No quería volver a escribir del Baix Guinardó

Pero ocurren demasiadas cosas al mismo tiempo. Quizá la primera, escribo como un relámpago al salir de un catarro pesadísimo, es la ausencia de periodismo ciudadano de verdad con voluntad de análisis profundos en torno a los barrios. La segunda es conocer bien el lugar, de diagnóstico propio de una catástrofe por pura inercia municipal, algo agravado con otras proezas en los últimos meses, como si este barrio fuera un campo de pruebas para experimentar el máximo cinismo con la ciudadanía, en especial si te etiquetas de izquierdas, como es el caso de los gobernantes de todo el Distrito, impecables con la prensa por su incapacidad a la hora de conceder siquiera una declaración cuando se ha requerido.

La geografía del Baix Guinardó es la de una tierra de nadie. El Distrito donde se ubica se llama de Horta-Guinardó. Los sucesivos Ayuntamientos Democráticos jamás se han preocupado por educar a la ciudadanía en lo topográfico, por eso la mayoría ignora de qué escribo ahora mismo. ¿Eres del Guinardó? Ah vale, de Horta-Guinardó. Esta respuesta, además de mostrar el analfabetismo del interlocutor, es, por desgracia, demasiado habitual.

El Baix Guinardó tiene límites claros. El carrer Cartagena es el más nítido como acceso, función copada en su clausura por Pi i Margall, debut de la periferia condal por dividir a nuestra protagonista de la esnob Gràcia. Pare Claret en su proximidad con la Sagrada Familia y Verge de Montserrat en los aledaños de Can Baró son los otros limes, precisos pese a imaginar en mi fuero interno a algún iluminado quejándose, o relamiéndose al poder recriminarme un error.

Pues mira, no. Quizá el fallo es de las divisiones administrativas de 1984, los distritos, y las efectuadas en 2006 con los barrios. Según estas, el Baix Guinardó se finiquitaría en Sardenya, quedándose el barrio de Romans integrado a Gràcia.

Esta disputa es algo eterno por culpa del torrent del Mariner, límite entre la Vila y Sant Martí de Provençals. Romans, antes célebre por su Matadero transformado en cuartel de la Guardia Civil, aún es un mundo aparte, detectable tanto por su morfología urbana como por el silencio emanado de sus calles.

Esto podría ser útil para entender el porqué de las obras de l’avinguda de Pi i Margall, pues al no pertenecer al Baix Guinardó tienen sentido desde la visión de Barcelona en Comú, partido con afición por los barrios en sus papeles al llegar al poder, algo desmentido por sus actuaciones durante, ese es el problema, ocho años al mando.

Porque está muy bien vestir todo de sostenibilidad, pero de nada sirve si desatiendes zonas concretas como si experimentaras con ellas, caso de Sant Andreu, adonde iremos tarde o temprano, y el Baix Guinardó, con cinco balas gastadas en el revolver de la desfachatez.

La primera es un cúmulo de insensateces, aliñado con mentiras pronunciadas incluso ante quien escribe. Hablamos del área del torrent de Lligalbe y los passatges de Boné y Sant Pere, con inmensas posibilidades para generar un eje cívico de barrio para aunar pedagogía urbana y un pulmón al lado de la ronda del Guinardó. En vez de esto lo acaecido fue lo siguiente. La desaparición del viejo entorno rural implicó una operación de vivienda social, ese adjetivo siempre va de perlas pese a su escasa aplicación, y jardines. Al cabo de unos meses un grupo ocupó esas hectáreas, configurándose como el Hort el Brot, empeñado en generar actividad vecinal desde criterios discursivos más progresistas que los mandatarios, quienes terminaron por desalojarlos, pues sólo sirven sus huertos urbanos; los impulsados por la ciudadanía deben extirparse, como bien saben otros barrios en lucha, de Nou Barris a Vallcarca. Quien quiera leer más sobre esta materia tiene abundante información en la hemeroteca de Catalunya Plural.

La solución para reemplazar tan digna iniciativa fue llenar el espacio con coches, algo verdaderamente propio de políticas sostenibles,  idóneo para dejar pudrir el torrent y así consumar el éxito del cemento. En una entrevista con Víctor Valls, quien aceptó reunirse conmigo con el fin de presentarle un plan de emergencia, este miembro del Consell Municipal del Districte declinó todas mis proposiciones, pues nada puede hacerse, algo calificado de infamia por regidores que han suplicado permanecer en el anonimato, pues sí es de perogrullo intervenir si las circunstancias así lo requieren, como aquí, donde además de despreciar el valor patrimonial se ha dado cancha a chatarreros sin mover un solo dedo.

La segunda muesca, aún con carteles colgados por los balcones, es la del hotel para personas con adicciones a sólo diez metros de un centro escolar, el Mas Casanovas. La campaña vecinal, las turbias dudas de su adjudicación y el silencio administrativo causaron polémica, y bastante oprobio, el pasado invierno, en los coletazos de la Pandemia. Padres, madres y residentes asistieron impotentes al triunfo municipal, sordo a peticiones llenas de cordura, repletas de sentido común.

El tercer tiro es reciente. Hay obras en el mercado graciense de la Estrella, el más modesto de todos los de la Vila. La propuesta fue desplazarlo de modo temporal al Jardins del Baix Guinardó, el mayor espacio verde del barrio junto al Parc de les Aigües, conseguido gracias a la movilización vecinal en los meses posteriores a la muerte de Franco.

La sugerencia era más bien una imposición, pero se protestó, algo lógico si se atiende a cómo ninguneaba una vez más al Baix Guinardó, metiéndole con calzador un equipamiento graciense, con el extra  de despojarle de miles de metros cuadrados bien verdes.

Las quejas propiciaron la suspensión del proyecto. No podemos prever donde terminará el cuarto proyectil, situado en travessera de Gràcia con Bergnes de les Cases, según la tradición la primera calle del Baix Guinardó, a punto de mutar para siempre tras el acuerdo entre el Arzobispado de Barcelona y la Universitat Blanquerna. El pacto contempla reconstruir la parroquia de l’Esperit Sant, conferir anchura al carrer Bergnes de les Cases y plantar en este enclave la facultad de Ciencias de la Salud. Confirmarán, tras respirar apenas un segundo, cómo todo este entramado urbanístico es clerical, sin rastro civil.

Quien se acerque al templo podrá opinar desde múltiples puntos de vista. Es de 1967, su arquitecto fue Manuel Puig Janer y su estética es bastante el horror, pero eso da igual cuando aparecen de la nada unos intrusos para cargárselo, sin apenas consultar a los parroquianos, quienes poco a poco, con pancartas y palabras, encienden la mecha de la disidencia.

Todas este póquer camina hacia la quinta desde una serie de trazos en común, sintetizados en la inoperancia del Distrito y la pasividad de la Asociación de Vecinos del Baix Guinardó, perfecta para comprender como desde 2015 estas entidades se han quedado desfasadas porque prefieren recibir subvenciones a intervenir en favor de la ciudadanía, motor fundamental de su existencia, o eso pensaba hasta hace poco la mayoría, pues de otra manera no se podría entender como en toda Barcelona han emergido estas dos últimas legislaturas muchos movimientos alternativos, indefensas por no recibir ayuda de quien corresponde.

En el Baix Guinardó esto llegó al paroxismo en el último Consell de Barri, cuando se destapó como la AA.VV. rehúye o congela  peticiones de adhesión desde hace meses, algo ejecutado en connivencia con la clase política del Distrito, confirmándose la complicidad entre ambas potencias, por llamarlas con ironía en esa alianza de cambiar todo para que nada cambie, aunque ni siquiera es eso, aquí el proceder es dejar morir al Baix Guinardó, depauperado y resistente, aun desde un supremo silencio en tinta.

Os regalo, un don más bien execrable, una sexta bala. El Baix Guinardó es zona de torrentes. Catalogar su paso sería otro hito de pedagogía urbana. Uno de ellos, el de Faura, sólo tiene citaciones correspondientes a mis artículos de las Barcelonas. Su itinerario transcurría por el hermoso passatge de Casanovas, fragmentado en dos tramos, el último con salida a travessera de Gràcia desde un gimnasio. El otro, espectacular, baja desde el carrer de Santa Carolina y se topa con un muro. Sus casitas viven en la libertad del moribundo, con habitantes paquistaníes, con toda probabilidad a la espera de la piqueta, pues como nadie ve lo descrito es más fácil derribarlo, en afinidad con el Baix Guinardó, casi un hueco molesto entre su hermano mayor y Gràcia, oscurecido para desdibujarlo, salvo si se encienden, labor sacrosanta del periodismo ciudadano, los faroles para denunciar tanta deshonra.