El pasado 18 de marzo trascendió la conversación vía WhatsApp que Miguel Ángel Rodríguez, Jefe de Gabinete de Isabel Díaz Ayuso, mantuvo con la periodista Esther Palomera en relación con una información publicada por el periódico donde trabaja ésta, eldiario.es. Las noticias publicadas hasta ese momento, que no firmadas por Palomera, señalaban ciertos posibles delitos cometidos por Alberto Gómez Amador, pareja de Díaz Ayuso. Unas infracciones realizadas a la hora de hacer pasar por verdaderas una serie de facturas que rebajaban notoriamente su aporte fiscal debido a unos extraordinarios ingresos, obtenidos mediante la intermediación en la compra de material médico durante los momentos más duros de la pandemia. Ante la información revelada, MAR –como también es conocido Miguel Ángel Rodríguez– amenazó con triturar, cerrar, el diario, además de tildar de idiota y preciosa a la periodista. Ante el revuelo causado, días después y tras muchos tiras y aflojas, la propia Presidenta de la Comunidad de Madrid salió a defender a MAR señalando que no entendía “qué hace esto [por los mensajes] dando vueltas por ningún sitio. A ver si ahora tampoco nos podemos enfadar con gente de confianza porque también se filtra. Ahora todo se filtra. Se filtra, eso sí, lo que interesa”. Es decir, enmarcaba en una conversación informal lo que a todas luces se presentaba como una amenaza dura y directa.
Los “excesos de confianza” bajo la forma de insultos, mofas o bromas entre amigos, compañeros y familiares son un fenómeno típico de algunas sociedades contemporáneas. De hecho, fue uno de los mecanismos sociales recogidos por el antropólogo británico Alfred Radcliffe-Brown en su conocida obra Estructura y función en la sociedad primitiva bajo el término relaciones burlescas. Para Radcliffe-Brown, estas relaciones se dan entre dos personas, a una de las cuales se le permite, por costumbre, y a veces se le exige, embromar o hacer burla de la otra que, a su vez, no puede darse por ofendida. De acuerdo a este dispositivo social, los insultos y guasas entre determinadas personas permiten, por un lado, poner de manifiesto la solidez de la relación mediante la exhibición de una gran familiaridad mientras que, por otro, señalan de forma tácita los límites de la misma, es decir, recuerdan a los interpelados cuál es la posición de cada uno. Este tipo de proceso, que no es tan frecuente en Catalunya, sí que se encuentra mayoritariamente instalado en territorios como Andalucía, donde incluso es reseñado por algunas obras de las ciencias sociales como Metáforas de la masculinidad. Sexo y estatus en el folklore andaluz, de Stanley Brandes.
Pues bien, sería mediante esta aproximación bajo la que podríamos interpretar las palabras de MAR –idiota, preciosa, os vamos a triturar– a la periodista Esther Palomera en el caso de que, verdaderamente, su relación fuera de confianza. Sin embargo, tal y como ella misma se ha encargado de recordar, esto no es en absoluto así. La periodista de eldiario.es ha explicado en varias ocasiones que su relación con el Jefe de Gabinete de Díaz Ayuso, aunque antigua, es simplemente aquella que se encontraría entre colaboradores, más o menos frecuentes, en medios de comunicación u otros ámbitos laborales, pero que bajo ningún concepto se la podría calificar como amistad. Se trata, por tanto, de un exabrupto, de un insulto directo, de un desplante condescendiente, de una amenaza nada velada por parte de una persona de la Comunidad de Madrid con el poder suficiente para hacer mella en la carrera informativa de Esther Palomera, así como en el medio de comunicación para el que trabaja.
De la misma manera que yo no puedo llamar precioso, idiota o cabronazo alegre y fácilmente a Miguel Ángel Rodríguez o a cualquier otra persona con la que no mantenga algún tipo de relación cercana en un contexto cultural compartido, sin atenerme a consecuencias legales o sociales, éste no puede denominar así a la periodista y después intentar colar, no ya directamente, sino a través de su empleadora, que sus alusiones se habían dado en el marco de una relación “de confianza”. Esto lo sabría Radcliff-Brown y lo sabemos todos los demás.
Las razones por las que no podríamos llamar cabronazo a Miguel Ángel Rodríguez son las mismas por las que éste ya está tardando en presentar su dimisión y pedir perdón al gremio de periodistas del conjunto del Estado. Venga, precioso.


