Hoy, solo el 30% de las mujeres parecen interesarse por el metaverso y algunas (un 45%) de las que han ingresado han experimentado situaciones de acoso sexual. Esa brecha de género coincide con su baja representación en las empresas tecnológicas y, sobre todo, en sus órganos de dirección. Hay otras razones que las alejan de esos mundos virtuales, muy centrados en el mundo de los videojuegos y el sexo, con auriculares para acceder que provocan problemas de inestabilidad, migrañas, náuseas y vértigo, síntomas más acusados en las mujeres.

La apuesta creciente de las marcas (ropa, complementos, lujo, ocio, deporte…) por estar presentes en el metaverso no esconde los escasos resultados obtenidos ya que hay coincidencia en que faltan unos años (entre 5 y 10) para que parte de esas promesas sean viables tecnológicamente. Incluso, se anuncia ya una burbuja inmobiliaria en las ventas de parcelas virtuales y la explosión del mercado de las criptomonedas. Recientemente, además, supimos por Deep Radar que apenas un 9% de todos los mundos virtuales de Meta están habitados y nunca por más de 50 usuarios.

La promesa, implícita, de que en un tiempo nos mudaremos al metaverso se basa en la falacia de hacer equivalente lo físico y lo virtual, como si uno pudiera ser reemplazado por el otro. Lo cierto es que la inmersión sensorial multidimensional que permite la realidad virtual no es equivalente a la inmersión social que requiere algo más que conexiones (unidireccionales) y sensaciones corporales. Los lazos sociales requieren de la génesis de vínculos, un tipo de interacción más solida y permanente que la conexión. El cuerpo tampoco se reduce a un avatar y los desarrollos de la IA no reemplazarán algunas funciones humanas insustituibles como la creatividad, la invención o el humor, aspectos que nos configuran como seres hablantes.

El mundo que viene -en el que ya empezamos a vivir- será un hibrido, un mundo Figital (Físico+Digital) donde lo virtual complementará, con otras formas de presencia, la corporalidad humana, pero no la reemplazará porque nadie quiere vivir en un metaverso donde el sabor de los besos o la cerveza se pueden simular pero no ponemos el cuerpo para saborearlos. Tampoco nadie querrá perder de vista, inmerso en sus auriculares, el suelo que pisa por mucho tiempo. Nuestra realidad aumentará con estas tecnologías y removerá obstáculos que favorecerán la socialización, los aprendizajes, el entretenimiento, pero a medida que aumente esa realidad virtual, el valor de la presencia -con el misterio que siempre implica encontrarse con otros- ganará enteros.

Bienvenido, pues, el Metaverso y sus mundos virtuales porque, de rebote, nos ayudará a mejorar los vínculos presenciales y a poner la atención en esa interacción más compleja y más interesante que la de una simple conexión. Los crecientes despidos en todas las grandes corporaciones tecnológicas (Amazon incluida), más allá de sus razones económicas, constatan los límites de una ilusión: la vida y los seres hablantes no tienen gemelos digitales porque cada uno, a su manera, es singular y por tanto inclasificable. Podemos ser consumidores y consumibles, pero eso no agota el deseo que tenemos de otra cosa, que no se reduzca a replicas o a una vida monitorizada.

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