Suena la campana de la escuela Castella y dentro de pocos minutos los niños y niñas empezarán a salir por la puerta del centro, que da directamente a la plaza con la que comparte el nombre. Se encuentra en uno de los extremos del barrio del Raval de Barcelona, a pocos metros de Plaza Universidad. Un espacio muy céntrico en el cual los padres y madres que esperan la salida de los pequeños comparten zona con turistas que ocupan las terrazas y adolescentes que se sientan en las zonas verdes, a menudo acompañados de guitarras o alguna lata de cerveza.
Son pocas las escuelas que, como esta, tienen una plaza justo delante. Todo lleva a pensar que se trata de un espacio ideal para que los niños y niñas se queden a jugar, pero la realidad es otra: las familias lo abandonan rápidamente. La culpa la tiene un parking subterráneo con dos salidas que llevan a la plaza Castilla y que interfieren directamente en el juego y la seguridad de los niños.
“La apropiación del espacio público pasa por sentírtelo tuyo, por poder moverte con autonomía y seguridad”, explica Elena Guim, arquitecta fundadora de Arquect 10, un proyecto que tiene en cuenta la voz de niños y jóvenes para repensar los espacios, entendiéndolos como sujetos activos. En esta línea también se enmarca su trabajo en la UOC, de la mano del proyecto CUIDAR, que escucha a los más pequeños para optimizar las políticas de prevención de riesgos.
“Seguridad no es poner cámaras sino mantener el sentimiento de comunidad. Y la gentrificación rompe estas relaciones”, puntualiza. Y es que esta plaza, como la mayoría de espacios característicos del Raval, tiene un uso que Guim caracteriza de ”internacional”. Por un lado, destaca el turismo y la consiguiente subida de precios de los establecimientos: “las familias ya no pueden consumir a los bares porque los precios son prohibitivos para muchos. No hay padres y madres tomando algo mientras vigilan los niños que juegan. Y, del mismo modo, parece que no puedas hacer uso del espacio público sin consumir porque el urbanismo a menudo te expulsa”, considera.
Y al otro lado de la internacionalización del Raval y completamente opuesta a la gentrificación del turismo se encuentra la migración. “Esta zona está mayoritariamente habitada por familias filipinas, hecho que hace que el espacio evolucione y que la manera de entenderlo y apropiárselo cambie”, explica Guim. Las comunidades que habitan el barrio provienen de culturas que hacen un uso “muy activo de los espacios y que, a pesar de la migración, han conseguido conservar sus costumbres, que implican hacer vida a la calle”, comenta.

“El sentimiento de pertenencia pasa por sentirse reconocido en un espacio”
La imagen que generan las plazas del Raval ha ido cambiando progresivamente dando lugar a niños jugando al criquet y niñas ensayando coreografías ante los espejos del patio interior del CCCB. “Cada vez cuesta más encontrar espacios donde realizar prácticas deportivas”, asegura Guim, quien recuerda que con la pasada ordenanza de civismo se prohibía el juego de la pelota. “Cuando el Chino pasó a ser el Raval se dio la necesidad de hacer limpieza en Barcelona y, en esta imagen idílica, un niño que te da un golpe en la cabeza con una pelota no entra”, resalta, de camino a la plaza Terenci Moix, mientras el repiqueteo de las ruedas de los skates chocando contra las aceras se va haciendo cada vez más presente.
Pero al llegar a Terenci Moix los patinadores, que se dirigen a la plaza del MACBA, quedan -parcialmente- encubiertos por el sonido de las pelotas de básquet rebotando contra la pista y los gritos y risas de adolescentes que improvisan un partido. Se trata de uno de los pocos espacios pensados específicamente para hacer deporte, una práctica “importantísima para generar sentimiento de comunidad”, asegura Guim. Explica que los adolescentes requieren una identidad colectiva que pasa por sentirse reconocido en un espacio. “Así, esta plaza, monopolizada por el mismo grupo de chicos que juegan siempre al mismo deporte, funciona como ancla con el barrio”.
Terenci Moix, a diferencia otras plazas como la de Castella o la Dels Àngels -más conocida como plaza del MACBA-, que acogen gente de toda Barcelona, está pensada para cubrir las necesidades de los vecinos del Raval. Así, estos chicos han generado “unas dinámicas de uso propias, según unos códigos que no generan conflicto”, comenta. El único problema de la plaza, recuerda, eran los olores: “si se quiere que la gente haga uso del espacio público, se deben cubrir sus necesidades fisiológicas”. Por eso, esta plaza fue una de las pioneras del Raval en la instalación de lavabos públicos.

Las niñas en el Raval: pocas y en espacios concretos
“Uno de los temas curiosos de esta plaza es el de género”, comenta Guim. Terenci Moix está monopolizada por los chicos, puesto que la práctica deportiva de grupo está muy masculinizada, opina. Así, las chicas, que “acostumbran a reunirse en grupos más pequeños para charlar, más que para jugar, no hacen un uso tan activo de las plazas como los niños”, observa.
Uno de los pocos espacios en el que se pueden encontrar niñas en grupo es la plaza Coromines, donde las chicas -la mayoría de origen filipino-, se reúnen para ensayar coreografías ante los espejos que componen una de las paredes del CCCB. Pero el día que se realiza la entrevista esta fachada se encuentra en obras, hecho que hace que las niñas que acostumbran a usarla como escenario no estén, “aunque Coromines sea una de las pocas plazas que permiten sentarse de manera colectiva y tranquila”.
Este espacio cuenta con varios equipamientos que hacen que puedan convivir diversas necesidades. Por un lado tiene uno de los pipi-canes más grandes de la ciudad y es un espacio ancho y luminoso, sin presencia de coches, que hace que los niños y niñas puedan jugar sin peligro -una remodelación urbanística que también se enmarca en la necesidad de “hacer limpieza” después de la desaparición del Chino.
Es una plaza que, como la del MACBA, permite reuniones en grupos grandes para las que la disposición tradicional de los bancos de la ciudad no es adecuada. También son espacios que se han convertido en escenarios artísticos: improvisaciones musicales, performances o actividades alternativas como eran la práctica del skate o la música trap que ahora se han normalizado y se han acabado convirtiendo en parte de la marca Barcelona. “Un buen espacio público tiene que poder dar respuesta a diferentes necesidades”, explica Guim mientras un skater hace que nos apartemos porque le molestamos mientras graba un vídeo a un compañero haciendo acrobacias.
Así, las gradas de piedra de la plaza Coromines acogen reuniones colectivas, piruetas de los patinadores y permiten, incluso, que los niños hagan uso del urbanismo explorando su psicomotricidad y creando juegos imaginativos que los equipamientos infantiles no permiten. El problema viene cuando, según Guim, “hay colectivos que estorban en un espacio. Pasa en la plaza del MACBA, que ha acabado siendo monopolizada por los patinadores. Las divisiones de los espacios generan sectorització. Como niño, el MACBA te expulsa. O entras en la dinámica de la cultura skater o no tienes lugar”, explica justo ante la salida de la escuela Vedruna – Àngels, que da directamente a la plaza.
“Este espacio sería muy estimulante para los niños, con los museos y la diferencia cultural, pero no se pueden quedar”, asegura mientras seguimos el grueso de alumnos que salen de la escuela, algunos de los cuales se dirigen a la plaza Caramelles o a la plaza Salvador Seguí, ambos espacios con equipamientos infantiles.

Los espacios de juego, cerrados y bajo vigilancia constante de los adultos
La plaza Salvador Seguí -más conocida como la plaza de la Filmoteca- cuenta con un equipamiento infantil relativamente difícil de ver. “Este espacio de juego, que ya está en una esquina, está doblemente aislado, con una valla. No nos ponemos en la piel de los niños, que no quieren estar sitiados en sus ratos de juego”. Y es que los equipamientos infantiles, según la arquitecta, pueden llegar a coaccionar el ocio de los niños.
Por un lado, acostumbran a estar rodeados de bancos que son usados por padres y madres para vigilar a los niños, que “acaban sintiéndose muy observados y con falta de espacios de juego o conversación que no estén bajo vigilancia constante de los adultos”. Y por otro lado, considera que estos equipamientos aportan unas posibilidades de juego muy delimitadas. Es por este motivo que los niños que llegan a la plaza Caramelles pasan de largo de esta instalación y se dirigen directamente a la zona de ejercicios para la gente mayor que se encuentra en el otro extremo del espacio.
Esta zona cuenta con equipamientos que, si bien para adultos sirven únicamente para ejercitarse, para los más pequeños componen toda una yincana abierta a la imaginación. “El problema de delimitar el uso del espacio es que dificulta su compartición y en esta zona se dan conflictos cuando los pequeños lo usan porque los más grandes no tienen acceso”, comenta. Y es que el uso intergeneracional es algo difícil de lograr porque los niños, “cansados de estar determinados en espacios de juego diseñados por adultos, enseguida ocupan las otras zonas, como las pistas de petanca o los bancos, porque para ellos todo se puede convertir en un juego”, asegura.
Este uso imaginativo del espacio se ve con claridad a la plaza Jean Genet, que da a la salida de la Escuela Oficial de Idiomas de Drassanes. Se trata de una plaza con mucha vida “aunque a primera vista no disponga de los equipamientos necesarios”, observa Guim. Los adolescentes juegan a fútbol, cuando cae la noche, en la escuela Drassanes, que cuenta con un patio abierto, mientras los más pequeños observan desde la plaza usando los asientos de las bicicletas ancladas a una estación del Bicing como tribuna privilegiada.
“Cualquier espacio puede ser dinámico. Lo que para nosotros es un tubo de hierro para aparcar bicicletas, para ellos es un reto que puede cumplir la función que deseen. Esta es la magia de la infancia: que puede apropiarse del espacio público incluso cuando el urbanismo no les contempla”.
