Algunos consideran que el diario madrileño El Mundo es una tribuna defensora de los proyectos emancipadores, de la igualdad y de la democracia. Este periódico publicó el pasado 21 de septiembre un artículo titulado El Congreso de Babel [1], firmado por Félix Ovejero. El artículo merece ser leído y debatido en su integridad, pero por razones de espacio esto es imposible. Cito un párrafo que creo que resume el argumento principal.

“Cuando se despeja de su hojarasca el debate se reduce a la contraposición entre dos principios: el de igualdad entre los ciudadanos y el de conservación de las lenguas. Todos los demás argumentos naufragan en inconsistencias o, desmenuzados, acaban por invocar esos principios: la apelación a la diversidad es la versión actualizada del principio de conservación. No se necesitan muchas luces para identificar la genealogía de cada uno de ellos: el primero está inseparablemente asociado a los proyectos emancipadores, a la igualdad y a la democracia; el segundo, al Volksgeist, al romanticismo reaccionario”.

Si no me equivoco, según Ovejero, la conservación de las lenguas se contrapone con la igualdad. ¡Vaya! Si no fuera por gente tan ilustrada, pobrecitos de nosotros, idiotas de nosotros, no sabríamos de qué va realmente el debate.

Desgraciadamente las cosas, en realidad son algo más complejas y contradictorias de lo que se elucubra en la soledad del gabinete del filósofo y que se perpetra sobre el papel. El papel, pobrecito, lo aguanta todo.

En mi supina ignorancia, siempre pensé que la constitución de la primera república francesa nos otorga, a mí y al señor Félix Ovejero, los mismos derechos. Si hablamos de la cuestión lingüística, el señor Félix Ovejero tendría el derecho a que sus representantes hablen en Les Corts en castellano, si así les apetece o si así lo consideran oportuno. Siempre había creído que yo también debería gozar de ese mismo derecho en mi lengua materna, el catalán. Pero no, según don Ovejero, él y yo no somos iguales en derechos.

Por lo que veo, la igualdad del señor Félix Ovejero consiste en que él y todos los ciudadanos monolingües de Borbonia tienen un derecho superior al de los ciudadanos que, a pesar de hablar y dominar dos idiomas constitucionalmente españoles, tenemos una lengua materna distinta al castellano. Según esta visión reductiva de la igualdad de derecho, los ciudadanos monolingües del reino de la casa Borbón tienen el derecho superior a que, personas hablantes de otra lengua española, como es el catalán, tengan que traducir obligadamente siempre y de forma simultánea en su cerebro, sus palabras cuando hablan en el seno del órgano de la soberanía popular que, supuestamente, son las “Cortes Españolas”. La supuesta defensa de la igualdad se transforma, de este modo, en una defensa de la desigualdad de derechos.

Por lo que siento y leo estos días, para una parte de estos ciudadanos monolingües, la alternativa, igualadora en derechos, barata y técnicamente viable (la traducción simultánea y los pinganillos), como es la recientemente aprobada en el reglamento del Congreso, les molesta, les parece ofensiva y consideran que recorta sus derechos. ¡Qué lejos estamos de Suiza!

Me perdonará si, siendo como soy un obtuso e incorregible ignorante, intento demostrar que esta forma de razonar no sólo es una falacia, sino que es un residuo fósil de la mentalidad colonial compartida por reducidos sectores de nacionalistas españoles residentes, tanto en Cataluña, Euskadi o Galicia. Por experiencia propia, puedo afirmar que se trata de una mentalidad habitual entre algunas reducidas élites de la intelectualidad del funcionariado nacionalista español residentes en Cataluña, así como de las élites gerenciales de grandes empresas de la construcción, la industria y los servicios de origen español o multinacional que suelen estar destinados por poco tiempo en Cataluña. También se trata de una mentalidad compartida por la mayor parte de la alta burguesía residente más arriba de la Diagonal. Para todos ellos, el catalán es un estorbo, un obstáculo, una molestia.

Cataluña no es colonia de Borbonia pero…

La mentalidad colonial sería aquel sistema de creencias y valores que, por ejemplo, hace posible y natural la imposición del francés (la supuesta lengua del progreso acaecida en lengua imperialista desde el triunfo de Napoleón), así como la imposición de la historia francesa (no la de la Ilustración, ni la de la revolución, sino la de Santa Juana de Arco y de aquello tan reaccionario y Volkgeist de: “nos ancêtres les gaules”) sobre las colonias francesas, tanto en Argelia como en el resto de centro-África. ¡La supuesta lengua del progreso y de la ilustración sirviendo a la tiranía y a la opresión!

Estas últimas semanas estamos viendo cómo los pueblos centroafricanos rechazan el yugo colonial y, con él, expulsan de su territorio, no sólo a las tropas imperialistas francesas, sino también la moneda impuesta por la metrópoli (franco centroafricano). Con estas herramientas de opresión expulsan también la lengua francesa. Reivindican el rico patrimonio lingüístico propio. Pretenden oficializar sus lenguas, dignificarlas y transformarlas en idiomas de uso en la escuela y en el conjunto de la administración. Algunos quizá consideren que los pueblos en proceso de liberación renuncian al progreso y a la ilustración, supuestamente asociados a la lengua del imperio francés. Pero no, el verdadero progreso social pasa por la banda que decidan los pueblos.

Quien me conoce sabe que considero que Cataluña no es colonia del Reino Borbónico de España. Sabe que considero también que en el seno de ese estado hay colonias interiores. Pero Cataluña no es ninguna de ellas. Es más, la fracción de la burguesía española que reside en Cataluña se ha beneficiado históricamente del mercado nacional español, del intercambio desigual, de la extracción de materias primas y de mano de obra barata de determinadas colonias interiores. Como he afirmado reiteradamente, la burguesía española radicada en Catalunya nunca ha sido independentista, no lo es hoy y, previsiblemente, nunca lo será. No tenía ningún motivo para serlo. Hechos [2].

La fracción de la burguesía española radicada en Cataluña pretendía que este territorio desempeñara un rol similar al que jugó Piemont en la formación del estado nación en Italia. Cuando, por razones instrumentales, ha sido tenuemente catalanista nunca ha pasado de los Juegos Florales. Hablaba catalán en la intimidad. Siempre pensó que la lengua catalana era un obstáculo para el “progreso”. Su progreso, por supuesto. En este tema, la coincidencia entre estas fracciones burguesas y los intelectuales del Foro de Babel es clara. Esta tácita alianza de clases es la que hemos visto aparecer en las movilizaciones de Societat Civil Catalana desde 2017. Esta alianza es la que veremos aflorar de nuevo en la movilización de SCC el próximo 8 de octubre. A esa alianza de clases sirven textos como los del señor Félix Ovejero. No sé si él lo sabe, pero lo hace.

La conservación de las lenguas y el progresismo

En la primera parte del texto ya citado, Ovejero eleva el castellano a lengua de los proyectos emancipatorios, de la igualdad y de la democracia. Una segunda parte le permite reducir el catalán, el gallego y el euskera en el mundo del “Volksgeist y del romanticismo reaccionario”. Reduccionismo alarmante para cualquier persona que, más allá de los apriorismos ideológicos, pretenda realizar un análisis concreto de nuestra realidad lingüística concreta. En el despacho del filósofo las cosas son simples y claras. Los conceptos se interrelacionan entre sí siguiendo las normas de una lógica abstracta sin mayores problemas. Podemos deducir cualquier conclusión de determinada disposición de las premisas que colocamos en ella. Pero una cosa es la mesa del filósofo, o el papel sobre el que escribe. Otra cosa es la realidad. Veámoslo:

Sostiene el señor Ovejero: “la apelación a la diversidad es la versión actualizada del principio de conservación”. Niego esta premisa. La niego por tres razones:

  1. Reconocer la diversidad no tiene por qué ser conservador. Reconocer la diversidad realmente existente es reconocer la realidad, en su real y concreta complejidad. No es un apelar a un principio. Es simplemente hacerse cargo y asumir los hechos reales y concretos. Lo realmente conservador, en el caso del reino de España, es precisamente lo contrario: no reconocer la diversidad realmente existente, apelar a una unidad uniformista en torno a la lengua castellana.
  2. El reconocimiento de la diversidad es la condición sine qua non de la igualdad. Tratar de anular la diversidad lingüística existente en nuestro país significa tratar de transformar la igualdad en uniformidad. Significa renunciar al carácter complejo de la realidad concreta. Al contrario de lo que afirma Ovejero, anular la diversidad (en este caso lingüística) es la verdadera “versión actualizada del principio de conservación”. Es la conservación del centralismo y del uniformismo borbónico, continuado brutalmente por franquismo y añorado actualmente por PP, Vox y por su franquicia en Cataluña: Sociedad Civil Catalana.
  3. Por otra parte, la conservación no es siempre reaccionaria: no es reaccionaria la conservación del medio ambiente, no lo es la conservación y defensa de las minorías étnicas o nacionales, ni la de las lenguas. A menudo, el progreso social pasa, precisamente por conservar algunas de estas cosas.

Parece que el argumento del señor Ovejero tiene más agujeros que un queso de Gruyère suizo. Pero vayamos un poco más allá:

Sostiene el señor Ovejero: “No se necesitan muchas luces para identificar la genealogía de cada uno de ellos: el primero [la igualtat, j.t.) está inseparablemente asociado a los proyectos emancipadores, a la igualdad y a la democracia; el segundo [ la conservación de las lenguas, j.t.], al Volksgeist, al romanticismo reaccionario”.

Lo niego. Al contrario de la forma falaz y reductiva de razonar del señor Ovejero, la intención de conservar las lenguas no siempre es romanticismo reaccionario. Si éste fuera el caso, la conservación del castellano también lo sería. ¿O es que asiste al castellano un espíritu especial que transforma automáticamente esta lengua en portador del espíritu ilustrado, igualitario y democrático? Ramiro de Maeztu o José Antonio Primo de Rivera no estarían muy de acuerdo. Para ellos, el castellano era la lengua del Imperio. De hecho, el castellano ha sido “la lengua del Imperio” durante los largos siglos de la monarquía borbónica, lo fue bajo Primo de Ribera, en la larga noche del franquismo y hoy lo sigue siendo para PP, VOX y Sociedad Civil Catalana. Una ventana se abrió brevemente, y no sin contradicciones, en los años de la Segunda República española. Los únicos años en los que los principios de la ilustración, de igualdad y democracia trataron de imperar en España.

Atribuir la primera calidad (el espíritu romántico-reaccionario) sólo a los defensores del catalán, gallego y euskera y la segunda (la defensa de la igualdad) sólo a los defensores del castellano va más allá de la falacia reduccionista. Es algo peor: es una expresión de mentalidad colonial que atribuyo a determinadas élites pequeño-burguesas de funcionarios o empleados de grandes empresas que, habiendo nacido o vivido en Cataluña desde hace décadas, no quieren entender el catalán, o hacen befa cada vez que pueden. Cataluña no es colonia de España, pero dentro de Cataluña, reducidos sectores pequeño burgueses o reducidas aristocracias intelectuales profesan una estrecha mentalidad colonial.

La realidad lingüística de nuestros países y de nuestros pueblos no se deja colocar en lecho de Procust, donde intenta colocarla Félix Ovejero. La realidad es más compleja, más rica y, déjeme decirlo, afortunadamente es más entretenida y divertida. El señor Ovejero puede pretender expulsar esa realidad por la puerta. Volverá a entrar por la ventana.

No todos los ciudadanos castellano hablantes opinan como el señor Ovejero. Si bien es cierto que entre los defensores del castellano existen tendencias romántico-reaccionarias, también hay personas amantes de la igualdad, de la libertad y de la fraternidad. La nómina ha sido y es, afortunadamente, muy larga. En mi opinión son la mayoría. Junto a ellos llevamos desde siempre una larga lucha por la igualdad y la libertad, incluida la cuestión de la lengua. Juntos hemos luchado y lucharemos contra el uniformismo lingüístico. Ahora llevamos esta lucha conjunta contra la imposición de la nueva lengua del imperio: el inglés. La mayoría de los ciudadanos castellanófonos son algo más que nuestros aliados, son hermanos y compañeros de lucha.

El caso de la normalización de las lenguas españolas en Las Cortes, siendo un caso particular y, en definitiva, relativamente poco trascendente, ha hecho aflorar de nuevo las corrientes más profundas, más conservadoras, incluso reaccionarias del nacionalismo gran-español. Ha mostrado claramente que tanto PP, como VOX, como Societat Civil Catalana y todos sus secuaces y adláteres son los principales enemigos de España. Son una fábrica de independentistas al por mayor, como dijo recientemente Arnaldo Otegui.

Concluyo. España será plurinacional y plurilingüística o no será. O los pueblos pueden expresarse libremente en sus lenguas o España no será. España será una unión libre de los pueblos o no. O los pueblos pueden ejercer el derecho a la autodeterminación o España desaparecerá.

[1] Podéis leer el texto completo de Félix Ovejero en: https://www.almendron.com/tribuna/el-congreso-de-babel/

[2] https://lallibertatdelsantics.blogspot.com/2018/05/espanacataluna-pueblonacionestado.html

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