En la guía Barcelona Selecta de 1908 aparece un tal Alfonso Macaya Gibert y al cotejar los datos uno puede pensar dos cosas. Vayamos primero a la información. Estamos ante un propietario y comerciante, secretario de la Sociedad de Ferrocarriles de montaña a grandes pendientes; perito mercantil; vocal de la junta directiva del centro algodonero de Barcelona. Cumple años el 7 de abril y su onomástica era el 23 de enero. Estaba casado con Amelia Baixeras y sus hijos eran María del Carmen, Mercedes, Alfonsito y Luis. El domicilio se hallaba en el passeig de Sant Joan 104, su teléfono particular, algo rarísimo por aquel entonces, era el 3610 y tenía el despacho en el carrer de Corribia, desaparecido cuando se destruyó el barrio de la catedral. Estaba abonado al Liceu y tenía, otra anomalía propia de familias de postín, automóvil.

Puede que mi sospecha no encaje con la realidad, pero en la puerta del Palau Macaya de Barcelona puede admirarse una hermosa ciclista. Desde hace poco sabemos la historia escondida tras esa maravillosa piedra de Eusebi Arnau. Representa a una institutriz francesa. Ofrecía clases de su lengua materna y se desplazaba en velocípedo. Era muy amiga de Armandine, la segunda mujer de Román Macaya, quien tras enviudar en 1904 y recibir una bomba anarquista en su palacio de nuevo cuño decidió irse a París, donde se enamoró de una joven de 18 años. La diferencia de edad entre ambos, él tenía 60, generó un escándalo enorme en la sociedad barcelonesa.

Mi intuición dice que quizá Román optó por no aparecer en la guía y puso a su hermano en el elenco. Sería lo más probable, si bien tiene algo de absurdo porque en esa ciudad de quinientas mil almas todos sabían donde se ubicaba su flamante domicilio. La suplencia, o favor, del hermano encajaría por las profesiones enumeradas, idénticas a las del patriarca familiar, un indiano de gran renombre que en la Barcelona de principios del siglo XX figuraba con derecho propio entre los nuevos ricos y ejercía como tal.

Por eso en 1898 encargó a Josep Puig i Cadafalch la construcción de una vivienda en una zona medio desértica que empezaría a crecer al ritmo al acaudalado empresario. Durante muchos años, en un extraño caso de travestismo, se pensó que la ciclista era Puig, quien compaginaba las obras de Macaya con los de la casa Amatller de passeig de Gràcia.

Josep Puig i Cadafalch, al que conmemoramos hace poco sin pena ni gloria, es uno de los grandes tapados de la Historia política catalana. Fue president de la Mancomunitat y estuvo de acuerdo con el golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera, algo siempre desmentido a medias por la Lliga Regionalista, que gustaba mencionar un engaño del general mediante promesas incumplidas. El daño ya estaba hecho y eclipsó los logros de un hombre culto con mucha voluntad patriótica, desde la cultura, tanto que sin él sería imposible entender la creación del Institut dEstudis Catalans ni el arranque del Noucentisme como ideología de Estado, visible en su domicilio particular en Provença con rambla Catalunya, bien distinto de la estética Modernista con la que le asocia el conocimiento contemporánea de Trivial Pursuit.

Puig, incansable, empezó su trayectoria en Mataró, algo bien normal al ser su patria chica. De ahí saltó a Barcelona. Este alumno de Domènech i Montaner realizó su puesta de largo en la capital con la casa Martí, donde ya se intuyen sus vastos conocimientos de arquitectura medieval, imprescindibles para entender una serie de premisas del Art Nouveau catalán. El bloque construido acoge la versión remodelada dels Quatre Gats y llenó el hueco dejado por la iglesia de Montsió, trasladada a rambla Catalunya para paliar la ausencia de templos en el nuevo Eixample.

La proyección en 1898 de lo que sería el Palau Macaya, finalizado en 1902, sirvió como declaración de intenciones de su militancia ecléctica. La puerta tiene reminiscencias góticas en contraste con los arcos de medio punto de los ventanales de la planta baja. En las siguientes asistimos a un espectáculo de ritmo para con la fachada. Su sector izquierdo juega con los elementos. De un primer piso con una ventana pasamos a otra con balcón y a medida que vamos subiendo encontramos dos que suben a tres en la culminación de este tramo.

En medio, apoyándose en los ventanales ya mencionados, encontramos un balcón noble de piedra y aberturas con detalles florales hasta llegar a la coronación, con cierto aire a los palacios del carrer Montcada, pues de este modo Puig equiparaba a Macaya con los héroes del esplendor barcelonés durante la Corona de Aragón. Las almenas de arriba son otro capricho repetido en muchos otros bloques del Eixample y constituyen otro guiño a ese pasado glorioso, como si así se equipararan ambas épocas.

La sección de la derecha sobresale por la tribuna del primer piso, única en su especie. El conjunto destaca más si cabe porque la fachada sólo tiene esgrafiados parcialmente, con el resto de un blanco impoluto. Dentro de poco, dicen que en mayo, elecciones obligan, podremos ver desde Roger de Flor la parte trasera del edificio.

El Palau Macaya es el único inmueble de la zona que Puig i Cadalfach creó sin ser concejal del Ayuntamiento de Barcelona, cargo desempeñado entre 1901 y 1905. Lo digo porque fue muy prolijo en la Diagonal, donde firmó la casa de les Punxes, el Palau del Baró de Quadras, la casa Serra, sede de la Diputación de Barcelona, y la aniquilada Casa Trinxet, destruida por el impulso especulador de Núñez y Navarro pese a las súplicas de muchos intelectuales de los sesenta, firmantes de un manifiesto para su conservación.

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