Maragall ganó las elecciones por un puñado de votos. Después de más de ochenta años, ERC vuelve a la alcaldía de la ciudad para hacer de ella una capital republicana e independentista, dos palabras que no tienen su traducción en políticas públicas pero que movilizan al electorado. Maragall vuelve al Consistorio después de veinte años, pero esta vez convertido en alcalde. Es una situación extraña para la política catalana volver a ver un Maragall en la alcaldía.
A algunos socialistas les debe doler y lo interpretarán como una traición fratricida: no estamos hablando de un simple político socialista, sino de uno de los fundadores del Partido Socialista de Catalunya. Desde octubre de 1997, cuando entró como concejal en el Ayuntamiento de Barcelona, ha ostentado diversos cargos públicos. Tras abandonar el partido que le vio crecer, creó el suyo propio (Nova Esquerra Catalana), -herramienta utilizada a menudo por el político profesional para poder hacer el salto posteriormente a otro partido político más grande. Aquello le sirvió para asegurarse el puesto de independiente en la lista de ERC en el Parlamento Europeo, donde se pasó sólo dos años.
Lo que es innegable es que algo tiene este apellido que retrae a los barceloneses y barcelonesas a la nostalgia de un pasado que llevará a un futuro mejor. Con 76 años será el próximo alcalde de la ciudad, y le tocará entenderse tanto con Colau como, por mucho que diga que no, con su ex-familia política.
Para BeC ayer fue una noche triste: si bien es cierto que las encuestas llevaban tiempo dando como ganador a Maragall, en las últimas semanas de campaña se respiraba entre los comunes un cierto aire de remontada y de esperanza, una esperanza basada en un razonamiento simple pero potente: si lo hemos hecho una vez, lo podemos volver a hacer. Por poco más de cuatro mil votos, sin embargo, no pudo ser.
Sale de la alcaldía la primera alcaldesa que ha tenido Barcelona en su historia, aunque el empate técnico en número de concejales (10) les da fuerza para influir en la política de la ciudad. En esta línea se mostraba Colau al conocer los resultados electorales, visiblemente emocionada: “Nosotros no nacimos para defender unas siglas, sino una forma de hacer política”. El mensaje hacia Maragall, cristalino: “Estaremos dispuestos a hablar con las fuerzas de izquierdas que quieran mantener las políticas valientes y de cambio de esta ciudad”. Se acaba una era, una nueva nos espera.
Estas elecciones iban, también, sobre el PSC, sobre su historia y su legado. Las tres primeras fuerzas del nuevo ayuntamiento son, de alguna u otra manera, hijos e hijas de la familia socialista. El caso de Maragall es evidente, pero también los comunes se han nutrido de la derrota socialista de los últimos años con la incorporación de algunos cargos políticos y técnicos, como puede ser el caso de Jordi Martí. El PSC de Collboni ha obtenido un muy buen resultado y consigue empujar al PSC en la tercera posición con 8 concejales. Han ganado a Sant Andreu, en Sant Martí y Nou Barris, arañándole unos votos a Colau que seguramente le hubieran hecho mantener la alcaldía. El PSC es una mala hierba o un ave fénix, escoger la metáfora al gusto. Pero lo importante: siempre vuelve.
Manuel Valls entró a la carrera electoral rodeado de ruido de trompetas y cantidades ingentes de confeti, y sale por la puerta trasera con menos amigos de los que tenía al inicio de esta aventura. El conflicto con Ciutadans se ha ido oscureciendo a medida que pasaban los días: principalmente por el rechazo de Valls a que la formación naranja entrara en gobiernos de coalición con VOX, pero también porque el establishment de la ciudad, que si en un inicio lo veían como depositario de sus intereses, después fueron retirando las fichas a medida que iba quedando patente que no se haría con la alcaldía. Es un mal resultado. Su intento de convertir la marca de Ciudadanos en un catalanismo de derechas no ha terminado de funcionar, y ahora se le presenta una decisión difícil: ¿se quedará en Barcelona o volverá a Francia?
Y ¿Junts per Catalunya? Estas elecciones han marcado un punto de impasse definitivo: ya son el equipo pequeño. Definitivamente se han invertido las tornas con ERC. Ganan los títulos menos importantes (Europeas), y fracasan estrepitosamente allí donde realmente importa. La derrota postconvergent asume como tal hasta el punto de que no hay ni espacio para la tristeza. Los malos resultados en la ciudad de Barcelona se aceptan como parte de una realidad cotidiana, al tiempo que la clarísima victoria de Puigdemont se celebra con la alegría de aquel que no está acostumbrado a ganar. Mucho ha llovido desde aquellos tiempos de hegemonía convergente, y lo que queda del partido se sostiene por Puigdemont, un candidato que no se sabe si podrá ser representante electo.
El PP del extravagante Josep Bou (¡y Villa!) se salvó de la extinción por los pelos, y dispondrá de dos concejales. Quien desaparece es la CUP, que pasa de tener tres concejales a ninguno. Mucho debe reflexionar la izquierda independentista, a menudo demasiado atascada en la protesta y con dificultades de expresarse en el eje nacional más allá del procesismo. Sin ser una fuerza mayoritaria, su ausencia se hará notar. Las CUP eran clave para arrastrar la agenda política a la izquierda en algunos temas tan importantes para la ciudad como el acceso a una vivienda digna. Tampoco entra en el consistorio Jordi Graupera, que había conseguido movilizar a la ANC en unas primarias que se han acabado interpretando como una plataforma extremadamente personalista. El independentismo pierde (o deja de ganar) casi 50.000 votos, sumando la CUP y Barcelona és Capital.
Aparte de lo que sucedió en la capital catalana, las elecciones han llevado también otros resultados que hay que tener presentes. El PSOE ha ganado claramente las elecciones al Parlamento Europeo con un total de 20 representantes, lo que le da fuerza a Pedro Sánchez para ser la voz de la familia europea. VOX entra con 3 diputados. Si hace cinco años era Podemos quien sorprendía al mundo obteniendo cinco diputados, hoy es una formación de extrema-derecha la que hace una aparición estelar en la política europea. Podemos, en cambio, parece que está viviendo su ocaso, y las voces que piden la dimisión a Iglesias se empiezan a hacer notar. Pero la peor noticia para la izquierda viene de la capital del Estado. Carmena gana las elecciones, pero la suma de fuerzas de derecha y extrema derecha la echarán de la alcaldía. Tampoco Errejón tiene motivos para estar contento, ya que han sido incapaces de ganar a Díaz Ayuso (PP), que mantendrá la Comunidad.
Una jornada electoral apasionante que dibuja el mapa más multicolor que hayamos tenido nunca. Tocará entenderse entre unos y otros más allá de la frontera-muro entre independentistas y no independentistas. Ahora sí que no hay alternativa.


