Hace poco más de un mes conduje un coche eléctrico, toda una experiencia. Zero ruido, fácil y sin contaminar. Pero, claro, no todo son ventajas. Sólo salir del garaje, me topé con la circulación congestionada de una gran ciudad: atascos, pitadas, nerviosismo y un montón de coches. Si cambiamos los vehículos térmicos por los eléctricos 1 por 1, no acabaremos con esto ni con la ocupación del espacio público por parte de los vehículos rodados. Además, no tenemos suficientes materias primas para fabricar tantos coches eléctricos a nivel global. Y una segunda cosa: los coches eléctricos más baratos están por encima de los 20.000 € y no todo el mundo puede acceder a ellos.
Estos hechos incontrovertibles tienen una sencilla solución: la movilidad compartida. ¿Necesitamos un coche o necesitamos movernos de un lugar a otro? Si nos centramos en el valor de uso, el coche sólo debería representar otro medio de transporte que, combinado con los demás, debería facilitar los desplazamientos de un lugar A a un sitio B. Es verdad, más fácil describirlo que desarrollarlo.
Pero para cambiarlo habría que hacer visible el trabajo de cooperativas como Som Mobilitat, Ecotxe y AlternaCoop, que ofrecen movilidad eléctrica compartida si te haces socia y probar esta sensación del valor de uso compartido.
En este sentido, la Xarxa per la sobirania energética insiste en animar a los Ayuntamientos a que cambien su flota coches eléctricos que compartan el uso con la ciudadanía en las franjas horarias que no lo utilice el personal de la administración. Esto ya está en marcha en el Ayuntamiento de Rubí. Si además, hacemos que se beneficien preferentemente las personas más vulnerables, estaremos socializando una tecnología inaccesible para ellas, hoy por hoy.


