Si paseamos las calles debemos hacernos preguntas constantemente, revisar los recorridos, cuestionarnos los motivos de su longitud y averiguar las conexiones establecidas.
El carrer Chapí de Horta se llamó hasta 1914 de la Combinación, y el nombre tiene toda la lógica del mundo al unir la parte del caso antiguo del pueblo con la zona de veraneantes, pues va de la masía de Can Mariner hasta la calle Campoamor. Su actual denominación alude al compositor de zarzuelas Ruperto Chapí, y uno se plantea quien fue el causante de rebautizar las calles de este sector barcelonés tras las agregaciones, pues el fundador de la SGAE y, por decir algo, Ibiza no tenía mucha relación con sus habitantes, al menos a priori.
Antes de ser urbanizados los terrenos pertenecieron a la familia de Manuel Megido, y con el tiempo rebosaron de escuelas, como la Salle Horta y las Dominicas de los pobres, al estar las de los ricos en la ya mencionada calle Campoamor, un prodigio de villas cerca de la nueva iglesia de Sant Joan.
Además de estos centros educativos el lugar tenía una serie de sitios emblemáticos como un sindicato, la residencia de un doctor y un buen caudal de arquitectura modernista, aún visible; sin embargo, mi atención siempre se ha centrado en la unión de dos fincas pared con pared.

La del número 49, en la esquina con la baixada de la Combinació, nos da pistas tanto en su fachada como en su puerta. Mientras la primera indica la fecha de construcción con un ostentoso 1877, la segunda incluye dos informaciones de relevancia. La cerrajería artística del inmueble corrió a cargo de Francesc Casas, cuyo taller su ubicaba en el número 186 del passeig Maragall.
Esto, basta con consultar la evolución edilicia del barrio, nos situaría al menos en el primer tercio del siglo XX. Desconozco cuando nació Juliana Bueno, cuyo nombre aún figura entre los hierros del portal. Esta mujer figura en ese elenco anónimo de grandes personas decisivas para cualquier ser humano, con la contradicción universal de ignorar la identidad de quien nos trajo a este mundo. Juliana, huelga decirlo, era comadrona, y ayudó a ver la luz a gran parte de los hortenses.

La finca donde realizaba tan complicada operación reluce y encaja con la tónica de casitas de planta y piso del entorno. A su vera, en el número 51, una invención de los años setenta canta sobremanera. Algunos le atribuyen un premio FAD de arquitectura e interiorismo, pero en mi búsqueda no he podido corroborarlo. No me disgusta, si bien su problemática estriba en no respetar la altura con la casa de doña juliana pese a no abusar de su modernidad para imponerse con prepotencia.
Más allá, en el número 80, siempre me llamó la atención una torre con un paso lateral, esgrafiados y una estética más en consonancia con sus homólogas de la parte alta del carrer Gran de Sarrià, sin extrañarme por encontrarla en Horta, en este sentido una especie de patito feo en el imaginario. Una gran mayoría de ciudadanos sólo tienen ojos por el otro lado de la ciudad a partir de rentas per cápita y otros condicionantes económicos, craso error, pues Horta inauguró antes de su opuesto la tradición de grandes villas para el estío.
Debemos el relato sobre Can Mercader a Carme Martí, quien explica como los patriarcas del clan tuvieron un negocio de almidón en el carrer de Nàpols, no muy lejos de la cervecera Damm. Se trasladaron a las alturas en 1915 y remodelaron una vieja propiedad hasta dotarla de los más modernos elementos, como calefacción, idónea para instalarse en 1923, y el estilo del conjunto encaja con esas fechas sin desdeñar cierta mezcolanza entre el Novecentismo y el Modernismo, remarcable en sus balcones.

Esa época pretérita con críos correteando al salir de los colegios murió hace décadas. Hoy en día Chapí es un remanso de paz, con otros destellos curioso, como un bloque de 1930 con decoración geométrica, heterodoxa e iconoclasta en comparación con sus compañeras de piedra.
Cuando nos acercamos a su conclusión intuimos una metamorfosis, como si ingresáramos en otra dimensión. En 1870 una epidemia de fiebre amarilla impulsó la construcción de muchas torres para burgueses deseosos de huir de esa gran plaga y acogerse a los beneficios de la montaña. En ese instante ya existían catorce, las pioneras de la Colonia de las estires en la rambla Cortada, actual Campoamor. Estos señores iniciaron la dilapidación del verde y esa inmensidad de masías esparcidas hasta enhebrar nuevas cuadrículas para determinar diferencias sociológicas, distanciándose de los lugareños para fundar su propio modus vivendi.
Esta discrepancia puede apreciarse en una frontera invisible, una de tantas dentro de la ciudad condal, en la esquina de Palafox con Chapí, sutil muralla entre dos hemisferios distinguidos por su origen, pues si los hortenses no renunciaron a su meollo, los recién llegados eran perfectos desconocidos con vínculos de amistad entre ellos, sin asomarse a los vecinos de siempre, como aún acaece en tantas localidades por las distancias de diseño y monedero entre los de paso y los permanentes, algo asimismo reconocible en la Font d’en Fargas, donde el aislamiento debía ser una condena por no disponer de servicios, pero es un pensamiento moderno: olvidamos con demasiada frecuencia la trascendencia del servicio.



1 comentari
la senyora Juliana era una senyora molt de dretes, tot i així no i negava l’ajuda a ningú que li ho demanava i l’ajudava la seva nora que també era llevadora, i el seu marit crec que era contable o alguna cosa semblant del Futbol Club Barcelona el l’època, es veu que regalava una que altra entrada entre els “seus”. Algú m’ho va explicar llàstima que no disposo de més informació al respecte.
La casa gran de la que parles és can Mercader, la fmília ja no hi viu, quan va morir la mare la van vendre.
Carme Martín