¿Se puede ser padre sin hacer acto de presencia en esta vida -ni antes, como partenaire de la madre, ni luego como ejerciente-, solo con manifestar un anhelo y ceder su material genético? Si fuera así ¿Qué lo distinguiría de un donante anónimo? Si hacemos caso a la sabia distinción romana entre genitor, el que engendra sin futuros vínculos con su descendencia, y el pater que es el que cría y educa efectivamente, la respuesta a la pregunta inicial sería No.
Padre ya no es un título que se recibe por herencia sin que uno deba hacer méritos para merecerlo, ni tampoco es el resultado de una autodeterminación, tan en boga actualmente. No se es padre o madre porque alguien lo soñó un día o lo afirmó tal cual. Nuestra era performativa, donde basta enunciar algo para que lo dicho se realice, es fruto de otro rasgo muy de época: la idolatría del yo, esa pasión que tenemos por nosotros mismos y “porque yo lo valgo”. Como si la vida -maternidad y paternidad incluidas- carecieran de límites. De cualquiera de los habituales que, como el tiempo, el cuerpo o la muerte, laminan nuestro anhelo de alcanzar la eternidad.
Un padre es sobre todo una función, que puede ser subrogada en la pareja cuando alguien fallece -incluso aunque nunca conociera a su hijo como sucede en algunas situaciones de viudedad- pero requiere siempre que esa función se encarne (tome cuerpo) en un sujeto. Un padre merece respeto y amor -decía el psicoanalista Jacques Lacan- cuando une su deseo por la pareja al cuidado de los hijos y les transmite una versión propia de la vida y de la satisfacción. Se puede retransmitir esa versión en su ausencia, como vimos, pero hace falta previamente que estuviera encarnada en el vínculo de ese deseo como adultos. Resulta difícil que una madre transmita el deseo de paternidad de su propio hijo, en todo caso podría hacerlo de un padre. En una sociedad niñofila (término de C. Segalen) como la nuestra, las familias se construyen a partir de los hijos, son ellos quienes las constituyen y las organizan, a veces hasta en los mínimos detalles (horarios, ocio, alimentación). Pero, eso no implica que los lugares de madre, padre o hijo/a sean intercambiables.
Las tecnociencias nos mostraron que se podía externalizar la conversación (WhatsApp) y los duelos a través de chatbots que lo virtualizan (griefbots). Ahora, empezamos a comprobar cómo también la industria tecnológica pretende externalizar la inteligencia (IA). El sueño transhumanista de la humanidad mejorada continúa. ¿La próxima frontera será la filiación? ¿Podremos externalizar la paternidad y la maternidad más allá de la muerte y de la experiencia no realizada? ¿Quién reemplazará el (no) testimonio del ausente y nunca presente como padre? ¿Responderá el GTP5 por él? A veces, hay cosas del pasado que tiene todo su sentido conservarlas como humanos.