Mario Campaña (Guayaquil, 1959) se ha impuesto dedicar su vida a la escritura… y a hacernos pensar. No se considera historiador ni sociólogo, sino un escritor que entiende que, como cualquier ciudadano, tiene deberes con su comunidad, con la resolución de los problemas comunes. Fue esa noción de deber lo que le llevó a escribir. Ha vivido en París, Glasgow, Baltimore, México, Barcelona… y es el perfil completo de intelectual: quiere pensar.
Además, es poeta y ensayista de literatura, filosofía y política. Ha publicado una biografía de Baudelaire y otra de Quevedo, dos libros de relatos, tres poemarios -en diciembre le otorgaron en Ecuador el Premio Jorge Carrera Andrade al mejor libro de poesía del año por Pájaro de nunca volver– y tres ensayos políticos, dos sobre América y el más reciente, Una sociedad de señores (Jus, 2017), una reflexión sobre nuestra democracia y la dominación moral. Su análisis señala qué resabios jerárquicos y señoriales de nuestra tradición siguen impregnando a los supuestos demócratas.
El feudalismo sigue vivo, sostiene usted. ¿El señor nunca se ha ido?
Dicho así puede sonar a exageración. Lo que yo he digo es que el feudalismo, igual que el antiguo mundo greco-romano, se basaba en la noción de diferencias y en las jerarquías derivadas de ellas (legales, jurisdiccionales, sociales, políticas, etc.). La modernidad contestó cada una de esas diferencias a través de la consagración de la noción de igualdad (legal); hubo sin embargo una excepción: la igualdad moral, que no fue concebida. La diferencia moral, que estaba en el núcleo del antiguo régimen, quedó incólume; sobrevivió y, en una medida considerable, sobrevive aún hoy en nuestras sociedades democráticas.
Entiendo por diferencia moral la jerarquización de la dignidad y el valor de los seres humanos; la clasificación entre superiores e inferiores morales. Hoy somos iguales ante la ley pero, se diga lo que se diga públicamente, es evidente que no atribuimos igual dignidad ni valor humanos, es decir, moral, a todos; que para nosotros realmente no son iguales el director de un banco o de una real academia española que un desempleado o un refugiado. Creíamos que el señor, el beneficiario y sostén de esta diferencia y esta forma de dominación, se había ya extinguido, pero ahora sabemos que nunca se fue, que ha estado siempre entre nosotros, y en este tiempo se atreve a mostrarse abiertamente. Porque nadie ha cuestionado su existencia de manera seria.
Qué entendemos por el concepto de sociedades de señores?
Son las sociedades en las cuales la dignidad y el valor humanos no son reconocidos en términos horizontales sino verticales, es decir, jerárquicos, según la posición que cada uno ocupe en la estructura de poder, según la riqueza, los méritos, la educación, la pertenencia a determinados pueblos, razas, países, según las profesiones y oficios u otros factores que otorgan distinción. Sería ingenuo creer que esta es una cuestión subjetiva, que se reduce al respeto y las consideraciones en las relaciones personales, porque en estas sociedades tales diferencias tienen también una gran repercusión práctica en políticas públicas.
¿Las sociedades de señores son la mayoría de las democracias occidentales?
Me parece que la mayoría de las sociedades occidentales de hoy son señoriales, sí; incluidas por supuesto la española y las latinoamericanas. Hago la salvedad de las sociedades escandinavas, tenidas por las democracias más avanzadas, e Islandia y Canadá; aún no tengo una posición madura sobre éstas. Con esas excepciones, no tengo dudas: el señor o los señores ocupan una posición de superioridad en la jerarquía de valores y ejercen una dominación moral sobre sus congéneres, considerados inferiores.
Las élites ejercen su “superioridad moral” a través de “principios” aristocráticos de dominación (linaje, lujo, privilegios, ostentación y competitividad). ¿Cómo encajan en el quehacer socio-político y cultural de hoy en día?
Efectivamente, a lo largo del tiempo, en las diferentes épocas, las sociedades señoriales han ido acuñando conceptos y nociones que actúan como principios legítimos y hasta naturales y sirven para practicar sin conflicto la dominación moral, que a su vez justifica la dominación material, económica, política, educativa, lingüística, de todo tipo, según las épocas, las circunstancias y los lugares. En la vida cotidiana esto tiene innumerables manifestaciones, en el ámbito laboral, educativo, familiar y religioso.
En la política es evidente tanto en la organización, en las instituciones, como en el ejercicio del poder, en las políticas públicas. Mírese, por ejemplo, las ayudas prestadas por los gobiernos de derecha, tanto el central español como el nacionalista catalán, a las escuelas concertadas y a las privadas, en comparación con el trato dado a las escuelas infantiles públicas. O mírese cómo se trata a los barrios de gitanos o de inmigrantes: en todos los casos hay un discrimen, no solo material sino también moral.
¿Cómo se trasladan estos “valores señoriales” a las redes de corrupción política?
La corrupción tan general que hoy vivimos es consecuencia de los principios que imperan en las sociedades, en la vida. Hoy el principio supremo es el lucro, la riqueza, la ganancia a cualquier precio, de cualquier modo. Se es un triunfador o un perdedor; no importan los medios. La sociedad solo juzga los resultados. Se trata de triunfar, y punto; diría incluso más: se trata ser el primero; a menudo ni siquiera vale ser el segundo: ser el primero es lo que da valor, distinción, dignidad. Esa es la cultura del señor y la base del señorío. En muchos casos, escandalizarse por la corrupción es solo una forma más de la disimulación. Todo esto está sustentado también en principios no democráticos sino señoriales, heredados del pasado, que actúan de forma invisible pero eficaz, y que se deben erradicar si queremos mejorar nuestras democracias.
¿De qué manera los señores se beneficiaron de la transición española?
De la transición española solo tengo impresiones; no la conozco bien. Sin embargo, diría que hubo una gran negociación para el reparto del señorío, en términos económicos, políticos, sociales y morales, y que a esa operación no fueron convocados los pobres. Allí surgieron nuevos señores que, junto a los antiguos, ocuparon las posiciones de dirección del Estado. Al mismo tiempo, es innegable que entonces se puso en marcha un cierto proceso de democratización de derechos, de la cultura, de las relaciones sociales, institucionales, políticas… Ahora bien, creo que esa democratización en determinado momento se detuvo, luego empezó a revertirse y ahora estamos en un período de franco retroceso. De cualquier modo, las clases, los grupos y minorías subordinadas no fueron muy tenidas en cuenta en esa democratización; jamás les ha sido reconocida la misma dignidad, el mismo valor y los mismos derechos de los que gozan los señores.
Hoy los señores se proclaman demócratas, incluyentes y tolerantes, y hasta apelan a la diversidad. ¿En qué situación queda entonces la democracia?
Cuando los señores hablan de democracia se refieren solo a las instituciones, que ellos mismos crearon a su medida, para el ejercicio de su dominación, y así para ellos una sociedad es democrática si tiene división de poderes, aunque en su seno se viva una indisimulada situación de racismo, como en Estados Unidos, por ejemplo. Sin embargo, lo principal de la democracia no son, ni pueden seguir siendo, las instituciones. Estas conforman el sentido antiguo, histórico, de las democracias. Hoy ya no podemos aceptar ese límite; no podemos seguir considerando a las democracias como un mero asunto de instituciones y mecanismos de gobierno.
La democracia ha de componerse de instituciones democráticas, sí, pero también, y sobre todo, de una cultura, de una cultura democrática. Pero los señores no quieren ni oír hablar de cultura democrática más allá de lo institucional. Y entonces convierten los conceptos –la inclusión, la solidaridad, la diversidad, etc.- en clichés vacíos y así neutralizan todo intento de avanzar en la elaboración de una cultura propia de la democracia.
¿Qué diferencia hay entre las oligarquías occidentales y las oligarquías latinoamericanas?
Siguiendo el hilo de mi libro, el de la cultura señorial y la dominación moral, creo que la diferencia principal podría estar dada por el origen y el desarrollo de cada una: las oligarquías latinoamericanas no tuvieron que disputarle el poder a la nobleza, no concibieron ni tuvieron que luchar por la libertad e igualdad para el desarrollo de sus negocios, ni han tenido que negociar con las clases trabajadoras para conservar sus privilegios… Y es así como no han asimilado elementos básicos de la democracia, ni de las instituciones ni de su cultura. Y es así como los oligarcas latinoamericanos están siempre dispuestos a romper el estado de derecho y asumirse a sí mismos más como amos que como ciudadanos.
¿Cuáles son y qué tendría que pasar para que sea desmontada la sociedad de señores?
Antes se pensaba en la revolución, pero está claro que las llamadas revoluciones no acabaron con la sociedad de señores; los socialismos también tuvieron sus señores. La cultura señorial no se acaba con revoluciones políticas o económicas, aunque avanzar en la igualdad material puede contribuir a la igualdad moral, por supuesto. Por eso, yo me inclino por una profundización de las democracias, tanto en sus instituciones como en su cultura, procurando la asimilación profunda de la unidad y consiguientemente la igualdad moral del género humano, y todo lo que se deriva de ello.
La educación es fundamental; y el desarrollo de una actitud y un pensamiento críticos siempre activos. Hay que tener presente que el sistema de valores de la sociedad señorial se fue construyendo a lo largo de siglos y que revertir todo aquello requerirá también un largo periodo -destructivo y constructivo-, cuyas metas deberían establecerse y cumplirse de manera cotidiana.
¿Qué papel puede jugar la izquierda?
¿Izquierda? Me cuesta reconocer en la que se autodenomina izquierda planteamientos políticos maduros que sean congruentes con esa definición. La izquierda debe desmarcarse de la propaganda y desarrollar la regeneración democrática. Podemos propone una nueva ley de educación cuyo objetivo, según se declara en el programa de gobierno, sería ”buscar el desarrollo personal y social de las personas a lo largo de toda la vida”; además se afirma que la educación ambiental “estará muy presente”. ¿Es ese un pensamiento de izquierda? ¿La izquierda no debe fomentar en la escuela, por ejemplo, la emancipación, el sentido de comunidad, el compromiso cívico y social?
Y mírese los presupuestos que aprobaron en Catalunya Esquerra Republicana y la CUP, en su cogobierno o cohabitación con la derecha. Mírese también el Ayuntamiento de Ada Colau y búsquese una política de izquierdas madura, por ejemplo, sobre mujeres y… al menos yo no he sabido encontrarla: hay retórica, insistencia en la ¨visibilización¨ y “actos reivindicativos”. Pero, ¿no hay que ir más allá del maquillaje? ¿No deberíamos pensar, por ejemplo, en la historia de las mujeres, sobre todo la historia de los derechos de las mujeres, que tanto han costado? ¿No debería eso ser materia de educación de los niños y los adolescentes? Y en América latina no puede decirse responsable y honestamente que los gobiernos de Cristina Fernández, Rafael Correa y Daniel Ortega –políticos conservadores, más allá de su retórica e incluso, a veces, también en su retórica- hayan desplegado políticas de izquierda.
Recuérdese que Correa, a quien Podemos apoyó por activa y por pasiva, hizo aprobar en Ecuador un nuevo Código Penal que castiga con prisión y reclusión el aborto, incluso si el embarazo es fruto de una violación, excepto en los casos en que la violada padezca de “discapacidad mental” o en que la vida de la mujer corra peligro. ¿Esas son políticas de izquierda? No digo que la izquierda no exista; seguramente sí existe, y actúa en los márgenes y no tiene voz pública. Y posiblemente sea necesario madurar un pensamiento en la práctica, en el ejercicio del gobierno. Pero desmontar, como dice usted, la sociedad de señores, no es tarea solo de la izquierda, oficial o no, sino de todos los demócratas, porque los señores y la sociedad de señores atentan contra la democracia, la pervierten y desactivan y provocan en los ciudadanos una desafección muy peligrosa.


Catalunya Plural, 2024 
1 comentari
Se trata de una entrevista valiente