Espacio. Luz. Seguridad. Higiene. Estas son las motivaciones que propiciaron la renovación urbanística que transformó el Chino, barrio marginal y conflictivo, en lo que hoy conocemos como Raval. De un gueto a un barrio captado por la Marca Barcelona, ​​que ha hecho de la pobreza, la cultura alternativa y la marginalidad una atracción exótica. Un tour de la ciudad inconformista, rebelde y hasta cierto punto contestataria, pero que ya ha entrado en los circuitos de la mercantilización de los espacios públicos. Y de los servicios básicos.

La misma lucha por la búsqueda de espacio, seguridad e higiene es la que ahora protagoniza el CAP del Raval, situado en un edificio histórico en la plaza Terenci Moix que no cuenta con suficientes instalaciones para atender a uno de los barrios con la densidad de población más alta de Europa. El CAP necesita una ampliación y -desde hace unos meses- el Ayuntamiento y el CatSalut tienen la vista puesta en el antiguo convento de La Misericordia. Pero el espacio también es el capricho del MACBA.

El Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, un espacio mastodóntico que se ha hecho con el espacio -y la nomenclatura- de la Plaza de los Ángeles, es uno de los edificios que fueron usados para la renovación del Raval en el marco del Plan del Liceo los 90. Entonces no se hablaba de gentrificación, sino de regeneración. Y esto se planteó introduciendo equipamientos culturales para que los vecinos de Barcelona pudieran disfrutar del barrio -como si los habitantes del Raval no fueran de Barcelona. Y es que eran vecinos considerados problemáticos, “por una historia mitificada o no, vistos como insurrectos desde el punto de vista político y delincuencial. Contestatarios del poder, al fin y al cabo”.

Así habla Miquel Fernández, antropólogo, profesor en la UAB y autor del libro ‘Matar al Chino’, un estudio exhaustivo sobre la transformación de uno de los barrios más icónicos de Barcelona. Y lo que es aún más importante, “sobre quién paga el precio de estos cambios”. El Raval era de los barrios con las condiciones de vida más duras. Hasta hoy: “es muy chocante ver como uno de los barrios con la renta per cápita más baja sea el que tiene el precio del alquiler más alto”. Una situación que Fernández define como “idiosincrática del Raval”.

CAP Raval Norte | Sandra Vicente

¿En qué consistía el Plan del Seminiari?

Era hacer un corredor cultural basado en la idea de la metástasis benigna, que fuera purificando barrio. Desde los años 90 hemos ido viendo cómo se han ido sustituyendo los equipamientos religiosos, sanitarios o caritativos por culturales. Pero esta conversión es muy interesante desde el punto de vista antropológico, porque la intención de todos estos equipamientos es la misma: purgar, descontaminar y purificar el espacio, ya sea desde la religión o desde la cultura.

La Misericordia era un centro de reclusión para personas sin recursos donde se pasaba muy mal. Era un lugar terrorífico que se ha ido desplazando poco a poco hacia funciones culturales pero con la misma voluntad redentora. Purificar el espacio responde a la voluntad de hacerlo más homogéneo, más fácil de controlar y dominar, para atraer a la población con más recursos.

Las reivindicaciones del CAP Norte son paradigmáticas de la confrontación típica del Raval: es como si fuera un barrio de todos menos de los vecinos. Una cuestión tan básica como facilitar que los equipamientos culturales estén a disposición y prioricen el beneficio a los vecinos ni siquiera se ha contemplado. Así, el verdadero problema del menosprecio de los habitantes del Raval viene de la izquierda, la gauche divine, típica de Barcelona, que vive alejada del Raval y no comprende qué pasa.

Tenemos la Filmoteca, que costó una pasta que no se ha pagado, junto a la calle Robadors, una de las más maltrechas del barrio. ¿Por qué no reformamos barrio, garantizamos vivienda para todos, antes de crear estos productos culturales que no serán nunca de los vecinos? Porque en el Raval reina un inconsciente colectivo que tiene una relación esquizofrénica con el barrio: necesitan purgarlo, pero también desean poseerlo, por toda la leyenda que tiene. Porque si Barcelona está en el mapa es por el Raval: la mejor literatura del siglo XX europea se ha escrito allí, todo lo que pasaba era buen material. Era la vida al desnudo…

Pero es una adoración desde el fetichismo elitista, con un punto de paternalismo …

Y un sentimiento calvinista religioso. Las mismas personas que montaban las fiestas locas eran los mismos que por las noches escribían artículos dejando ir la mala leche, una manera de expresar que, moralmente, no podían aceptar lo que habían vivido en el Raval, porque de lo contrario su vida burguesa no tendría sentido. Aún no hemos superado esto.

La cultura con la que intentan limpiar el Raval tiene la forma del inconsciente colectivo que quiere generar un bien para todo el mundo pero que excluye a los vecinos, que ya tienen su propia cultura pero no se la dejan ejercer. El mercadeo, estar en la calle, la creatividad artístico-musical alternativa, la rumba … en lugar de ponerla en valor, el cambio que se quiere imponer en el Raval parte de la idea del barrio como gueto y lo lideran mamuts culturales.

Esta destrucción del Raval no se ha hecho de la mano de la derecha reaccionaria, sino de esta cultura, que se interpreta como progresista, pero deja en la cuneta a la población más vulnerable. ¿Cómo se puede poner la cultura por delante de una cuestión imprescindible para la vida como es la salud? Este tipo de gente, que lo tiene todo cubierto, ni se plantea no poder ponerse enfermo. Lo que está pasando con el CAP del Raval Norte es un nuevo capítulo de la consciencia (o inconsciencia) colectiva de las élites en relación al Raval: para ellos, lo que haría falta es echar a la gente pobre y convertir el barrio en una especie de Soho.

Plaza de los Ángeles, donde está el MACBA y la capilla de La Misericordia | Sandra Vicente

Esta cultura alternativa, como elemento elititzador, termina siendo una excusa para echar a los vecinos y vecinas pobres

¿Quién está en contra de la cultura? Es un estilete para abrir el barrio y que tiene varias funciones. Una es moralizante, redimir a las personas responsables de estas gestiones pensando que hacen un bien por el Raval. La otra es atraer gente que fuerce una subida de los precios, con un efecto llamada para la especulación y, consecuentemente, echando a personas vulnerables. Cualquier renovación urbanística sin pensar en la preservación del tejido, cultura y particularidades de la zona se hace para salvar una inversión o un negocio. Así que este discurso salvífico,  se lo deberían comer.

El turismo trae puestos de trabajo, pero ¿para quién? Para los vecinos no. Y es el áurea del Chino la que ha permitido que se puedan hacer todas estas inversiones en el Raval. Sin embargo, tenemos que celebrar que el CAP esté siendo controvertido y que el MACBA no se lo pueda comer todo sin que nadie se queje.

Era algo que se podía prever: si significas tanto el Raval como barrio de moda lo pones en el mapa, por tanto, no se puede esperar que las reivindicaciones de los vecinos queden silenciadas.

Lo han hecho muy bien además. Por un lado tienes el juego casposo los de la alta cultura, los gestores culturales, gente muy fina, que habla de cosas muy abstractas. Y por el otro tienes la gente de siempre, los de la calle, pero que se han reforzado con un grupo cultural alternativo, crítico y joven que los apoya. Pero cuidado, porque esto también podría tener consecuencias perversas, tenemos que vigilar que no sea de nuevo la cultura (aunque alternativa) tutelando los vecinos.

Hay varias batallas; la de siempre es la de la gauche divine contra la ‘putrefacción’ del Raval, donde hay desde los columnistas hasta catedráticos de ciencias políticas o filósofos. Pero ahora hay estos nuevos creadores, que viven y trabajan en el Raval, que tienen sensibilidad social, pero que no dejan de ser una especie de colonizadores soft. Tendremos que ver las complejidades y complicidades, pero hoy por hoy lo que hay que destacar es esta oposición a la aristocracia cultural.

Un skater sentado en la Plaza de los Ángeles, en el Raval | Sandra Vicente

Ahora que vienen elecciones municipales, ¿cómo se instrumentalizará este conflicto?

Reitero que no me preocupa el bloque conservador. El problema del Raval son ICV y PSC, porque son los que han inflado la retórica salvífica que considera que hay cierto tipo de gente que sobra. La prioridad nunca son los vecinos, es la imposibilidad de dejar de ver el barrio como un bien de consumo donde vive gente con necesidades básicas.

¿Se ha llegado a ver los y las vecinas del Raval como un atrezzo del show en que se ha convertido el barrio?

Olvidamos que viven allí. ¿Por qué estos equipamientos culturales necesitan más espacio? ¿Por qué no empezamos a hacer tarea de reconocimiento de la población del barrio, de sus formas de subsistencia, cultura, reivindicación o celebración y hacemos la ampliación del MACBA en Pedralbes, por ejemplo? Estamos empachados del modelo de turismo que se impone en el Raval que aún continúa con la cantinela de arrasarlo.

¿Hasta dónde puede llegar esta voluntad? Imponer un modelo de turismo gentrificador expulsará del barrio a las vecinas que lo hacen atractivo y forman este paisaje exótico, pero controlado, que ha creado la Marca Barcelona.

Estas son las contradicciones del capitalismo especulativo que decía David Harbey. Queremos hacer ciudades que aporten capital financiero y acabas construyendo réplicas. Espacios clonados. Esto aún no ha pasado en Barcelona gracias a luchas vecinales como las del Raval. Poco a poco el barrio se irá revalorizando, pero los especuladores no funcionan con tempos tan largos, sino que trabajan en la inmediatez. Por eso expulsan a vecinos pobres, colectivos excluidos como prostitutas o drogadictos. Una de las imágenes más elocuentes de esta especulación acelerada está en el mítico bar de alterne la Alegría, situado en la calle Robadors [conocida por la prostitución y venta de drogas]. ¡Se ha convertido en una oficina inmobiliaria!

Para la mayoría de gente es de sentido común que en un espacio que es atractivo no pueden vivir los pobres. La gentrificación se convierte en una reacción absolutamente natural. Han llegado a un barrio, pagando una morterada de dinero, y ‘tienen el derecho’ de vivir sin estar rodeados de cierto tipo de gente. Esta idea tan horrorosa acaba convirtiéndose en coherente con el tiempo. No hay que ser racista ni aporófobo para no querer pobres ni mezquitas en tu barrio. Es porque no cuadra con la concepción del valor que tienes de tu finca.

Es un problema de mercado en una lógica global que explica por qué dejamos morir a los refugiados en el mar o por qué Trump quiere construir el muro. Es la misma gente que te diría que no cabemos todos en Europa la que no quiere que haya prostitutas en el Raval. Estas dinámicas micro nos ayudan a entender problemas del sistema globales.

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