Con ya escasas restricciones sanitarias por la Covid-19 el turismo ha vuelto con fuerza a Barcelona. Esto está suponiendo también la llegada de cientos de cruceros. Es cierto que esta actividad económica genera ingresos y puestos de trabajo, pero también lo es que los efectos negativos de este sector son muy significativos. Una estimación encargada en la UB cuantifica su contribución al PIB catalán en 412 millones de euros. Desgraciadamente, no se contemplan las externalidades negativas de los cruceros: contaminación atmosférica, aguas fecales, consumo de agua y masificación. Por ejemplo, un estudio realizado en Venecia encontró que el coste ambiental de la llegada de cruceros era superior al beneficio económico.

A partir del estudio del caso Veneciano, hemos estimado que en 2017 los cruceros llegados a Barcelona generaron 220 millones de euros de coste económico en contaminación atmosférica y residuos. A estos costes hay que sumar otros, como las aglomeraciones en el centro de la ciudad, la congestión del tráfico y la contaminación acústica, otro problema de salud pública grave. También debería incluirse el coste de la modificación del carácter de la ciudad para satisfacer este turismo. Un ejemplo es el cambio de los comercios hacia el monocultivo de tiendas de souvenirs o productos de lujo. Después de incorporar estos efectos negativos es probable que el beneficio neto sea escaso o incluso negativo.

En resumen, los datos indican que la actividad de los cruceros pone en riesgo la calidad de vida en Barcelona a cambio de un beneficio modesto y mal repartido. Urge replantear y poner freno a este modelo turístico.

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