A lo largo de todas estas semanas por Vallcarca he ido contracorriente por una cuestión de lògica a la hora de hablar de los distintos edificios que han jalonado nuestra ruta. Normalmente entro al barrio por República Argentina y desde ese punto asciendo hasta el viaducto para luego descender por Mare de Déu del Coll.

Mientras camino no noto las fronteras, mientras escribo para vosotros las he olvidado desde un elemento crucial. Subimos a la zona desde plaça Lesseps, y es ahí donde es posible entender los límites de antaño, cuando este siempre polémico espacio marcaba el inicio o el final de poblaciones cercanas a Barcelona.

Si comienzo mis pasos más cerca de travessera de Dalt, la famosa travesía del mal vilamatiana, encontraré el passatge Napoleón, que en cierto sentido cruzaba los caminos de Gràcia, Horta y Sant Gervasi de Cassoles. Uno al contemplar esa larga y estrecha ascensión puede pensar sin mucho esfuerzo en el emperador francés, pero la verdad es otra y, como siempre, se localiza en documentos y observaciones, entre las que cabría mencionar la rutina de otorgar el nombre del propietario a la calle correspondiente a sus terrenos.

Esto es claro en la parcela correspondiente a estas líneas y explica una historia con cierto aire francés sin águilas ni batallas. En algún instante de la primera mitad del siglo XIX Josep Maignon i Sargelet compró las hectáreas de la antigua Masía de Can Mallorca, fraccionándolas. Una de las calles cercanas a la homónima Maignon se llama Sargelet en honor a su madre. En 1875 Antonio Fernández y Soriano les compró un trozo de tierra, origen del pasaje bautizado con el nombre artístico usado por él y su esposa, primeros grandes triunfadores fotográficos en nuestra ciudad.

El passatge Napoleó | Jordi Corominas

Antonio estudió el incipiente arte en Francia antes de trasladarse a Barcelona, donde sirvió como músico en un regimiento de infantería mientras, de vez en cuando, practicaba la afición que más tarde le daría fama. Justo antes de la navidad de 1850 se casó con Anais Tifón, quien había llegado desde el hexágono junto a su familia en 1846. Su padre supo captar el complejo de inferioridad de la capital catalana para con París y se cambió el apellido por el del corso para atraerse clientela, cediendo a los recién casados un espacio para crear su estudio. La pareja adoptó el nombre del hombre que hizo temblar a media Europa y en 1852 instalaron su empresa donde en la actualidad se halla el Frontón Colón, en la Rambla de Santa Mónica. Más tarde prosperaron, hasta el punto de ser fotógrafos reales desde 1875, abrir una sucursal en Madrid, otra en la plaça de l’Àngel, derruida durante la gestación de via Laietana, y comprar la primera licencia Lumiére en España. De este modo pudieron presentar el cinematógrafo en Barcelona, manteniéndose en esa brecha hasta 1908, cuando la creciente competencia les hizo desistir. El fenómeno había adquirido unas proporciones inesperadas y ellos pertenecían a otra época en la que habían sido grandes protagonistas y testigos ejemplares con sus retratos de todo tipo y condición.

En los últimos años la labor del Arxiu Fotogràfic de Barcelona he permitido apreciar su obra, salvo las instantáneas post mortem, tan típicas del período. A lo largo de esta década se ha recuperado el trabajo de muchas mujeres fotógrafas, desde Carme García hasta la misteriosa Milagros Caturla, generadora de una investigación colectiva para averiguar quién era la autora de unas maravillosas imágenes adquiridas por un estadounidense en Els Encants a principios de nuestro siglo. Caturla tiene piezas a la altura de los más grandes, pero nunca debe olvidarse que la artífice fue Annais Tiffon, quien desde 2014  tiene su propio lugar en la ciudad en un interior de isla de l’Eixample al que se accede desde el número 155 del carrer Marina.

El passatge Napoleó | Jordi Corominas

Esta iniciativa, desconocida por muchos barceloneses, constituye un intento de hacer justicia con tantas mujeres ignoradas durante demasiado tiempo en el nomenclátor, una forma de recordar el pasado y hacer política repleta de hombres, como si estos fueran los únicos capaces de ser inmortalizados en placas y avenidas.

Si volvemos al pasaje no nos será complicado hallar una rareza en su lado izquierdo, un horror edilicio que rompe la armonía de alturas e indica irreconciliables diferencias cronológicas con su compañero de la derecha. Esta minucia significante puede apuntar muchas cosas. Servidor se hizo mil preguntas hasta llegar a una de las mejores páginas de paseos urbanos, Pla de Barcelona; en una de sus entradas nos enseñan mediante una vista aérea como la calle llegaba hasta plaça Lesseps. El recorrido perdido fue engullido por el CEIP Rius i Taulet, dedicado al alcalde de la Exposición Universal de 1888, al que los gracienses aún citamos cuando hablamos de la plaza central del barrio, rebautizada en un extraño referéndum.

El desconocimiento de esos dominios napoleónicos puede deberse a una notoria falsa de curiosidad y a la pereza de muchos habitantes por subir su empinado recorrido, una lanzadera espacial culminada en la abrupta esquina de Sargelet hacia Valldoreix. Su adiós enlaza con una fastuosa vivienda con forma curvilínea al estilo del teatro de Pompeyo en Roma, si bien con otras circunstancias constructivas. Nosotros bajamos la cuesta, nos perdemos por Gràcia y prometemos volver en otro rincón alejado de la montaña para proseguir con la magia de hablar con tantas piedras visibles y desdeñadas por tantos ojos estresados.

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Ciutadà europeu i escriptor. El meu últim llibre és La ciutat violenta.

1 comentari

  1. La casa de verano que se hicieron construir los Napoleon la heredÓ su hijo mayor y posteriormente fue vendida.Al cabo de unos años se convirtió enla Clinica REGINA.Hoy creo que esta casa ya no existe,solo queda como testimonio de la familia este pasaje Napoleon ,que los barceloneses creen que es por el emperador.