Pere Camps (Barcelona, 1955) tiene un aire rebelde y alternativo. El cuero de la chaqueta, el pendiente en la oreja, el paso firme y decidido. Pero sólo con esta actitud no se puede crear el festival de canción de autor más importante de Europa. Hablamos de muchos temas en el jardín del Ateneu Barcelonès mientras carretean las cotorras. Una palabra aparece con insistencia en su discurso: cultura. Escuchándolo, sabemos que hace tiempo que Pere Camps pasó a la acción.
Barnasants no es un festival de entretenimiento. Sus lemas casi se han vuelto aforismos que encabezan el propósito de cada edición.
Están basados en las preocupaciones de un proyecto cultural que entiende la canción de autor como un elemento clave de la transformación social. Los lemas son consignas atentas a lo que nos pasa y lo que nos rodea. El Barnasants bebe de la cultura y la canción de autor que tiene contenido y calidad literaria, de voces artísticas que nos cuentan cosas. Y no sólo de lo que te pasa individualmente, sino también colectivamente. No puedes desligarte de lo que te rodea.
El lema de este año es Fascismo nunca más. ¿Por qué?
Hace 80 años del triunfo del fascismo en España. En los territorios catalanes, el fascismo significó un intento de genocidio en toda regla contra una lengua y una cultura. No lo consiguió gracias a la resistencia, aunque nos debilitó mucho. Se nos impuso por las armas la lengua del imperio. Y cuando sepamos todo esto, haremos del castellano la voz fantástica de Federico García Lorca: una lengua fraternal y no impuesta.
Si pensamos en las mujeres, ¿que más comportó el triunfo del fascismo?
Implicó que las mujeres volvieran a formas serviles, a ser ciudadanas de segunda. Y si miramos aún más allá, la victoria fascista significó el empobrecimiento de los trabajadores. Y estremece si hablamos de los miles de muertos, torturados y encarcelados.
¿En qué sentido, la canción se convirtió en un elemento de resistencia contra el fascismo?
Hubo dos elementos claves de la resistencia: primero, la lucha de las fuerzas del trabajo social que reivindicaba las condiciones materiales de la vida; y segundo, la lucha más democrática por los derechos nacionales de la ciudadanía, que la encabezó la canción de autor. De hecho, la canción creó una hegemonía contra el status quo franquista para establecerse como la punta del iceberg de la resistencia de los catalanes. Y a la vez posibilitó una conciencia antifranquista en Catalunya.
Como director del Barnasants, ¿por qué cultura apuestas?
Por una que posibilite una hegemonía contra un sistema basado en la desigualdad y en las discriminaciones. Vivimos en un sistema injusto donde unos cuantos lo tienen todo y una multitud casi no puede sobrevivir. Desde el Barnasants defendemos la lengua y la cultura catalanas, pero al mismo tiempo lo hacemos desde una óptica internacionalista: invitamos a otras lenguas del mundo y de la Península Ibérica porque compartimos un sistema de valores donde están implícitas la libertad, la igualdad, la solidaridad y la fraternidad.
‘Al Alba’ de Luis Eduardo Aute, ‘Al vent’ de Raimon y ‘A galopar’ de Paco Ibáñez comparten unos valores comunes. ¿Todas las canciones están politizadas?
Sí. Una canción de Julio Iglesias también lo está.

Explícamelo, por favor.
Desde el punto de vista de las relaciones humanas, la canción del Julio Iglesias es reaccionaria. Los estereotipos que explica tienen detrás un sistema de valores que son, desgraciadamente, los mayoritarios. Y si son los mayoritarios es porque las fuerzas políticas que ganan se basan en estos valores. Al final, todo es una lucha por las hegemonías culturales. Por esta razón, la cultura es clave para cambiar de políticas.
En este sentido, ¿un pueblo con más cultura es un pueblo más soberano?
Sí. Porque la cultura genera personas soberanas, independientes y autodeterminadas. Y permite que tú seas soberano personalmente. Y si lo eres, podrás serlo colectivamente. La hegemonía cultural es conseguir el pleno dominio de nuestro destino en todos los terrenos. Y hablo de soberanías porque son múltiples.
Pero el presupuesto en cultura escasea.
No puedes reclamarte como una fuerza alternativa, transformadora sin apostar decididamente por la cultura. Dime qué partida le das y te diré qué piensas de ella.
¿Por esta razón son débiles los gobiernos?
Sí, porque no están basados en una hegemonía cultural de transformación, sino por las necesidades inmediatas de una parte importante de la población. La cultura trabaja desde la raíz. ¿Tú has visto peleas por la concejalía de cultura?
No. El entretenimiento complace mucho más en la sociedad de la indiferencia.
Porque interesan dos mensajes: ‘el no va conmigo’ y ‘es imposible cambiar las cosas’. El status quo vende estos valores ideológicos. Hace del entretenimiento un sistema reaccionario. Incluso, y con mucho cinismo, fomenta televisiones con cierta carga de izquierdas porque le interesa tener cautiva a esta parte del personal. Por esta razón, no hay una hegemonía cultural con políticas que fomenten el pensamiento crítico.
Pero las políticas concretas benefician a unos y perjudican a otros.
La política debe servir para el bien común. Y el bien común son las amplias mayorías. Cuando hay un sector inmobiliario basado en la especulación más salvaje, que ha expulsado a las personas mayores y a los jóvenes de los barrios para hacer negocio, deberás hacer política contra este sector. La vía para que las transformaciones sean incontestables es la amplia mayoría, más allá del 60 o 65% de los votos. Si haces las cosas por los pelos, te siegan mucho la hierba.
Una última pregunta: ¿cómo ves las izquierdas?
Más allá de los matices, deberían tener claros temas como la vivienda, la sanidad, la ecología, el feminismo y la educación. Crear frentes amplios de izquierdas, progresistas, para transformar con un gran apoyo las cosas.
Pero parece que no cuaja este frente.
La coyuntura no ha ayudado a la articulación de la izquierda alternativa. No hay red de organización que represente los votos obtenidos. Hay un punto muy volátil que se queda en la indignación. Y no sabe gestionar las discrepancias. Las izquierdas tienen la obligación de gestionar las discrepancias, porque si no, debilitan a sus representantes ante la sonrisa de los de siempre.


