“Tenemos que hacer las paces con la buscona y la guarrilla”. Así de contundente se muestra Maria Cabral, psicóloga, sexóloga y creadora de los talleres de feminismo y sexualidad “Viaje al centro del placer”. Un espacio que se pregunta porque en el siglo XXI, en plena oleada de sororidad y de crítica al heteropatriarcado, todavía nos cuestionamos el uso y la sexualidad (y sexualización) de los cuerpos femeninos. Los workshops combinan un marco teórico y una experiencia práctica de la mano del twerk.

A pesar de que ha llovido mucho desde que Betty Donson publicara en 1987 Sex for One, un canto de amor al arte del autoerotismo y una invitación al conocimiento de la propia genitalidad, muchas de las cuestiones (y reivindicaciones) que se planteaban en aquel momento siguen vigentes. No obstante, uno de los marcos que sí se consiguió fijar y desde donde dialoga el feminismo actual, según Cabral, es que la lucha feminista tiene que estar enfocada a mejorar las condiciones materiales necesarias para que las mujeres puedan vivir su sexualidad libre de coacciones y violencias.

Los talleres “Viaje al centro del placer” –según describe su creadora– son una invitación a desculpabilizarse, a ser conscientes de como la misoginia nos resulta intrínseca por socializada, y a celebrar la diferencia sexual lejos de esencialismos biologistas y lógicas binarias. Se trata de romper la dicotomía santa y puta, dos polos opuestos sobre los cuales únicamente, al parecer, ha podido expresarse el hecho femenino. “Para ello hay que trabajar la misoginia interiorizada y de alguna manera hacer las paces con la “guarrilla”. Esa que las mujeres sacrificamos para ser tenidas en cuenta de forma seria en un mundo gobernado por hombres, a quienes se presupone un deseo animal, salvaje e incontrolable”, relata Cabral. Cómo diría la feminista Carol Vance al libro Placer y Peligro, se tiene que animar las mujeres “no sólo a resistirse a la coacción o al atropello, sino también a la ignorancia sexual, la desposesión y el miedo a la diferencia”.

El proyecto de Cabral parte de una idea: la palabra toca el cuerpo, es decir, los discursos sobre la sexualidad afectan la manera en la que nos relacionamos con nuestro cuerpo y la percepción que tenemos de él. Aborda esta realidad en un taller de seis horas.

Las primeras cuatro son teóricas para hablar de feminismos, sexos, sexualidades y eróticas, orgasmos, fantasías y deseos, fisiología del placer, conocimiento de genitales externos e internos, ejercicios de reconocimiento de tensiones en el suelo pélvico, y dónde además se ofrecen recursos para que cada una pueda seguir investigando por su cuenta. En las dos últimas, se llega a la danza de la mano de Kim Jordan, pedagoga, y profesora de booty dance, una forma bailada de celebrar los cuerpos y las sexualidades, únicas y singulares. “Se trata de crear un espacio de educación sexual y trabajo corporal donde, además de tener en cuenta la estructura patriarcal en la qué todas y todos actuamos, podamos expulsar algunos prejuicios y, al mismo tiempo, aumentar el placer y la alegría”.

Pastora, una de las participantes de los talleres narra que participar en esta experiencia ha sido muy liberador. “El twerk pone el cuerpo de la mujer en el centro de una manera muy poderosa”. Pero matiza: “Sin embargo, en una sociedad patriarcal el cuerpo de la mujer es hipersexualizado y mercantilizado y cualquier otra expresión que no sea para vender o erotizar no tiene cabida en el discurso imperante, bien sea mover el culo por placer de una misma o amamantar a un bebé. Estas cosas tienen que estar relegadas a la intimidad según el discurso predominante”.

‘Twerk’ para luchar contra el patriarcado (el clasismo y el racismo)

El twerk o booty dance permite introducir en el debate sobre la sexualidad feminista un hecho capital para la psicóloga Maria Cabral: la instrumentalización del feminismo para esconder determinadas posturas racistas y clasistas. “El feminismo de las mujeres migradas, y otras etnias, ya existe, ellas ya están organizadas. Por lo tanto, básicamente se trata de eliminar el absolutismo de los discursos, incorporar la posibilidad que cada una hable desde su posición, sin que esto resulte una ofensa para las otras. Dejar de hablar por todas cómo si fuéramos uno todo homogéneo”.

Sobre el reggaeton y el twerking pesa una mirada eurocentrista, clasista y perversa. “Es increíble la reacción que nos provoca ver personas moviendo partes de su cuerpo que en nuestra cultura son consideradas  impúdicas o incluso vulgares”, dice Cabral. Por un lado los movimientos de culo están anclados a culturas marginales, al sur periférico de las bajas pasiones tan alejadas de la rigidez pélvica y las piernas bien cruzadas propias del Occidente blanco y privilegiado. Así, parece que en la cultura occidental mover estas partes del cuerpo sea considerado sucio, animal e inculto. Por otro lado, desde la izquierda hay el intento de disfrazar actitudes racistas y clasistas en nombre del feminismo argumentando que el twerk es un baile que cosifica las mujeres o que las letras de las canciones (por ejemplo de reggaeton) son machistas.

Imatge d’un dels tallers | Lookyproduccions

El twerk, tal como explica Kim Jordan, es un paso del booty dance, no un baile en sí. El booty nació en New Orleans a partir del bounce y las danzas afrocaribeñas. Los pioneros de la cultura bounce que popularizaron estas danzas de culo eran gente que pertenecían a grupos minoritarios y muchos formaban parte de la colectividad LGTBI. Estos colectivos utilizaban estas danzas como forma de celebrar y resistir. El empoderamiento de la disidencia empezaba a través de reivindicar el propio cuerpo, fuera como fuera, y el movimiento de este en comunidad. Para Kim Jordan hay que practicar estas danzas “en concordancia con sus orígenes comunitarios para evitar que su uso sirva al capitalismo blanco”.

Respecto a la sexualidad femenina, las mujeres han pasado de una época donde las buenas chicas no tenían sexualidad y si la tenían era una sexualidad centrada en la idea de la reproducción, a otra, donde hay una especie de impulso hacia el placer, una exigencia de satisfacción y de plenitud que puede llegar a ser agotadora. “Basta de instar a las mujeres a recoger el cuerpo, nosotros tenemos que tener la posibilidad, la responsabilidad y el derecho de expresarnos como sujetos sexualitzados y sexuales”, concluye una contundente Cabral.

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Barcelona, 1983. Llicenciada en Periodisme i Humanitats. Especialitzada en periodisme cultural i social i vinculada al món de l'educació i les arts escèniques. Ha treballat com a cap de premsa en festivals de teatre i cinema i com a redactora de televisió i agències de notícies. Actualment assessora projectes de teatre documental i escriu a diferents mitjans de comunicació de Barcelona i Madrid. És la coordinadora de la Revista de Cultura i Escena Godot Barcelona.

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