Taylor Swift | Getty Images

La cantautora estadounidense Taylor Swift ha colapsado, con la venta de entradas para su próxima gira ‘Eras’, Ticketmaster, la mayor plataforma del ramo. Recientemente lanzó un nuevo álbum llamado Midnights y antes colgó una serie de videos en TikTok: “Midnights Mayhem With Me” con acertijos y sorpresas dirigidas a sus millones de seguidores, dando lugar a una comunidad amplia y global de fans conocidos como ‘swifties’. No se trata sólo de una estrategia de marketing -que también- sino de la creación de un universo virtual durante casi dos décadas, con señales incrustadas en las notas de su álbum, videos, publicaciones en las redes sociales e incluso en la propia ropa que viste.

Mark Zuckerberg, tras su éxito con Facebook, se sacó un conejo de la chistera y le llamó Metaverso, un sueño más allá de la realidad que habitamos, alumbrado por la tecnología, en la que él confía ciegamente para encontrar una salida a los problemas y anhelos de la humanidad. Un año después, sus ganancias se han reducido en un 70% y sus mundos virtuales apenas tienen usuarios.

Taylor canta en Midnight Rain: “Él lo quería cómodo, yo quería ese dolor. Quería una novia, yo estaba haciendo mi propio nombre. Persiguiendo esa fama, se quedó igual. Todo en mí cambió como la lluvia de medianoche”. Lo que el techie Zuckerberg no entendió -y Taylor si- es que no se trata sólo, para los seres hablantes, de la música o de la tecnología como un producto para disfrutar en solitario. La cultura, como creación humana indisociable del contexto y de la comunidad que la propicia (aunque la autoría efectiva sea individual), es básicamente una mediación en la que las identificaciones, los sentimientos de pertenencia y el deseo se entrelazan, sin que nadie pueda explicar muy bien los porqués. En los años 70 Lacan advertía del placer solitario que proporcionan los gadgets que vienen a “distraer el hambre en lugar de lo que nos falta en la relación”. Lo mismo ocurre con cualquier obra artística, que tiene su atractivo, sin duda, pero es insuficiente por ella misma para generar vínculos. Lo que no obvia que gadgets y arte puedan facilitar conexiones, la inmensa mayoría efímeras y pronto desvanecidas en medio de un alud incesante de propuestas.

Por eso, las mujeres como Taylor Swift -más creyentes del imperfecto amor real (ese que te vincula al otro y, aunque decepcione, siempre vuelves como refugio y apoyo)- no son el target del metaverso que propone Meta, por el que se interesan poco y cuando lo hacen suele salir malparadas (el 45% de las que lo visitan sufren acoso sexual). Ellas prefieren las conversaciones lentas que introducen el misterio de lo que está por decir y descubrir: “Ya sabes lo asustada que estoy de los ascensores. Nunca confíes si sube rápido, no puede durar”, susurra Taylor. ¡Son las humanidades, estúpido!

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