessera de Gràcia. ¿Lo determinaría Faura?

El pasaje de Casanovas, o torrente de Faura, con Travessera de Gracia | Jordi Corominas

Este apellido y servidor nos conocemos desde hace bastante tiempo, pero hasta la meditación de este texto, muy reposada entre andares para corroborar y suscitarme más interrogantes, no había contemplado sacarlo a la palestra, aunque si os soy sincero sí era mi intención que esta serie flotara entre ese cuarteto anónimo por barrio y el Baix Guinardó.

No deja de ser significativa la referencia a la travessera de Gràcia. Sin alcanzar los extremos de passeig Maragall con Pare Claret, donde se entrecruzan la carretera de Horta, la de Sant Andreu a Barcelona, la de la Montaña y antes la de Gràcia, este punto divide dos mundos. Faura emergía del Mas Casanovas, uno de los linajes más ilustres de esos parajes, con posesiones en Camp de l’Arpa y desde su emblemática masía, bien rodeada de líquido elemento, hasta la Font d’en Fargues. Desde, sin ser milimétricamente precisos, la actual escuela, conservando el aspecto del viejo hotel distante y adúltero, surgía el embrión para distintos ramales. Esto facilita entender por qué Faura, en una de sus resistencias aún perceptible, adopta el nombre de passatge de Casanovas, un bifásico a la vera de Padilla, donde se desviaba de su origen, como atestigua una de esas rejas angostas, a priori sinsentido.

Sus dos sectores son metáforas entre la negligencia y lo aparente. El primero es un reducto de enorme belleza por sus casitas, habitadas por paquistaníes. Algunos de sus números están escritos a mano y un demacrado edificio noucentista cobija el conjunto, un agujero negro, no desde la estética, sino por cómo nadie se preocupa por esa realidad paralela de un pasado olvidado.

El pasaje de Casanovas, torrente de Faura, con Rosalía de Castro | Jordi Corominas

Faura se tapia y desaparece hasta la travessera de Gràcia, está impedida en su trayecto por el Hospital de Sant Pau. Esta resurrección del passatge de Casanovas es alucinante por la acumulación de la última centuria. Su despedida de la superficie acaece en la salida de un gimnasio, y si no fuera por el deporte quizá sería un aparcamiento. Resurge, para morir, desde esta perspectiva, con la visión trasera la Mutualitat de l’Aliança, de Domènech i Mansana, de legado en vía Laietana, retiro dorado de arquitecto municipal en Santa María de Palautordera; este repertorio, no sólo clínico, es de remarcar por su estatua a Eduardo Dato, de cuyo asesinato se cumplen cien años estos días, y su condición de miembro de la trilogía sanitaria del vecindario junto al ínclito Sant Pau y la Cruz Roja de Dos de Mayo.

Cuando Casanovas se va no sé si algo se muere en el alma, tampoco conviene exagerar. La travessera tenía abolengo real y antes de la Sagrada Familia y la eixamplización de ese Sant Martí asilvestrado Faura atacaba muy bravo el chaflán de Industria; en la manzana de Canadell ya tomaba una forma hacia su colisión en Castillejos con Provença junto a otros dos amigos no introducidos en esta ecuación hasta esta misma palabra para no crear mayor entuerto: la isla posterior a Canadell era atravesada por el torrent de Milans, asimismo hacia su sepulcro como Faura, ambos de la mano en ver la luz y expirar, en la carretera de Horta.

En azul el curso del torrente de Faura, en rojo la manzana correspondiente al pasaje de Canadell, en Amarillo el lugar de la gran colisión.

La elección de enfocar el Canadell desde un curso fluvial legible en la cartografía propicia aprehender la configuración del paisaje, así como delimitar sus confines desde otros parámetros. La cuadrícula debajo de Canadell es Carsi. Ah, los bautizos y los pasajes, debidos a sus propietarios, a memorias de rutas extintas, recurso para perfilar las raíces, el passatge de Igualtat nos conduce a cómo se llamaba Cartagena, y a veces placa arbitraria para aumentar el nomenclátor femenino. Carsi es hasta poético y es un cul-de-sac, un atzucac en catalán, eso sí, anchísimo, a diferencia del Canadell, de lírica hacia la línea recta, hermanos en su letra de abecedario y en ser los mayordomos de la colisión de Faura y Milans con la carretera de Horta, el apocalipsis, prístino Hic sunt dracones.

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