Este reportaje forma parte de una serie de artículos sobre la situación de las personas refugiadas palestinas en el Líbano y la falta de derechos en aspectos como la vivienda, la salud, la educación, el trabajo o la infancia.

 

La gran mayoría de refugiadas palestinas en el Líbano dependen de la UNRWA en temas de salud, si bien hay otras ONG que proporcionan servicios sanitarios. Una de las grandes preocupaciones de las refugiadas es el alto coste económico que puede suponer la hospitalización, puesto que la Agencia no paga la totalidad del gasto y a menudo la familia tiene que recurrir a pedir dinero a parientes y amigos, endeudarse o, incluso, renunciar al tratamiento. Otro inconveniente es el coste de las medicinas que, en el contexto de crisis actual, se agrava porque incluso teniendo la capacidad de pagarlas, hay escasez en las farmacias y no se encuentran.

La UNRWA dispone de 27 centros de atención primaria dentro y fuera de los campos palestinos en el Líbano. Acumula un déficit desde hace años que hace que se encuentre inmersa en su propia crisis de financiación, cosa que dificulta poder proporcionar unos servicios básicos de calidad, mientras que las profesionales se resienten por el elevado número de pacientes a los que atienden. “No puedes pedir al personal médico que atienda a un paciente realmente bien si tiene una media de tres minutos por paciente”, alerta Huda Samra, responsable de la oficina de comunicación e información pública de la UNRWA en el Líbano. “Esto no quiere decir que destine tres minutos siempre, porque hay casos más fáciles y otros más difíciles”.

Huda Samra es consciente de las limitaciones de los servicios que aporta la UNRWA a causa de su déficit presupuestario crónico. “En los hospitales, por ejemplo, en el caso de operaciones que son muy caras y difíciles, solo cubrimos el 60%, el 50% o el 40%, y las refugiadas tienen que cubrir el resto de la factura del hospital, pero a veces no hay manera de que lleguen al 100%, y tienen que ir a ONG o a filántropos para que les ayuden, y algunas mendigan, literalmente, para conseguir la cantidad necesaria para ir al hospital. Esto no es digno, no es bueno”.

A la pregunta de: “¿Qué pasa si no consiguen el dinero? ¿Pueden morir?”, Huda Samra reconoce la evidencia: “Sí, pueden morir. Por otro lado, la UNRWA no está sacando a ninguna persona del hospital, está haciendo todo lo que puede lo mejor que puede. No estamos dejando a nadie muriendo en la puerta del hospital, si alguien necesita ingresar, nos aseguramos de que el paciente entre al hospital y después ya vemos como encontramos el dinero”.

La Agencia tiene unos fondos adicionales para presupuesto médico, pero aun así a veces no son suficientes y las familias no pueden asumir la diferencia. “Imagínate a alguien que está realmente enfermo en el hospital, imagínate a la familia corriendo a diestro y siniestro para obtener el dinero. Es terrible. Y como saben que la UNRWA no cubre la totalidad de los gastos hospitalarios, hay personas con enfermedades graves que deciden no empezar el tratamiento, olvidarse del tratamiento, y se plantean ‘si después no puedo cubrir el 100% y tenemos deudas, ¿qué pasa si muero? Mi familia tendrá que pagar después de que me haya ido’. Es un dilema. Hay casos en los que, conscientemente, deciden no empezar el tratamiento. La situación a la que nos estamos enfrentando es terrible”.

Como saben que la UNRWA no cubre la totalidad de los gastos hospitalarios, hay personas con enfermedades graves que deciden no empezar el tratamiento

Huda Samra es crítica y sincera con las restricciones de su trabajo, y hace un llamamiento a la solidaridad internacional ante una realidad poco conocida. “Son seres humanos que están sufriendo. Nosotras mismas nos sentimos destrozadas por no poder hacer más, por ver cada día esta miseria humana y esta catástrofe. Sé que no estamos cubriendo todas las necesidades y todas las demandas, pero en el Líbano la UNRWA es el único salvavidas disponible para las refugiadas. No pueden sobrevivir sin nuestros servicios”.

Pese al mensaje pesimista, añade que “como mínimo, estamos aportando para los cuidados hospitalarios, porque no todas las familias necesitan poner dinero de su bolsillo. Estamos dando atención primaria, en nuestras clínicas hay medicación disponible, quizás no todas las medicinas están disponibles, pero sí un gran número. No es suficiente, pero, como mínimo, les estamos dando algo. Si la UNRWA hoy no estuviera aquí, la comunidad de refugiadas palestinas no podría sobrevivir”.

Samira Abed Saleh nació en Burj al Shemali, donde vive con dos hijos y una hija. Su marido murió en casa hace 4 meses y 10 días. Lo tiene grabado a la memoria: “Tenía que ser operado en el hospital, pero la documentación estaba incompleta y tampoco había suficiente dinero. Antes de que le llegaran a operar, murió. Es muy duro”.

Su trabajadora social de BAS, Amal Nouh Kassem, interviene: “Hay gente que muere porque no hay suficientes fondos económicos. La UNRWA paga una parte, pero el paciente tiene que pagar el hospital y, si no tiene suficiente dinero, no puede acceder al hospital. Hay otro problema, y es que mucha gente no tiene medicinas. Cuando tienen dinero para comprarlas, hay medicinas que en el Líbano no se encuentran. Se encuentran paracetamol y pastillas para la presión, pero faltan muchas cosas”.

Samira Abed Saleh cree que ser refugiada es difícil para los hombres y para las mujeres, porque les han echado del mismo país y nadie puede volver a Palestina, pero reconoce que son ellas las que tienen más responsabilidades en la casa y las que tienen la doble tarea de intentar trabajar para dar apoyo económico a la familia y, a la vez, cuidar de los hijos y las hijas. “La situación es dura para todo el mundo. Mi marido tenía dolor de espalda, pero iba a trabajar a la agricultura para mantener a la familia. Yo también tengo dolor de espalda y trabajo como limpiadora. No sabemos qué es tener baja por enfermedad, seguridad social o vacaciones pagadas”.

“Necesito el dinero y tengo que trabajar. Limpio casas o tiendas, pero he empeorado de mis problemas de espalda y cuello. Fui al doctor, que me recetó ibuprofeno, pero estas pastillas son muy fuertes para mi estómago, y ahora tengo mucho dolor de estómago, así que he tenido que dejar las pastillas”. No es optimista sobre su futuro, con dos chicas y un chico a su cargo. Ninguno de los tres es buen estudiante. El hijo mayor, de 14 años, ni siquiera sabe escribir y ha dejado las clases, y las chicas, de 11 y 10 años, van a regañadientes a la escuela y apenas progresan. “Tengo miedo del futuro”, reconoce la madre.

Rouaqda Gherbal: “Muchos padres ponen el foco en tener comida y dinero para la familia y sobrevivir” | A.B.

Los problemas de salud están en muchos casos directamente relacionados con la falta de acceso a una buena alimentación y a una dieta equilibrada. El Programa Mundial de Alimentos (PMA) hizo una evaluación entre abril y mayo del 2020 para estimar el impacto de la crisis económica y la Covid-19 en los recursos y la seguridad alimentaria en el Líbano. El 60% de las personas refugiadas palestinas entrevistadas dijeron que los ingresos familiares se habían visto reducidos, mientras que el 40% había perdido el trabajo y el 20% tenía salarios más bajos. Como consecuencia, casi todo el mundo afirmaba ingerir menos alimentos que antes de la pandemia, el 50% comía productos más baratos, el 15% se saltaba algunas comidas y el 8% pasaba un día y una noche enteros sin comida.

Ante este panorama desolador, las enfermedades relacionadas con la salud mental han aumentado en los últimos tres años, tanto para la población refugiada como para la libanesa. El estrés, la depresión, la ansiedad y el trastorno de personalidad no son exclusivos de la comunidad palestina, pero sí que están afectando especialmente a la población en situación de más vulnerabilidad. “Proporcionamos apoyo psicológico, hacemos sesiones de prevención, informamos a las refugiadas sobre donde pueden ir porque hay ONG muy buenas y muy activas, pero tampoco es suficiente. Es de sentido común. No puedes solucionar gran cosa si no se resuelve el paro, la pobreza y la falta de esperanza. ¿Cómo esperas que la gente se sienta mejor si no se resuelve todo esto, si no les damos oportunidades de trabajo y si no resolvemos la pobreza? Es muy preocupante”, enfatiza la responsable de la Agencia.

Una de las peores consecuencias es cómo afecta a la salud de los niños. Rouayda Gherbal es terapeuta psicomotora y Farah Nehme es psicóloga. Las dos son libanesas y trabajan en un centro de BAS en Beirut en el que reciben a menores con diferentes problemas en el desarrollo psicomotor, con dificultades en el habla y la escritura y con diagnosis como autismo y trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH).

“La crisis en el Líbano afecta a las personas libanesas y a las refugiadas. Todo es más caro para todo el mundo. Los niños y las niñas no están tan estimuladas como antes y esto les lleva a tener más dificultades, sobre todo en el desarrollo psicomotor porque no están jugando, no están interactuando, no están socializando, no están saliendo fuera y no están descubriendo su alrededor. Cuanta menos experiencia motora haya, más dificultades existen”, resume Rouayda Gherbal.

Tener una estimulación continuada es algo complicado en un submundo en el que reinan la pobreza, el hambre y el paro. “Los padres y las madres no tienen dinero para comprar todos los meses nuevos juguetes y están muy estresados a causa de la crisis. Esto está afectando a su estado psicológico, de forma que no focalizan en los pequeños y no les estimulan. Muchos padres ponen el foco en tener comida y dinero para la familia y sobrevivir. La crisis afecta a los salarios, por supuesto, y esto afecta a la capacidad de llevar a los niños a la escuela”.

La situación se complica todavía más cuando las criaturas necesitan un seguimiento especializado en el colegio. No es fácil encontrar centros donde puedan atender correctamente a alumnos con autismo o TDAH. “No hay muchas opciones”, lamenta Rouayda Gherbal. “Las escuelas del gobierno no están muy avanzadas en este sentido y las escuelas privadas son muy, muy, muy caras, y los padres no tienen dinero suficiente para pagar estas cantidades. Este es el primer gran problema, donde llevar a los niños con dificultades”.

Una situación con la que a menudo se encuentran Rouayda Gherbal y Farah Nehme es que los padres y las madres están muy estresadas pensando en cómo llegar a fin de mes, mientras los niños fácilmente pueden estar en casa consultando internet con la tablet o el móvil, sobre todo a raíz de la pandemia de la Covid-19 y el confinamiento. Han visto a menores que, en las primeras visitas, parecía que tuvieran algún tipo de autismo cuando no lo tenían y, en pocos meses, con terapia y estimulación, han hecho una gran evolución.

Hay niños de 8 años que no hablan. Durante la pandemia no han ido a la escuela y no han tenido interacción social

Las actividades que se proponen son, entre otras, lanzar la pelota a diferentes lugares de la sala de juegos de la consulta para que focalicen en el objetivo y midan la fuerza y el tono de voz según si están lejos o cerca. Entre las terapias básicas, también figuran trabajar con plastilina y sus diversas formas y colores, o pintar. Así, con juegos motores e intelectuales, desarrollan herramientas para mejorar sus capacidades y adquirir un espíritu de superación. La mayoría de las personas a las que atienden no presentan problemas muy severos, puesto que solo vienen una vez por semana y esto no es tiempo suficiente para quien necesite un seguimiento más exhaustivo. Si, una vez cumplidos los 18 años, tienen que continuar con algún tipo de terapia, se les puede derivar a otro servicio y continuar recibiendo asistencia médica en la edad adulta.

Las dificultades a la hora de hablar y de comunicarse han aumentado en los últimos dos años. Tal como subraya Farah Nehme, “hay niños de 8 años que no hablan. Durante la pandemia no han ido a la escuela y no han tenido interacción social. Además, suele haber una falta de estimulación por parte de familiares mayores”.

Es típico que, mientras los progenitores no están en casa porque trabajan o buscan empleo, los hermanos y las hermanas mayores procuren que las pequeñas no se hagan daño, pero no dediquen demasiado tiempo a jugar con ellas ni a interactuar. En la escuela tampoco hay medios suficientes para atenderlas. “Aunque vayan a la escuela y escuchen a la profesora”, apunta la psicóloga, “no hay suficientes herramientas para ayudar a la criatura. No es una cosa exclusiva de las personas palestinas o de los campos, pero yo creo que sí lo sufren más”. En la actualidad, unos treinta niños y niñas hacen terapia en el centro para mejorar el habla durante tres veces por semana. En total, acuden un centenar de niños y adolescentes. Los servicios son casi gratuitos, con un coste de un dólar por paciente.

Para Farah Nehme, la salud mental está muy relacionada con las condiciones y las restricciones de los campos y con la situación de ser refugiada. “Vivir en el campo es muy salvaje. Todo lo que ves y tocas es muy duro, el ruido, los olores, la contaminación, los niños no tienen espacios para jugar, los edificios casi se tocan, el agua es salada… Y cada día, lo mismo. Todos los sentidos afectan a los niños y las niñas a todos los niveles. La situación es dura y acaban teniendo problemas de comunicación, psicomotores, en el habla… Ahora, el apoyo psicológico es un objetivo de las organizaciones. Antes, las prioridades tenían más que ver con la alimentación y con tratar traumas como perder a sus padres”.

Hassan Chamseddine es psiquiatra libanés y trabaja en diferentes campos palestinos. Los traumas con los que se encuentra tienen que ver con la propia condición de persona refugiada. “Ir de un país a otro puede ser un problema de salud mental. Es traumático y depresivo y muchas personas desarrollan problemas psicóticos. Muchas veces se van de su país y se encuentran con que no son bien tratadas. Aquí, pueden ser universitarios, ingenieros, etc., y no pueden autorrealizarse y trabajar porque solo está permitido para los libaneses, no para los palestinos. Solo dentro de los campos pueden desarrollar sus habilidades. Estudiar 12 o 15 años para especializarse y no tener trabajo y no tener futuro… es muy duro y frustrante. Algunas personas prefieren no estudiar en la universidad y encontrar un trabajo más sencillo”.

En Beddawi, en el norte del país, Hassan Chamseddine atiende a niños y adolescentes. Las trabas con las que se encuentra también tienen que ver con el habla y la escritura, donde ha habido un retroceso en los últimos años, la ansiedad, la depresión, el estrés y un entorno familiar difícil, sobre todo derivado de divorcios. El psiquiatra contextualiza que “la mayoría de las personas no tienen una buena formación, y cuando los hijos tienen dificultades con el habla o algún tipo de retraso, la familia no lo tiene en cuenta porque para ellas esta cuestión puede parecer normal. Además, se crea una situación en la que no tienen tiempo para cuidar de las criaturas y el marido siempre está fuera”.

En estas circunstancias, la depresión es algo habitual: “Hay más depresión y más estrés por no encontrar trabajo y dinero. La depresión afecta más a las mujeres. Ellas se quedan en casa, cuidan de los niños, y cuando el marido vuelve a casa no tiene tiempo para la familia. Con la gente joven es diferente, porque el hombre y la mujer pueden trabajar fuera, pero muchas mujeres mayores no salen de casa”.

Hassan Chamseddine: “Hay más depresión y más estrés por no encontrar trabajo y dinero” | A.B.

En cuanto a los divorcios, el psiquiatra comenta que los hijos y las hijas son las que sufren las peores consecuencias a nivel mental. “La mayoría se quedan con los padres. A veces, las madres tienen derecho a verlos dos veces por semana, y vivir sin la madre es un gran problema. A veces, el padre trabaja fuera, no puede cuidar de los niños y pueden ir con la madre. Los hijos y las hijas conviven con la excitación, la depresión, comportamientos antisociales, desorden de la personalidad y, entre los adolescentes, hay un número pequeño de adicciones a drogas y alcohol”.

También hay menores con 6 o 7 años e incluso con 10 o 11 años que tienen incontinencia urinaria, una cuestión de la que ahora se tiene más información y para la que hay tratamientos. Normalmente, se trata de una cuestión más relacionada con la psiquiatría que con el tema físico y que viene motivada por ansiedad, fobia o por algún tema social o familiar.

La mayoría de las personas que vienen a la consulta son palestinas, palestinas sirias, libanesas y sirias. La visita es gratuita y, a veces, les ayudan a obtener algunas medicinas, puesto que hay tratamientos que si se parasen tendrían consecuencias nefastas.

Junto con la salud mental, los centros de BAS procuran proporcionar clínicas bucodentales gratuitas o a un coste muy bajo gracias a la financiación de ONG extranjeras. En el campo de Burj al Shemali, el dentista Imad Ajjavi y la enfermera Rayanj Ali abren la consulta de lunes a sábado. Cada mes reciben a entre 125 o 130 personas que, en su mayoría, acuden por temas de caries, extracciones de dientes y muelas, ortodoncia e higiene dental.

“Hay quien se cuida los dientes y quien no. Les recomendamos como hacerlo, pero no les podemos obligar”, comenta Imad Ajjavi, mientras muestra una dentadura de plástico con la que enseña a las más pequeñas como tienen que lavarse bien los dientes. “Vienen porque es barato y porque no está lejos. Si tuvieran que ir fuera del campo, quizás no irían, y si tuvieran que pagar, seguramente tampoco”.

En general, las personas que van al dentista no tienen una buena salud bucodental, sino que van cuando están bastante mal. “No se preocupan de los dientes y cuando vienen tienen un dolor muy grande”, señala Rayanj Ali. “Procuramos hacer educación para cambiarlo, a veces funciona, a pesar de que también es verdad que cuando tienen que tomarse medicinas, a menudo se olvidan cuando ya se encuentran bien. Es difícil para nosotras trabajar así. Intentamos que cuiden de su salud en conjunto, no solo de los dientes, puesto que se trata de una estrategia global”.

La doctora Manal Abahana, dentista en Beddawi, se encuentra con situaciones parecidas y coincide con que los principales contratiempos tienen que ver con el hecho de que las personas atendidas no se lavan los dientes y cuando van a la consulta ya van tarde. “Los padres no siempre los animan ni dan ejemplo para tener una buena salud dental, comer sano y lavarse los dientes. Si no vinieran gratis o casi gratis y si no estuviéramos cerca de su casa, no vendrían porque no es una prioridad. Tendrían que pagar un taxi y se les haría todo muy caro. Tenemos que pensar que la preocupación aquí es la comida, no comprar pasta de dientes y cepillos. Tienen que poder comprar otras cosas básicas. Por eso, algunas veces, cuando vienen, tienen mucho dolor. Aquí les aconsejamos como tener una buena higiene, pero quieren resolver el problema a corto plazo y no piensan en el futuro y en el cuidado de los dientes a largo plazo”.

 

Texto extraído del informe ‘Sobreviure als camps de refugiades. La població palestina al Líban pateix una manca crònica de drets‘ editado por la Associació Catalana per la Pau, l’Associació Catalunya-Líban y la Fundació ACSAR.

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