El carrer Bolívar está amenazado por una reforma que propiciará, o al menos eso se aprobó en un pleno municipal, la creación de una rambla para Vallcarca. En su parte inferior una casa fechada en 1790 es sinónimo de ruina desde hace años, como si la hubieran dejado morir sin considerar su antigüedad. En su tramo medio mi querida casa de los perros, con un sospechoso parecido a un inmueble de torrent de les Flors fechado en 1884, figura en el catastro como ya expropiada, sin que en ningún momento el Ayuntamiento, pues ya he tratado su situación en más de un artículo, parezca plantearse salvarla o trasladarla para preservar su originalidad.

La superviviente será, está confirmado en los planes de futuro, la casa Comas d’Argemir, protegida como bien de interés cultural y protagonista de una extraña confluencia entre Bolívar y la avenida República Argentina. Su condición de punto neurálgico se complementa con una riqueza arquitectónica mezclada con el edificio noucentista que lo observa sin pasión y otro vecino, notorio, pero marginado en las apreciaciones visuales por la espectacularidad de la obra de Josep Vilaseca Casanovas, nombre olvidado con una serie de referencias indispensables para cualquier barcelonés. Entre ellas figuran El arc de triomf, el obrador Masriera del carrer Bailén, la casa de los paraguas de la Rambla, el monumento a Clavé en passeig de Sant Joan o la casa Pia Batlló en la esquina de rambla de Catalunya con Gran Vía.

La importancia del ideólogo de esa fantasía en piedra, con una fachada posterior bien remarcada desde el carrer de la Mare de Déu del Coll, me llevó a investigar sobre el propietario. La hemeroteca abunda en datos sobre Joan Comas de Argemir. En 1890 lo encontramos como propietario de la Exposición Nacional Permanente y vocal de Foment de Treball. Un lustro después recibe treinta y ocho votos en la reunión de la Casa Gran para elegir a los tenientes de alcalde. Pertenecía al Centro Monárquico Conservador. Durante esa legislatura presidió la comisión de consumos. Con el cambio de siglo fundó la Asociación Hispano-Argentina y recibió el relevo natural de su hijo, quien en 1915 figuraba en un puesto de honor de la Juventud Maurista. Debió morir poco después. Su viuda, Teresa Llauradó, falleció el 15 de septiembre de 1918, justo cuando Catalunya se preparaba para reivindicar su condición nacional amparándose, sin mucho éxito, en la defensa del presidente norteamericano Woodrow Wilson en pos de la autodeterminación de los pueblos.

La casa Comas d’Agremir | Jordi Corominas

La casa Comas d’Argemir vio la luz en 1904 y su atractivo está por completo determinado a partir del terreno. Su ubicación en cuesta la convierte en un cuerpo descendente que, sin embargo, alcanza una de las cimas más originales del Modernismo mediante su coronación en una cúpula cónica recubierta de trencadís bañado de azul. Cada una de sus partes atesora méritos particulares de sabor inimitable. El prohombre quiso un castillo y su contratado se lo concedió para hacerlo sentir único. La puerta tiene un arco parabólico nada convencional que en su interior esconde un hermoso farol metálico y un rostro pétreo con tintes medio monstruosos, un cave canem más bien irónico. Las ventanas del piso superior hablan con el simulacro de almenas del último, mientras la del sector inferior es un juego magnífico, preludio de un friso de cerámica con niños angelicales enfrascados en quehaceres musicales, asimismo visibles en la base de la cúpula, imitada en una residencia de ancianos adyacente a la plaça de la Font Castellana.

La fachada posterior es una muestra del poder de Comas de Argemir. Si en el Eixample las tribunas, concebidas para lucir el interior como fuente de envidia entre los transeúntes, casi siempre están en el centro, situarlas en la zona trasera del inmueble sería una incongruencia para los nuevos ricos, principales habitantes de la nueva Barcelona, pero claro, aquí hablamos de alguien perteneciente a la élite sin medias tintas, y ese capricho apunta a un despliegue de prepotencia inusual, como si con la presentación de su domicilio conjugara el aprecio a las artes y la conciencia de su posición social, pues al fin y al cabo igualar en importancia ambas fachadas sugiere la exaltación de un todo. Cada centímetro, cada minucia son mecanismos imprescindibles. Si uno solo no estuviera el proyecto perdería todo su sentido como metáfora de su residente.

Comas de Argemir invirtió en Vallcarca. En la Gaceta Municipal del primero de agosto de 1915 se informa de una interesante operación relacionada de modo indirecto con la inminencia del viaducto que desde 1923 preside la zona. Las principales familias del barrio cedieron terrenos de forma gratuita para convertir en calle la riera de Vallcarca y prolongarla hasta la carretera de Cornellà hasta Fogars de Tordera, en la actualidad el passeig de la Vall d’Hebron. Cada uno de los clanes sabía el enorme beneficio de la operación para hilvanar vías de comunicación y reducir la distancia del antiguo monte con el centro, del que en realidad nuestro protagonista nunca quiso apartarse. Su mansión es inolvidable, su elevado y desigual enclave la propulsan aún sin querer, no se lo crean, a los altares. Si el resto del carrer Bolívar pasa por la piqueta habrá triunfado, de nuevo, una vez más.

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Ciutadà europeu i escriptor. El meu últim llibre és La ciutat violenta.

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