“103, un número sobre la puerta, un número asociado al pánico que, pensé en aquel momento, ya sería para siempre un número maldito en mi recuerdo. Al final, resultaría el refugio que me permitiría salir del pozo donde había caído”. Así recordaba Fernando Domínguez la habitación en la que estuvo intubado. En total, pasó 18 días de incertidumbres y aprendizajes en el hospital, de los que ha dejado constancia en la misiva “Agradecer. Sobre miedos, personas y humanidad (Pegamento de vida)”.
Acudió a Urgencias del Hospital de Bellvitge el 13 de marzo de 2020, tras varios días de fiebre y cansancio. Recuerda que le aislaron en un box, guardaron la ropa en bolsas, le pusieron una bata y le estiraron en la cama. A partir de ahí, y sin saber precisar durante cuánto tiempo, vinieron el miedo, la diarrea y la morfina. Cuando recuperó la consciencia, notó algo en la boca que no le permitía hablar y sintió los brazos atados a la cama. “Es por tu seguridad”, le dijeron.
“Con la boca ocupada por un tubo no se puede hablar, así que la voluntad de algunas enfermeras intentaba superar el inconveniente. La paciencia, la suya, hacía que al final consiguiéramos entendernos”, relató en la carta Fernando, arquitecto de profesión y vecino de El Prat de Llobregat. Ahora que han pasado 16 meses, reconoce que no es algo que tenga muy presente en su día a día: “Revives más la situación cuando se repite en alguien que tú conoces”.
Cuando todavía estaba atado a la cama, se fijaba en los ojos de las enfermeras, del doctor, de la doctora, del celador, porque sus ojos eran lo único que podía ver tras los equipos de protección, las gafas y las mascarillas, pero las sensaciones iban más allá de las miradas. Gwen, la enfermera de rasgos asiáticos (después supo que era de China), le tomó la mano y a Fernando le hizo sentir que “afuera había un mundo”.
Salió de la UCI entre aplausos
Nueve días después de entrar al hospital y todavía débil, Fernando salió de la UCI entre aplausos de los sanitarios, que le confesaron que necesitaban un caso como el suyo, ya que hasta ahora solo había fallecidos por Covid en cuidados intensivos. A partir de ahí, su recuperación transcurrió en las plantas 16 y 11.
La primera vez que intentó escribir su nombre, apenas pudo con la primera letra. Tuvo varias primeras veces: caminar de nuevo, beber agua, levantarse de la cama, ducharse… “En mi caso, fui recuperándome. He tenido mucha suerte, salí del hospital por mi propio pie. Conozco a amigos que todavía tienen dificultades para caminar o que tienen que hacerlo con una férula. Mi sensación física es que hago una vida supuestamente normal de una persona de 62 años”.
Con el tiempo, lo que más aprecia de los pequeños momentos cotidianos es la ducha. El primer día que pudo asearse por sí solo en el hospital fue inolvidable: “El placer de sentir el agua caliente correr desde tu cabeza a los pies, junto con el placer jadeante del esfuerzo realizado al secarte con la toalla, no pasó desapercibido a las asistentes, mientras iba repitiendo: ¡Qué maravilla! ¡Qué maravilla!”. Todavía hoy lo revive como una de las mejores sensaciones: “Cuando me dejaron duchar fue un espectáculo, una explosión de alegría. En ese momento estás más sensible y lo aprecias más. Cosas pequeñas del día a día a las que antes no les dabas importancia, ahí se convierten en algo importante”.
En la carta, Fernando agradece el trato recibido por las enfermeras Jessica y Gwen, entre otras, el “Doctor X1”, la “Doctora X2”, porque entonces no sabía sus nombres, o la “señora X3 de la limpieza” (después supo que se llama Nuria) quien, tras descubrir que su cargador era compatible con el móvil de Fernando, se lo dejó hasta el día siguiente para que pudiera comunicarse con su familia.
El gesto humanitario topó con un momento de terror cuando Fernando no logró recordar la contraseña del móvil, pero tras varios intentos, la memoria jugó a su favor: “Nunca un cargador, nunca un móvil, fue tan importante para mí; el mío se convirtió en la balsa que acoge al náufrago, aún en medio de la tormenta. Nunca antes había dicho tantas veces en tan poco tiempo ‘t’estimo, us estimo’”.
El teléfono también le trajo noticias personales de su mundo exterior. Cuando días después ya le hicieron llegar su cargador, su hermano mediano le llamó y le explicó que su madre, de 97 años, había fallecido mientras él estaba en la UCI. “Fue delicado cuando me explicó cómo la había encontrado cuando le avisaron: la sensación de paz, los ojos cerrados, como dormida en su cama. Sintió mis lágrimas, mi voz inexistente, sentí su cercanía, su cariño, su ternura”. La madre vivía con el hijo pequeño, por lo que acto seguido Fernando llamó a su hermano pequeño y el mensaje que recibió fue: “Tú no te preocupes, ahora lo que tienes que hacer es recuperarte”. Sus padres eran gallegos y, así como cuando falleció el padre le llevaron a su tierra natal, tal y como ellos habían pedido, ahora tienen pendiente “una urna y un viaje” para que descansen los dos juntos.
“Atención, interés, cariño, comprensión”
Con sensaciones y sentimientos tan encontrados, Fernando destaca que, más allá de los imprescindibles conocimientos médicos, “había algo más que me había ayudado, que me había hecho aferrarme allí donde estaba, y eso había sido la demostración por parte de unas personas que sí estaban haciendo su trabajo, pero que a la vez me transmitieron atención, interés, cariño, comprensión: un pegamento insuperable que te ancla a las ganas de vivir”.
Fernando Domínguez recibió el alta el 31 de marzo. “Cada día aprendía una cosa más, iba avanzando e iba creciendo, a nivel físico. Lo más complicado es el tema psicológico, la cabeza es mucho más compleja”, reconoce Fernando, que decidió acudir al psicólogo por primera vez para intentar asimilar todos los cambios. Las conferencias telemáticas, todavía con cansancio y cierto déficit de atención derivados del Covid, se le hicieron duras, como lo fue también el confinamiento propio de la pandemia. “Si tus capacidades están disminuidas y tú crees que no, te encuentras con un choque brutal. Tu quieres llegar, pero no llegas. Eso se queda en tu cabeza. Te minusvaloras”.
La historia de Fernando ha quedado plasmada en un cortometraje realizado por David Airob y José Bautista que relata el miedo de aquellos días en el Hospital de Bellvitge y la humanidad de los sanitarios en medio de la pandemia. El trabajo lleva como título “103”, el número de habitación en la que el pánico inicial fue desdibujándose mientras afloraban las ganas de vivir.
“Nos pudimos tocar”
Gracias a este corto, Fernando conoció los rostros y nombres de gran parte del equipo o que le atendió y que acudió al estreno el pasado 8 de julio. “No sabía qué caras tenían, solo veía sus ojos. Primero les vi en fotos, para el documental. Se les veían las caras y aguantaban un cartel que ponía “Yo soy el doctor X1” o “Yo soy la doctora X2”. Alguno me escribió, y el día que estrenaron el corto, muchos de ellos vinieron y nos pudimos tocar”.
Así culminó el anhelo que Fernando había expresado al salir del hospital en su carta: “Espero poder poneros cara y nombre a todos”. “Mi historia es una de tantas y seguro que en cada caso habrá personas como las que a mí me cuidaron, personas que, además de su trabajo, demuestran su humanidad”, concluye en las 17 páginas que escribió entre el 1 y el 16 de abril de 2020.


