Las noticias alarmantes que venían de Italia y las advertencias de compañeros y médicos italianos que avisaban de que el Covid-19 estaba siendo muy letal, hacían presagiar que el sector sanitario tenía que estar preparado. “Estábamos un poco asustados”, reconoce el doctor Hipòlit Pérez, intensivista de la UCI del Hospital Germans Trias i Pujol de Badalona. “A causa del número de ingresos, decidimos hacer turnos de 12 horas. Teníamos mucha angustia porque no sabíamos hasta dónde llegaríamos. La duda era saber cuándo llegaríamos al máximo, cuánto material hacía falta y cuántas camas faltaban”.

Antes de que se pudieran reorganizar, la UCI ya estaba llena, igual que la zona de reanimación REA y la unidad asistencial UPA, y el mismo día que el doctor Hipòlit tuvo los primeros síntomas de Covid, tuvieron que habilitar la biblioteca en un tiempo récord como si fuera una unidad de cuidados intensivos. En marzo no había bastantes respiradores en el hospital para los enfermos de coronavirus y los tuvieron que recoger de clínicas particulares e incluso de animalarios: “Recuerdo que había un respirador en el que ponía “pigs” (cerdos) y otro en el que ponía “dogs” (perros). Después tuvimos que buscar respiradores antiguos de antes del 2000, buscar piezas, y también llegaron los respiradores que fabricó la Seat… Había incertidumbre sobre qué pasaría, llevábamos tanto estrés y tanta fatiga que cuando me encontré mal lo asocié al cansancio”.

El afecto y la angustia de atender a un compañero

Cuando el doctor Hipòlit tuvo fiebre y dio positivo por Covid, tuvo que ir a casa, pero cuatro días después, al ver que cada vez tosía más, no podía hablar y se ahogaba, su mujer, que es anestesista en otro centro, le llevó a Urgencias del Germans Trias y le confirmaron que estaba grave y que tenía que quedarse ingresado. Era el 5 de abril. “Sabía que ir a la UCI era una posibilidad, no teníamos mascarillas para todos y ya teníamos compañeros ingresados. También habíamos tenido a la madre o al padre de algún compañero, a algunos les fue bien, otros murieron”.

Por su experiencia, Hipòlit sabe que atender a un compañero en estas circunstancias tiene una carga extra: “Lo pasas con mucha angustia, estás mirando cada día como estará, si le falta más oxígeno, si habrá claudicado… Hay más incertidumbre, más miedo, más nerviosismo, porque cuando tú tienes a un enfermo grave y pones todo de tu parte, sabes que hay una parte que no controlas”.

Además, como especialista en cuidados intensivos, área en la que trabaja desde 1993, sabía que era posible tener una neumonía asociada a la ventilación mecánica, por ejemplo, porque los tratamientos que reciben los pacientes son muy agresivos: “A veces, no es tanto la enfermedad por la que ingresas sino la factura que te pasa la UCI”.

Aun así, cuando le dijeron que tenía que estar en la UCI, reconoce que sintió cierto “alivio” porque necesitaba descansar. “Notaba la cara de pánico de mis compañeros, tenían mucha angustia, y les decía ‘tranquilos, que irá bien’. No estaba nervioso. Si te pones nervioso, consumes más, y no es bueno respirar demasiado ni demasiado deprisa. Pienso que haber visto a enfermos me fue bien porque sabía, en cierto modo, dosificar el esfuerzo”.

Hipòlit Pérez | Cedida

Recuerdos de la UCI como enfermo

Recuerda que uno de los días, al hacerle una gasometría, que es una técnica de medición respiratoria invasiva, la compañera que le tenía que pinchar no encontraba la arteria y probó más de 10 veces hasta conseguirlo. El intensivista le decía que no se preocupara, que no pasaba nada, que lo volviera a intentar, y mientras ella se disculpaba, él le daba ánimos.

Vivir la UCI como enfermo fue más allá de lo que es estrictamente médico. Las noches le daban pánico porque le costaba dormir y físicamente se encontraba peor, pero cuando salía el sol tenía la sensación de descanso. Soñaba mucho con el aire libre y tenía muchas ganas de estar en el exterior. Tuvo un episodio de delirio en el que se veía a él mismo saltando de la cama a un lavabo extraño que tenía la tapa de oro y, cuando tiempo después se lo explicó a las enfermeras, le confesaron que aquella noche se había sacado los catéteres y lo ensució todo de sangre, por lo que tuvieron que sedar.

El primer día que intentó levantarse de la silla no tenía fuerzas, y es que en los 12 días que pasó en la UCI perdió 10 kilos. Hipòlit destaca el afecto y la suavidad de sus compañeros cuando había que hacerle las curas y la higiene, y ahora comprende más a las personas ingresadas que dicen que si no van al cuarto de baño y se sientan, no pueden defecar.

Cree que, en el fondo, no tiene un mal recuerdo de su estancia en la UCI y que fue un privilegiado, pero cuando le dieron el alta lo tuvo claro: fue a hacer el testamento vital, para dejar por escrito las instrucciones y cuidados que querría recibir en caso de que algún día no pudiera expresarlo: “Si me tienen que aplicar medios para alargarme la instancia en la UCI, o si tengo que salir con un deterioro que no quiero, no hay que aplicarlo. La muerte es una cosa biológica que nos tiene que llegar a todos”.

Un equipo motivado

Hipòlit salió del Hospital Germans Trias a finales de abril, y se reincorporó al trabajo el 14 de mayo, en un momento en el que había muchísimas bajas, y es que la gran mayoría de la plantilla se contagió de Covid, si bien solo unos pocos tuvieron que ser ingresados. El regreso supuso “mucha felicidad y mucha alegría por verlos a todos. Estaba contentísimo al ver a cada una de las personas que me saludaban y me decían ‘ya estás aquí’, ‘que bien que estés’. Me sentía muy reconfortado y muy acompañado. Yo creo que el futuro de muchas empresas es que la gente esté en el puesto de trabajo no como castigo sino contenta, en un ambiente de comodidad, donde haya un equipo que tenga en cuenta la importancia de todo el personal. Ahora pienso no solo en médicos y enfermeras, sino en auxiliares, técnicos, limpieza, todo. Si no está todo muy engranado y todo muy motivado no funciona una empresa, no funciona el hospital”.

El doctor Hipòlit Pérez se fue recuperando poco a poco. A veces se ahoga al subir las escaleras y ha notado una caída de la capacidad de concentración, pero no sabe si lo tiene que atribuir al Covid o bien a la falta de forma física y a la edad. De aquellos días en la UCI sí que perduran las ganas de estar al aire libre y la sensación de bienestar al ver entrar la luz por la ventana, una de aquellas pequeñas cosas en las que hasta ahora no había reparado.

Share.
Leave A Reply