El doctor Joaquim Serra había trabajado en la Unidad de Cuidados intensivos (UCI) del Hospital Vall d’Hebron de Barcelona durante 40 años cuando se retiró a los 65 y su vida cambió totalmente. Además de estar más tiempo a casa, ejercía de abuelo de sus dos nietos y estudiaba italiano en la Escuela Oficial de Idiomas (EOI), hasta que se declaró el estado de alarma por el coronavirus.
La falta de personal médico y de todo el equipo sanitario, junto con las medidas extraordinarias para que médicos jubilados se pudieran reincorporar al trabajo, hicieron pensar al intensivista que le llamarían: “Me lo imaginé. Las noticias eran bastante preocupantes. Se tenía que reforzar personal como fuera y pensé que tenía muchos números, solo hacía un año que me había jubilado”.
A los 66 años volvió a trabajar durante tres meses, de marzo a junio, en la primera ola del Covid-19. Después repitió en noviembre y estuvo seis meses, coincidiendo con la segunda y la tercera olas, hasta el 9 de mayo, día en qué acabó el estado de alarma.
“Pensé que podría ser útil”
Con la creencia de que un médico no deja nunca de ser médico, aceptó volver a ejercer sin meditarlo demasiado: “Pensé que podía ser útil, había una necesidad clarísima, porque era imposible conseguir gente. El hospital no podía contratar personal porque todos los hospitales estaban igual. La necesidad de personal extra era en todas partes exactamente igual, y la única posibilidad del sistema era contratar a gente jubilada y suspender las vacaciones”.
El doctor se reincorporó a la UCI no Covid, como otros compañeros jubilados, mientras que la UCI de los enfermos Covid dependía de profesionales más jóvenes. “Había una necesidad de personal brutal. En nuestra Unidad de Cuidados Intensivos normalmente había algo más de 50 camas, y pasamos a casi 200”.
Largas jornadas laborales
Al principio, iba casi cada día al hospital, después trabajaba dos días y descansaba uno, incluidos sábados y domingos, pero no hacía guardias. La jornada laboral empezaba a las ocho de la mañana y podía durar hasta más allá de las nueve o de las diez, sobre todo al inicio. El día más duro tuvo lugar cuando, en la primera ola, tuvieron que trasladar a los enfermos no Covid del edificio general, que quedó destinado únicamente al coronavirus, al edificio de traumatología. Y lo tuvieron que hacer en un solo día.
El trabajo estrictamente médico en la UCI no había cambiado tanto respecto a los años anteriores, pero la carencia constante de médicos fue dramática. “Desde el punto de vista del trabajo no ha sido tan diferente de lo que estábamos acostumbrados a ver. Lo que ha sido diferente para nosotros es la acumulación tan brusca de enfermos en un tiempo tan pequeño, y no poder tener más personal, que te tenga que ayudar gente de otras especialidades porque no hay personal”.
“Toda la vida hemos tenido riesgo de contagio”
Como intensivista, habla con naturalidad de los motivos por los que se reincorporó y sin reparar en los riesgos. “No me preocupaba demasiado contagiarme porque mis padres ya no están, murieron hace años, de forma que no tenía a nadie de edad avanzada a quién contagiar. Yo estaba solo en casa, como máximo venía a verme mi hijo. No tenía el problema de poder contagiar a demasiada gente porque no había ocasión. El que tenía más posibilidad de contagio era yo, por edad, pero tampoco estaba en el área Covid. De hecho, toda la vida hemos tenido riesgo de contagio de enfermedades infecciosas a partir de un enfermo”. Algunos de sus compañeros sí se contagiaron, pero por suerte no fueron casos graves.
Además de sentirse de utilidad en plena pandemia, Joaquim ve puntos de vista positivos a nivel personal. “Trabajar los fines de semana en la época del confinamiento máximo no representó un problema porque tampoco podías ir a ningún sitio. Una de las suertes de hacer esto es que, para nosotros, el confinamiento prácticamente no existió. Cada día cogía el metro para ir al trabajo y volvía andando a casa para hacer ejercicio. Tenía permiso para salir cada día, y eso era una ventaja respecto a la gente que se tenía que estar en casa cerrada”.
Volver al hospital en el que había estado trabajando 40 años y del que ya se había despedido como profesional de la medicina, también tuvo su dosis de sensibilidad. “Fue emotivo ponerse a trabajar y encontrarte con tus antiguos compañeros, a pesar de que con algunos nos habíamos ido viendo, pero no es lo mismo. Volver a estar en el trabajo era una sensación muy extraña, pero rápidamente te ponías en materia y a la que habían pasado cuatro días te olvidabas de la jubilación”.
Serenidad y déficit de personal
El ambiente laboral, dentro de la situación pandémica, fue de organización. “Había bastante serenidad. La gente sabía qué podía hacer, qué tenía que hacer, pienso que estaba muy bien organizado, que se hizo mucho trabajo bueno en poco tiempo, y que se pudo hacer aceptablemente bien, a pesar de los medios limitados. El punto fundamental era el descanso del personal, porque la gente tenía que hacer muchas guardias y había gente que se contaminaba y tenía que estar en casa. Siempre estaba el problema del déficit de personal, y no sabías si todavía te quedarías con menos personal, ni hasta donde llegaría a subir la curva”.
La curva del número de muertes y enfermos por Covid bajó, y con este descenso, los profesionales sanitarios pudieron recuperarse un poco. “A medida que el Covid fue disminuyendo, aumentaba el personal para el área no Covid, había más camas disponibles y cambiábamos la organización”.
En mayo de 2021, el doctor Serra volvió a despedirse de la medicina activa. Dudaba de si le llamarían de nuevo y tendría que estar disponible en julio y en agosto, pero la situación hospitalaria fue menos dramática que en las primeras olas. Actualmente, Joaquim Serra se encuentra jubilado, por tercera vez, y vuelve a ejercer de abuelo.


