La COP 25 ha recibido estos días una gran atención mediática y política; cócteles sostenibles, desfile de políticos y piezas sobre la emergencia climática han abierto telediarios. Junto a discursos vacíos, se repiten las abrumadoras evidencias científicas sobre las graves consecuencias del calentamiento global y la necesidad urgente de transformar nuestra economía para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. No vale cualquier tipo de transición ecológica. Necesitamos una transición ecológica que sea justa, que reduzca las desigualdades que desgarran nuestras ciudades en lugar de ampliar la foto. El cambio climático es un multiplicador de desigualdades pero la necesidad de hacerle frente puede ser una oportunidad para construir una sociedad más justa.

La intensidad del debate político llega ahora que la transición ecológica ya es una evidencia, en gran parte gracias al activismo de movimientos como los inspirados en la figura de Greta Thumberg y otros, tales como Rebelión o extinción. Nos estamos jugando la orientación de esta transición. Como explican los investigadores del Transnational Institute de Susan George, ejércitos y grandes empresas multinacionales están proponiendo respuestas securitarias, como blindar las fronteras para evitar la llegada de refugiados climáticos, o un capitalismo verde que no cambiaría las relaciones de dominación que han provocado la emergencia climática. Debemos proponer una vía alternativa y aquí las ciudades tenemos mucho que decir.

El cambio climático no afecta igual a todos. El incremento de temperatura que ya se ha producido durante las últimas décadas ha incrementado las desigualdades entre países, según un estudio de la universidad de Stanford. Una de las consecuencias más graves es el incremento de la inseguridad alimentaria, a raíz de las pérdidas de cosechas provocadas por el aumento de la frecuencia e intensidad de sequías e inundaciones. Según el Banco Mundial, el precio de los alimentos se incrementará un 12% de aquí a 2030 en el África subsahariana. Como los alimentos constituyen el mayor gasto de gran parte de la población de las regiones más pobres del mundo, se calcula que el cambio climático empujará a la pobreza a más de 100 millones de personas más hasta 2030.

La emergencia climática golpea más a los países más empobrecidos, pero también a las vecinas y vecinos más vulnerables de nuestras ciudades. La región mediterránea es una de las más afectadas por el cambio climático y por tanto Barcelona también. En nuestra ciudad, los principales efectos del cambio climático serán dos: el incremento de la frecuencia e intensidad de las olas de calor y la disminución de disponibilidad de agua para el consumo humano.

En Barcelona cuando hay una ola de calor las muertes aumentan un 27%. Se trata principalmente de personas mayores, personas sin recursos (que tienen menos capacidad de mantener una buena climatización en casa), trabajadores/as a pie de calle y personas sin hogar. Esta cifra de incremento de mortalidad aumentará drásticamente si siguen subiendo las temperaturas. Si realmente nos proponemos evitarlo, la respuesta a este reto debe ser doble: reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y tomar medidas de mitigación, como la red de refugios climáticos que estamos tejiendo en Barcelona y el incremento del verde urbano, que mitiga el calor durante el verano. Además, hay que reforzar los servicios de cuidados y de atención a las sectores más vulnerables, como estamos haciendo en Barcelona desde hace cuatro años.

La disminución del agua disponible también afectará más a los sectores sociales más desfavorecidos. Para evitarlo, es clave combatir la mercantilización del agua y garantizar el acceso a este recurso esencial: en Barcelona, gracias a la presión del gobierno municipal, el Área Metropolitana de Barcelona ha aprobado para el 2020 una bajada del 5 por ciento en el precio del agua, que beneficiará a 2.8 millones de personas. Este es el camino: hacer políticas que hagan frente a la emergencia climática y sus efectos ya la vez nos hagan avanzar hacia ciudades más justas. En esta línea, el Plan Clima de Barcelona, Premiado por el Pacto de Alcaldes por el Clima y la Energía, incluye políticas para luchar contra la pobreza energética, promover la rehabilitación de edificios, limitar el uso de vehículos privados y reducir la contaminación (que en 2018 provocó 350 muertos en la ciudad).

Si dejamos que nos lleve la inercia, la Barcelona de 2050 será más calurosa y más injusta. Pero aún estamos a tiempo para evitarlo, convirtiendo la crisis climática en una oportunidad para construir una sociedad y una ciudad más justa. Debemos mitigar las consecuencias de la emergencia climática sobre las vidas de nuestras vecinas y vecinos y al mismo tiempo avanzar hacia una nueva organización social y económica que permita construir un futuro más justo y habitable para todas las personas.

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