Hija y nieta de refugiados que habían huido a Francia después de la Guerra Civil, Núria Casals (Barcelona, 1951) creció en el barrio del Clot en el seno de una familia con creencias comunistas y anarquistas, puesto que su padre había luchado con el POUM y su abuelo materno, a quien no llegó a conocer, era de la CNT. “Ser de familia de republicanos, perdedores de la guerra, y con un tipo de cultura muy popular, de grupos de excursionistas, de abajo y de socializar mucho, me ha marcado en un tipo de carácter y de actitud ante la vida de defensa de las injusticias, de pensar que otro mundo es posible y que merece la pena luchar”.

Cuando acabó la enseñanza primaria con 11 años, en un momento en que las chicas de su entorno pasaban a hacer corte y confección o comercio, Nuria Casals hizo el bachiller en un nuevo instituto de la Verneda, cerca de casa. Su familia era de ideología progresista, pero los roles de género estaban muy marcados y eso, ya de adolescente, le hacía cuestionarse por qué existían estas diferencias. “Eran el resultado típico de la época. Mi padre, que era un encanto de persona y trabajador, no había entrado nunca a la cocina. Entonces empiezas a hacerte mayor y te vas empezando como a enfadar y a hacerte preguntas. ¿Por qué una mujer no puede hacer determinadas carreras?”.

En los últimos cursos de instituto tuvo como profesora a Angeleta Ferrer, hija de la pedagoga Rosa Sensat. “Esta mujer, que ya era mayor, daba clase de Ciencias y tenía una manera diferente de enseñar, de vivir y de querer a las alumnas. Era un valorarnos a nosotras mismas que chocaba mucho con el autoritarismo del director. Las chicas más mayores empezamos a hacer debates y actividades y, cuando tenía 16 años, vino a un festival de música Lluís Llach, que entonces no era conocido, y cantó ‘El bandoler’. Yo estaba entusiasmada. De alguna manera, conectas con el hilo que te lleva a tus padres y vas viendo que ese camino te gusta, en un instituto donde había mucha variedad de gente y muchos eran hijos de franquistas”.

“El movimiento feminista significó mucho en el ámbito emocional en este momento, es lo que ahora llamamos sororidad. Teníamos una vitalidad para tomar las riendas de nuestras vidas y esa sensación que te da entenderte y entender la otra” | Pol Rius

El peritaje químico, un mundon de hombres

Con 17 años, trabajó durante el día y fue a clase en horario nocturno. Estudió peritaje químico en una academia, Unitech, que preparaba al alumnado para hacer los exámenes en la Escuela Industrial. Se trataba de un oficio en que prácticamente no había mujeres, y lo mismo ocurría en los laboratorios en los que empezó a trabajar, primero como auxiliar en Sandoz y después como ayudante en Puig.

En paralelo, se aproximó a la lucha antifranquista. En la academia recibió unas hojas informativas sobre el proceso de Burgos en diciembre de 1970, y aquel Consejo de Guerra en plena dictadura la inquietó. Fue a una concentración en contra del juicio en la plaza Catalunya de Barcelona, pese a la oposición de sus padres, que tenían miedo de que le pasara algo. Era un momento de efervescencia juvenil y de necesidad de crear la propia identidad. Salía con un chico a quien en casa veían con recelo y con quien se casó, y se fue acercando a un partido, Movimiento Comunista (MC). “Era como estar a la izquierda de la Unión Soviética, en el sentido de que no querías un tipo de comunismo más tradicional”.

La detención del anarquista y antifascista Salvador Puig Antich en septiembre de 1973 y la ejecución en marzo de 1974, la marcaron mucho, y poco a poco se fue dirigiendo hacia la clandestinidad. “Fue como entrar en otro mundo, con gente que estaba organizada. Un día guardas unos papeles, otro guardas a alguien a casa… Si hubiéramos quedado entonces una quizás habría llevado un pan bajo el brazo y la otra una gorra o algo para identificarnos. Quizás me habrías preguntado por una calle y yo habría contestado con una consigna. Se tenía que confirmar que era aquella persona”.

“Ocupamos la fábrica y las compañeras tuvieron un papel dirigente precioso, aquello fue como una escuela de aprender a hablar, a verbalizar, colectivizar y a hablar de todo” | Pol Rius

Dentro del grupo de jóvenes de la Unión Excursionista de Catalunya (UEC) del barrio de Gracia, participaba en lecturas políticas sobre marxismo, trabajo o sexo. “Es curioso como socializas por varios lados. Discutimos el libro “El segundo sexo”, de Simone de Beauvoir. A mí este libro me tocó mucho, conectó con una parte de mí. Frases como “La mujer no nace, la mujer se hace”, me encendieron la luz roja. ¿Por qué hay unos papeles establecidos, por qué hay unos roles como mujer, por qué mi padre no entra a la cocina, por qué se extrañan de que no haya estudiado corte y confección?”.

Influenciada por MC y convencida de que se tenía que hacer la revolución desde abajo, decidió dejar el laboratorio por la fábrica: “Si teníamos que cambiar el mundo, teníamos que dedicarnos a cambiar el mundo apasionadamente”. Entró en una cadena de montaje en la empresa de electrónica Lavis, después en Elbe y en AFA, donde trabajaban cerca de 500 personas y donde estuvo ocho años. En 1975 ya formaba parte de las comisiones obreras de la fábrica y se presentó como delegada en el todavía sindicato vertical, dentro de una agrupación del metal especializada en electricidad y electrónica, y esto le puso en contacto con otro mundo de gente activista que hacía asambleas en los pasillos.

“Fue una experiencia muy interesante de lucha, en el momento justo de la transición, después de matar a Puig Antich. A mí todo me justificaba que merecía la pena dedicarte a cambiar el mundo, a echar a la dictadura, a luchar por los derechos de las personas, a gritar ‘Libertad, Amnistía y Estatut de Autonomía’. Fue también el momento del despertar del feminismo. Todo estaba vinculado”.

Cuando una mujer habla, la juzgan

De las primeras discusiones sindicales, Núria Casals recuerda la minoría de las mujeres y la presupuesta sabiduría de los hombres. “En un mundo así, donde los hombres hablan tanto y se escuchan tanto y lo saben todo, yo no me atrevía a pedir la palabra porque me moría de vergüenza. Una compañera me dijo: “Mira, tenemos que hablar, y yo tampoco me atrevo, pero me atrevo a levantar la mano y a pedir la palabra por ti”. No sé qué dije, pero rompí un poco el hielo, y entonces me di cuenta de una cosa, de que cuando un hombre habla escuchan lo que dice y cuando habla una mujer miran cómo es aquella mujer, ya te están analizando y te están juzgando. Si eres alta, baja, gorda, delgada, fea, si tienes el pelo bien o si lo llevas mal, lo que menos importa es lo que dices, y esto lo notas, lo notas en la piel porque notas como te miran. Te están cuestionando, como diciendo “y ahora, esta, ¿a qué viene?””.

Después de la muerte de Franco se organizó en Catalunya la primera asamblea de Comisiones Obreras y Núria Casals entró en el Secretariado. El año 1976 se creó la Secretaría de la Mujer de CCOO de Catalunya, pese a la oposición del sector más conservador, y la responsable escogida fue Núria Casals, que ejerció el cargo durante 10 años.

“Yo ahora veo estos 8 de marzo tan maravillosos, con tanta gente joven y tanta gente encantadora, y tengo la ilusión de poder decir: “Hemos avanzado”” | Pol Rius

Con motivo de las primeras Jornadas Catalanas de la Mujer el mayo de 1976, asistió en nombre de Comisiones Obreras a hacer acto de presencia. “Yo no estaba vinculada al movimiento feminista, ya tenía basta trabajo con el sindicato. También estaba la duda de si pesa más ser trabajadora o ser mujer porque, dentro del movimiento obrero, había ciertos prejuicios sobre que el feminismo tenía aspectos muy burgueses, y aquellas jornadas para mí fueron claves. Cuando vi a tantas mujeres juntas de todas partes hablando de temas tan diversos, de sexualidad, de trabajo, y vi que aquello era política también, que era una manera de cambiar el mundo, que allá había gente de todas partes y que el vínculo que nos unía era muy fuerte, me sacudió muchísimo”.

Núria Casals, primera secretaria de la Dona de CCOO |Arxiu Històric de CCOO de Catalunya

“Fue un cambio que me atravesó, era entender que aquello era muy importante para mi vida pero también para la vida colectiva, y que era una manera de enfocar el cambio de otro mundo. Volví superrevolucionada, tanto en AFA como en el sindicato. No sé si éramos conscientes del cirio que montamos entonces en la empresa, fue muy bonito. Las compañeras tenían una mentalidad, para mí, poco política, pero nos empezamos a reunir, en una iglesia o donde fuera, grupos de 15, 20 o 30. Hablábamos de todo, de sexualidad, de género, de hijos, y yo me ponía nerviosa porque no hablábamos de hacer huelga, pero entendía que para ellas y para mí estas reuniones eran una necesidad. Era compartir la vida al margen de la vida del trabajo, pero que también la llevas al trabajo”.

Más allá de la igualdad salarial

“Dentro de la empresa nos trataban diferente por ser mujeres, porque nos pagaban diferente y nos atribuían trabajos diferentes. Pusimos una denuncia para cobrar igual que los compañeros y la ganamos, pero se montó una pelea con algunos compañeros que ni te explico. Te decían: “Si tú tienes que cobrar lo mismo que yo, esto quiere decir que mi trabajo se desvaloriza”. Aprendes a entender que es una mirada patriarcal; esto lo digo hoy, en aquel momento te plantabas ante el compañero y le decías: “¿Pero tú que te has pensado?”. Evidentemente, había hombres que nos apoyaban, no todo era tan negativo”.

Además de la igualdad salarial, las mujeres pedían ser incluidas en empleos que entonces se les tenían prohibidos, como el trabajo nocturno, acceder a las minas o manipular productos peligrosos. “Teníamos que mejorar las condiciones laborales para todos, los trabajos tenían que ser seguros para todo el mundo, y esto representó una cantidad de discusiones y una riqueza muy grande”. Se pusieron sobre la mesa debates hasta entonces inexistentes, como el acoso sexual en el trabajo, el divorcio o el derecho al aborto, con la argumentación de que se tenían que apoyar leyes progresistas porque los derechos estaban todos vinculados.

El año 1978 fue escogida miembro del Secretariado Confederal de CCOO, por lo cual tuvo que viajar a menudo a Madrid. En la Ejecutiva Confederal había caras conocidas cómo Marcelino, Camacho, Julián Ariza o Nicolás Sartorius, y Nuria Casals, una mujer que formaba parte de la minoría de MC, reconoce que se sentía insegura: “Tenía miedo a no dar la talla, y además parecía que tuviéramos que tener la solución de todo. Yo creo que lo que más daño ha hecho a las mujeres es la poca confianza en nosotras mismas, y este terreno lo tienes que trabajar. ¿Y qué te da confianza? Poder estar con otras mujeres, poderlo compartir”.

“Si teníamos que cambiar el mundo, teníamos que dedicarnos a cambiar el mundo apasionadamente” | Pol Rius

Los debates sobre los Pactos de la Moncloa en plena transición, que tuvieron el apoyo mayoritario de CCOO, fueron especialmente complicados. “Eran interminables, pero si te oponías, como nosotros, te desautorizaban y te decían: “No veis la realidad de la clase obrera” o “Le aconsejo a la compañera que se lo haga mirar”. Fueron años de sufrimiento, y al mismo tiempo, muy bonitos e intensos, con una cantidad de experiencias superpositivas y de vínculo con el movimiento feminista”.

Las diferentes delegadas plantearon hacer asambleas de mujeres delegadas para tener más fuerza. “Notábamos que cuando hacíamos cosas mixtas, quienes pedía la palabra, quien hablaba, quien dirigía, seguían siendo los hombres. Tuvimos que picar piedra y fue duro, porque había quien se reía dentro del sindicato y no le daba importancia. En la discusión sobre el acoso sexual había quien nos decía que éramos radicales y que estábamos dividiendo a la clase obrera. Después de 40 años te das cuenta de que fue muy importante poner en marcha las secretarías y sacarlas adelante. Yo estuve dos periodos y después salí quemada y cansada”.

| Arxiu Històric de CCOO de Catalunya
En AFA hubo más de tres años de lucha sindical antes de que la factoría cerrara. “Ocupamos la fábrica y las compañeras tuvieron un papel dirigente precioso, aquello fue como una escuela de aprender a charlar, a verbalizar, a colectivizar y a habla de todo. El movimiento feminista significó mucho a nivel emocional en este momento, es lo que ahora llamamos sororidad y que en aquel momento no le llamábamos nada, le llamábamos estar entre mujeres. Teníamos una vitalidad para coger las riendas de nuestras vidas y aquella sensación que te da entenderte y entender a la otra”.

Dentro del sindicato y en el debate sobre la sexualidad, Núria Casals tuvo que toparse con otra reivindicación, la del lesbianismo, puesto que a algunos miembros les costaba entender esta opción y lo veían como una radicalidad más. “Tú ya puedes hacer el discurso más correcto posible, pero era pesado, y el sindicato también se iba institucionalizando. Mientras tanto, empezábamos a ponernos de acuerdo las lesbianas para dar visibilidad a las diversas opciones sexuales, y esto era aire fresco”.

Núria Casals se fue alejando del sindicato progresivamente y se dedicó más al feminismo, primero en la Coordinadora Feminista y después en Ca la Dona. “Mi militancia hoy pasa por el movimiento feminista, que es donde cargo pilas, donde yo me siento más cómoda”. Recuerda cómo ha evolucionado el Día de la Mujer Trabajadora en los últimos 40 años, que ha pasado de ser una jornada minoritaria a una reivindicación masiva, y siente orgullo de cómo han cambiado algunas cosas: “Yo ahora veo estos 8 de marzo tan maravillosos, con tanta gente joven y tanta gente encantadora, y tengo la ilusión de poder decir: “Hemos avanzado””.

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