Las visitas al archivo municipal no deberían resultar muy apasionantes para ser relatadas en estas páginas, pero sin ellas muchos de estos artículos no serían posibles. El mérito de atribuirme un hallazgo tiene una indudable mezcla de vanidad hilvanada con el mero hecho de ser curioso y querer concretar una historiografía muy descuidada, hasta el punto de trazar anécdotas y bonitas historias de tono localistas sin encajar todas las piezas del puzle.

Cuando fui a la sede del casco antiguo para saber más de Cal Drapaire no tenía muchas esperanzas, entre otras cosas por la consabida dificultad de averiguar el nombre del arquitecto del edificio, siempre perdido en rúbricas marginadas porque el papel mecanografiado, o a mano antes de este avance tecnológico, se reservaba a las reformas emprendidas por los propietarios.

En la documentación siempre figura un dibujo a escala de la vivienda con la firma del creador en la parte lateral derecha. En este caso mis pesquisas no iban ni mucho menos encaminadas a la resolución definitiva, es más, ni siquiera podía intuir la gran sorpresa final, a posteriori lógica por la ubicación geográfica de esas seis casas monumentales producto de la voluntad caritativa de Pablo Fornt para propiciar precios asequibles en el siempre espinoso mercado del alquiler.

Cal Drapaire pertenece al estilo Beaux Arts, prototípico del París finisecular, muy en consonancia con la reforma de la ciudad de la luz tras el derribo de la vieja urbe para librarla, según la versión oficial, de malos olores y calles laberínticas, muy románticas e inútiles si se quería ejercer un control de las revoluciones, más sencillo con grandes avenidas, anchas y con enclaves estratégicos como hospitales y comisarías bien situadas de forma inicial y conclusiva.

Jordi Corominas

Estas Bellas Artes, con su nombre proveniente de la homónima academia, crean en la capital francesa una hermosa sensación de continuidad en muchos paseos, no así en Barcelona, donde suelen ser oasis en medio de un desvarío edilicio producto de la cronología y la nula unidad estética de la mayoría de espacios salvo, si bien esto es más una suposición, algunos sectores del Eixample, más modernistas y sólo perjudicados por el caos a base de la especulación durante la dictadura, como en el passeig de Gracia, donde la antigua uniformidad cedió el paso por culpa de algunas barbaridades porciolistas.

En el caso del Drapaire apreciamos elementos más bien variopintos, como una tribuna centralizada como corte a un clásico balcón de piedra corrida en disonancia al resto del conjunto, con balconcitos más bien modestos, alguna imaginería religiosa y las típicas jarras de flores en la coronación, de tintes novecentistas para adaptarse a lo predominante aún durante ese segundo tercio de los años veinte.

A partir de estos detalles podría deducirse una dilatada experiencia en el oficio de su autor. La firma me hacía vislumbrar la referencia, y para conseguirla recurrí a todos los medios posibles, múltiples en esta época de redes sociales. Colgué la foto en Twitter y una amiga de Sants, el dato no es en absoluto casual, me sugirió Modest Féu i Estrada, a quien vimos no hace mucho por una finca modernista del carrer de Sants, con tantos inmuebles producto de su imaginación como para merecer un tramo de la antigua carretera a modo de homenaje.

Abrí el navegador, busqué si daba con el autógrafo para compararlo y sí, bingo, Modest Féu i Estrada era el arquitecto de Cal Drapaire y casi puede entenderse la alianza desde distintas perspectivas, la primera avezada a movimientos geográficos, pues en la parte más emblemática de Sants no quedaban muchos huecos y el desplazamiento hacia latitutudes cercanas se confirmaría por otros proyectos de entonces como las casitas de los pasajes de Jordi Ferran y el de Chile en Collblanc, pero esto no es todo, y aquí irrumpe la duda.

Jordi Corominas

Cuando desconocemos la identidad del arquitecto inciden factores que van desde la mediocridad de la labor de los encargados de contar la Historia hasta las dificultades para hacerlo. Aquí se añade otra cavilación, y es si Féu i Estrada tuvo verdadero interés en figurar con letras de honores en esa peripecia. Ahora lo del trapero nos hace gracia, pero por aquel entonces asociarse a un personaje con ganancias cuantiosas y algo turbias, no era una profesión de gran prestigio, podía ser un menoscabo para el currículum y un gran lucro para la cartera, sobre todo si atendemos a las dimensiones de esos diez números de la Gran Vía.

Féu i Estrada se manifestó políticamente, y durante la dictadura de Primo de Rivera siguió su trayectoria sin olvidarse nunca de su querencia Catalanista, aquí irrelevante al ser la obra más bien de tesitura social para favorecer el acceso a un techo de muchos desfavorecidos. Desde el contexto actual recibiría, quizá soy demasiado optimista, medallas y parabienes.

Su atributo de arquitecto de barrio lo emparenta con otros compañeros del compás y el cartabón, si bien uno tiene sus preferencias y me apetece asimilarlo a Enric Sagnier, siempre citado como el más prolífico de la cuadrícula barcelonesa, en especial por su indudable capacidad de trascender las modas y adaptarse a las mismas, sinónimo de fiabilidad para todos aquellos con deseos de alzar bloques en Barcelona. Féu tendría esa función en la zona de Sants y sus aledaños, y por esa ausencia de centralidad es más bien anónimo. Valga mi descubrimiento de su autoría en Cal Drapaire para revalorizar su energía y el resto de su magnífico legado.

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