Google maps marca el lugar de estas pesquisas en el Clot, algo muy significativo, pues la mayoría de barceloneses sólo lo conocen por su calle central, bien regada de aledaños cada vez más festivos y gentrificados, como indicaría la zona del mercado, a rebosar de terrazas, panaderías y un incesante tráfico de personas hacia el 22@, distrito tecnológico.
Este fluir de individuos muestra cómo el meollo del Clot no escapa a su particular geografía depresiva, no de pegarse un tiro, algo por lo demás físicamente imposible, sino por ser una especie de agujero hundido entre la montaña del Camp de l’Arpa y el mar del Poblenou, factor clave para interpretarlo en forma de oasis topográfico, aislado sin estarlo jamás, intenso por tanta concentración humana, con muchos elementos a mejorar pese al trabajo de las generaciones democráticas.

Una noche de este ya extinto verano cené en su calle principal, dividida en varios tramos, con uno bien ilustre al ser aún característico de lo fundamental de esta barriada de Sant Martí de Provençals. Su presente debería aportar verde a la belleza de las casitas fundacionales, generándose así la posibilidad de un eje ecológico y ciudadano desde la iglesia del Clot hasta el parque, donde antes lucieron los almacenes de RENFE.
¿Habría mucho problema en completar esta idea? No desde mi punto de vista, a veces muy quejica de modo nada gratuito, en especial cuando observo las obras en el Eixample, mucho más provechosas a nivel de imagen de cara a la cita electoral de la próxima primavera, causa de esta serie de reportajes, donde pretendo mostrar cómo se puede mejorar Barcelona mediante pequeños detalles con mucha importancia.
La ciudadanía no presta atención a todo aquello debajo la Meridiana. Ahora mismo se habla mucho de la futura estación de la Sagrera, estos días una molestia al impedir el normal funcionamiento del servicio de cercanías, invalidado hasta diciembre en Clot y con atascos en Sant Andreu, donde hora tras hora se agolpan personas como si fueran rebaños de ovejas.
Por eso mismo el único reclamo de este sector urbano es para los más jóvenes, o al menos así era hasta poco antes del acelerado despegue de la inflación en 2022, con el precio de la vivienda disparado, cancelándose la promesa de vivir en entornos impolutos, eufemismo de desinterés por el patrimonio y tabula rasa para homologar la capital catalana porque a las izquierdas, tan amantes de lo identitario desde la instantaneidad, no les interesa la pluralidad barcelonesa.

Estos vocablos con tanta polisemia oculta siguen desviándome de mi meta al recordar cómo en el passatge Coello de la Sagrera existen barracas desde hace meses en un descampado; a pocos metros se deja morir de ruina al passatge del Doctor Torres, con los vecinos bien conscientes de este cinismo municipal, a buen seguro un sacrificio muy meditado con el fin de construir más vivienda social, muy cacareada sí, pero con unas cifras irrisorias si atendemos a lo prometido desde 2015.
Esta descomposición de ciertos tejidos, en la mayoría de medios parece existir una prohibición no escrita de comentar determinadas miserias y ocupaciones, alcanza su esplendor en un interior de manzana muy particular, tanto por la forma de acceder a la misma como por su invisibilidad, vetada a la vista del vecindario.
La ubicación y tratamiento de este misterio resume muchas calamidades mientras brinda un sinfín de posibilidades no sólo simbólicas para mejorar Barcelona. Se puede entrar desde el carrer de Múrcia y el de Navas de Tolosa, no sin antes circular bien por una rampa, bien por un pasillo como prolegómeno a este rectángulo muy imperfecto con vistas a dos pasajes, el de Pinyol y el de Malet, este último con el nombre del gran propietario de los terrenos adyacentes desde los estertores del siglo XIX, estableciéndose su homónima travesía hacia los años veinte del Novecientos, cuando asimismo se inició el camino hacia el passatge de Ca Seguers. Pinyol había surgido hacia 1912 por voluntad de Josep Pinyol i Escrivà, quien pidió edificar un cobertizo en esas tierras al lado del Rec Comtal, inhabilitado en ese punto tras la epidemia de tifus de 1914.

El passatge de Pinyol, lo hemos denunciado en estas páginas, debe desaparecer según las previsiones actuales para rematar un largo proceso, muy apuntalado a finales de los setenta, cuando se alzó la horrible finca, tan maligna como para cegarle la vista de la Meridiana. Sólo se conservan las viviendas de su lado mar, de impresionante fuerza por tantas evocaciones, más impresionantes si cabe cuando se estudian mapas o fotos aéreas para verificar cómo ha evolucionado a lo largo del tiempo.
La cuestión del Rec Comtal es esencial para este interior de manzana. Las Asociaciones de Vecinos de distintos distritos creyeron a pies juntillas en el plan para recuperar veintidós tramos de esta acequia medieval a través de interpretaciones arqueológicas, intervenciones urbanísticas y la creación de espacios lúdicos. El protagonista de estas páginas no debe figurar en esta ambición, por ahora pospuesta al tratarse de un asunto de los márgenes.

Si los responsables nos leyeran podrían descubrir un paraíso inexplorado y redimir una catástrofe ignorada desde su hacinamiento. Los metros de este interior ven cómo crecen hierbajos, custodiados por un perro de una de las oficinas de su alrededor, muy ladrador y poco mordedor, mímesis de los barraquistas instalados en el lugar. Cuando usamos este término solemos retrotraernos a fotografías de mediados de la pasada centuria, cuando la problemática hoy en día tiene otra estética y aplicaciones, aquí con un gusto medio contracultural por la generación de los integrantes del grupo, todopoderosos junto al límite de la parcela.

Esto propicia introducir otro aspecto. El interior ofrece estupendas vistas tanto del passatge de Malet como del de Pinyol. Mi planteamiento a bote pronto recayó, como casi siempre, en la pedagogía urbana y el sueño de informar a la ciudadanía sobre la Historia de ambos, pero puede ganarse más todavía desde el minimalismo reformista. ¿No tendría sentido trazar accesos a esta isla ignota desde las travesías? Dada la época serían aconsejables rampas o escaleras mecánicas, dinamizándose así esta manzana tras liquidar el horror de los callejones sin salida, aquí por partida triple, como triple es hasta ahora nuestra propuesta de reforma, ampliable en último aspecto.
Desgranemos. Debería apostarse por aportar a la comunidad un factor de refuerzo identitario a través de enseñar como en este rincón el Rec Comtal avanzaba en su senda. Una vez conseguido se procedería a facilitar información en torno a las peripecias de los pasajes circundantes, integrados al interior tras la ruptura de tantas cerrazones hasta abrir un universo insólito, con la isla sin muros para generar conexiones desde Trinxant y Mallorca, debut de Pinyol y Malet.

La cuarta grieta a cancelar sería la de cómo conceder el espacio a la ciudadanía. Los okupas deberían desaparecer, así como la vegetación improvisada del suelo, a reemplazar por otro tipo de pavimentación acorde con unas entradas modificadas para conferir amabilidad a ese conjunto, poco o nada acogedor hasta la fecha. Al disponer de cuatro puntos cardinales de ingreso se metamorfosearía en un ágora muy heterodoxa, perfecta para mostrar cómo no es una quimera transformar bajo la bandera del bien común, eje prioritario de todo gobierno digno de ese nombre más allá de campañas publicitarias.
De este modo, el Clot perdería una vergüenza hasta lograr una plaza capaz de aunar conocimiento del pasado, goce del presente y permanencia para el futuro.



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