La pandemia ha acelerado nuevos lazos sociales que ya se apuntaban en las dos primeras décadas del siglo. Klaus Schwab, fundador y presidente ejecutivo del Foro Económico Mundial de Davos, ha titulado su último libro: “COVID-19, el Gran Reinicio” lema también de la edición del Foro 2021. Schwab está convencido de que la COVID-19 será la oportunidad perfecta para acelerar esa transformación. Es una llamada al cambio de políticas en la era post-pandemia y las claves para ese reseteo del sistema están claras: automatización, informatización y robotización general. En la línea de lo que Yann Moulier-Boutang formuló como capitalismo cognitivo.

La efervescencia de lo virtual, que ha alcanzado todos los ámbitos de nuestra vida (trabajo, ocio, sexualidad, educación, salud) ha hecho que algunas empresas lo hayan notado en la subida de su cotización: Zoom, Netflix, Facebook, Amazon o Slack. Todas ellas permiten el teletrabajo o el ocio doméstico. Otras, más dependientes de suministros o mano de obra directa y presencial (salvo las ligadas a la alimentación), se han visto en apuros o directamente obligadas a cerrar.

En España, antes de la pandemia, tan solo un 7,5% de los trabajadores lo hacían en la modalidad de teletrabajo, hoy el Banco de España calcula que ya son un 30,6% de los empleos. El futuro a corto y medio plazo es evidente que va a ser un modelo de relaciones laborales híbrido, como señalo en mi libro “El mundo pos-COVID. Entre la presencia y lo virtual” (Ned). Algunas empresas tecnológicas como Twitter o Dropbox ya han anunciado un modelo llamado virtual first, donde sus empleados trabajarán en remoto, pero tendrán que acudir a la oficina en algunas ocasiones para reuniones.

La paradoja, que la pandemia ha visibilizado como nunca, es que los más vulnerables están obligados a poner el cuerpo en su trabajo (esencial) cuando, sin embargo, para muchos de ellos la oferta a la que pueden acceder en la educación, en la atención social o en la salud será, cada vez más, virtual, quedando la presencia como un objeto de lujo, sólo al alcance de unos pocos que puedan pagarla. Para la mayoría de la población, lo digital se convertirá en su sustituto low cost. La IA y sus algoritmos trabajan para hacernos más fácil y cómoda la vida, pero ello, como bien saben los ejecutivos de Sillicon Valley, es una promesa incompatible en buena parte con el cuerpo a cuerpo.

Esa conexión non stop que exige nuestra actual economía del conocimiento ha borrado la frágil separación que quedaba entre lo personal y lo laboral. La desaparición de los límites entre vida profesional y privada, o lo que Blake Ashforth, describe como “actividades que cruzan los límites”, tiene consecuencias psicológicas indudables que se manifiestan de diversas maneras: desde distracciones en la tarea, agotamiento y en algunos casos problemas más graves de salud mental. Hay, además, una brecha de género clara, ya que las mujeres acumulan más cargas de trabajo.

Para la nueva revolución industrial inteligente 4.0, la explotación es un privilegio que cuenta, en muchas ocasiones, con el propio consentimiento del sujeto, una nueva modalidad de servidumbre voluntaria -vean si no el rechazo de los empleados de Amazon a constituir su propio sindicato, para alegría de la empresa. En su primer año laboral en Goldman Sachs, los analistas junior trabajan un promedio de 95 horas a la semana. Les quedan unas 5 horas diarias para dormir. Cifras curiosas en estos tiempos de creciente robotización, donde se supone que los algoritmos nos harían la vida más fácil. Tienen suerte porque, en el otro extremo de la escala social, hallamos millones de trabajadores con horarios similares (incluyendo largos desplazamientos) y con ingresos significativamente más bajos. Si en los primeros se observa un aumento de las conductas suicidas y consumos de psicoestimulantes, en los segundos crecen los abusos de otras sustancias, preferentemente alcohol.

Otro efecto del teletrabajo pandémico es lo que se conoce como Burn out, cuadro de angustia, fatiga y decaimiento que se produce, sobre todo, en situaciones prolongadas de aislamiento. Trabajar solos favorece este sentimiento de “quemado profesional”, ya que la soledad nos confronta con la angustia que toda tarea implica: sus conflictos, el miedo a fallar, la evaluación de los errores. Todo ello, en el marco del trabajo presencial, se aborda más fácilmente en contextos formales (reuniones) o informales (pasillos, comidas conjuntas, café a la salida). En la soledad, el teletrabajo produce una repetición, al estilo del día de la marmota, que mortifica el deseo y aumenta la angustia.

Algunas ideas para aliviar estas consecuencias. La primera: crear algunos límites físicos que introduzcan la diferencia entre esa mismidad asfixiante. Desde vestirse para trabajar, dejando los hábitos caseros, hasta dedicar un tiempo al ejercicio físico o habilitar, si es posible, un espacio de trabajo separado en el hogar. También conviene respetar los límites temporales -espacio y tiempo son dos claves para ordenar nuestras vidas- para no borrar los tiempos del ocio, el negocio y la vida familiar. Y, sobre todo, mantener la conexión con los otros de manera presencial.

El filósofo Luciano Floridi (The fourth revolution) y otros autores como Daniel Innerarity señalan que el reto que tenemos ante nosotros no es tanto el que puedan presentar las innovaciones tecnológicas como tales, sino el que plantea la propia gobernanza de lo digital.

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1 comentari

  1. Maria Sacasas on

    Muy buen artículo y como siempre, inmerso en la realidad, J. Ramón. Me dedico a la resolución de conflictos entre la ciudadanía. Estoy pensando en hacer un estudio sobre el aumento de conflictos vecinales por los ruidos que dificultan el teletrabajo. Si antes salíamos a la oficina, no oíamos el perro del vecino, ni la música del piso de arriba, … Ahora conjugamos el trabajo, con el ruido de la lavadora, que si es
    “nuestra lavadora” no molesta tanto como si es la del vecino de arriba. … Solo para reflexionar

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