En Los asesinos de la luna se relata una historia inspirada en hechos reales que aconteció a principios del siglo XX en la comunidad Osage, dentro del Estado de Oklahoma (EEUU).

Para 1920, todas las comunidades de nativo-americanos en EEUU habían sido confinadas en reservas, una vez que la conquista del Oeste se había completado, anexionando EEUU a su geografía política todos los territorios que otrora formaron parte de diferentes tribus nativas. Esta es, por supuesto, una larga historia en la que el extractivismo colonial y la xenofobia genocida fueron tristemente presentes.

No obstante, para principios del siglo XX, la historia parecía ser algo diferente (reparemos en este “parecía”, por favor). Los nativo-americanos no habían sido realmente asimilados, pero sí que habían sido reducidos tanto en número, distribución e influencia. De este modo, se les concedieron algunas parcelas de territorio para que se quedaran allí, sin molestar a la fábrica del progreso que era EEUU entonces.

En este nuevo contexto, el descubrimiento de yacimientos petrolíferos en el interior de algunas de estas recién creadas reservas, como la de comunidad Osage, hizo que los EEUU trataran por primera vez a estas comunidades como sujetos jurídicos y, por lo tanto, como potenciales propietarios. Así, la comunidad Osage acabó repleta de nativo-americanos que tenían derechos sobre unas tierras extraordinariamente ricas por su importancia estratégica/industrial.

A la vista de este cambio de enfoque, no puedo sino recordar las palabras del cómico egipcio Bassem Youssef que, al hablar de la actual situación de masacre en Gaza, comentaba que, tal vez, Occidente comenzaría a tener cierta consideración con las vidas palestinas cuando inspirasen pena y no fueran ningún temor. En este sentido, Youssef apelaba precisamente al recuerdo de lo que los EEUU hizo con los nativo-americanos, donde primero se hizo una limpieza étnica brutal y, posteriormente, cuando los nativo-americanos ya eran un grupo de personas muy reducido, sin tierras propias, ningún tipo de poder y sin influencia alguna, se fue misericordioso con ellos y, así, a través de cierta lástima por aquél que ya no puede defenderse, se crearon sus reservas y se reivindicó su protección (aunque no su memoria).

Con más detalle, podríamos hablar al menos de tres fases claramente distinguibles en el proceso de arrinconamiento de los nativo-americanos: 1) voluntad de exterminio, 2) expolio, 3) conciliación, creación y consolidación de reservas.

Así, el interés del film de Scorsese reside en situarse a medio camino entre el paso dos y el tres, entre el expolio y la consolidación de las reservas.

Fotograma de la película. | Apple TV

Con la perspectiva de la finalización de la primera fase, surgen personajes como William Hale. Este se erige en vínculo que conecta la comunidad Osage con el poder político del Estado de Oklahoma. Así, Hale se reivindica a sí mismo como un protector, un ciudadano preocupado y cautivado por las costumbres de la comunidad Osage, alguien que es capaz de chapurrear mínimamente su lengua y que no duda en interceder en cualquier conflicto, disponiendo de los recursos económicos y legales necesarios para ayudar en lo que pueda hacer falta.

En la película, el relato del comportamiento de Hale está magistralmente ejecutado: la naturalidad de sus acciones camufla que algo está mal hasta bien avanzada la trama. Se ve en él a alguien tan abnegado y preocupado por todo el mundo que, en primera instancia, no parece haber nada de malo en su forma de propiciar matrimonios entre familiares, allegados o amigos. Aunque a primera vista el mestizaje en todos y cada uno de los matrimonios puede levantar ciertas sospechas, el personaje se esfuerza por resignificar estos enlaces como un beneficio a una comunidad que, en última instancia, no acabará distinguiendo entre nativos, blancos o cualesquiera que pudieran venir. La comunidad Osage estará por encima de esas diferencias.

Sin embargo, y de forma triste pero no sorpresiva, lo que hay detrás de Hale no es sino un engaño. La intención última es el expolio de los nativos y la acumulación de bienes por parte de los blancos que él cuidadosamente va colocando donde le interesa.

La protagonista, Mollie Kile, retrata a la perfección la angustia de quién se supone que era un igual, pero que nunca va a poder ser escuchada, su voz está ahí, pero se pierde entre los ecos del ensordecedor ruido extractivista. En la película expresa algunas sentencias demoledoras, como cuando le dice a su marido que “ni siquiera sé si me quieres”. En un mundo en el que el engaño se ha normalizado, en el que los nativos parecen acercarse a ser formalmente iguales pero reciben un trato segregado, ¿qué palabras tienen valor?

De este modo, en el film se retrata a la perfección cómo un tiempo después de que los nativo-americanos sean reconocidos como sujetos jurídicos, aún no son sujetos sociales. Un pequeño fragmento de una conversación de la película se hace muy revelador para comprender esto de forma clara:

“A-  Necesito que mates a alguien; B – Yo no hago esas cosas; A- Es un indio; B- Ah, entonces estamos hablando de otra cosa.”

Efectivamente, estaban hablando de otra cosa, por mucho que el armazón legal fuera sobre el papel el mismo… No lo eran, ni por asomo.

Así, quizás sólo quede dar toda la razón a Youssef. Al final, el paso del tiempo no hizo que se les considerara mejor a los nativo-americanos, simplemente dejaron de inspirar temor. Ahora inspiraban lástima pero, también, codicia.

Y quizás sólo se esté repitiendo otra vez el mismo proceso con el pueblo palestino: desgraciadamente, aunque para sorpresa de nadie.

Cartel de la nueva película de Martin Scorsese
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