Albert vivió en las calles de Barcelona durante dos años. Una noche, mientras dormía en unos jardines junto al Hospital del Mar, recibió una fuerte paliza por parte de un grupo de personas, que le dejó la clavícula rota y varias contusiones en la cara. En ese momento iba a la Fundació Arrels un par de veces a la semana a ducharse y a cambiarse de ropa y, desde la entidad, al ver el estado en el que se encontraba, le facilitaron un piso donde vivir provisionalmente.
Anteriormente a esto, en la larga temporada que vivió en la calle, Albert se vio directamente afectado por la llamada arquitectura hostil o preventiva, una tendencia de diseño urbano instaurada en muchas ciudades del mundo. Se trata de pivotes, pinchos, inclinaciones, hierros, bancos individuales y otros elementos que se instalan en el espacio urbano para dificultar que las personas sin hogar duerman en determinados espacios de la ciudad. Albert afirma que la gran mayoría de bancos largos están desapareciendo y que son continuamente sustituidos por bancos individuales. «Me acostumbré a dormir sentado», explica. Él solía dormir en la Plaça Reial, donde había unos bancos individuales con reposabrazos. «Allí me sentía seguro, porque siempre había una patrulla de policía cerca», señala.

Estos elementos de arquitectura hostil son instalados, muchas veces, por entidades privadas o por comunidades de vecinos, pero también por la administración pública. «Lo más grave es que esto se hace para que la pobreza nos molesta», denuncia Ferran Busquets, director de la Fundació Arrels. Busquets considera que se trata de un tema de responsabilidad social. «Vemos una persona que está durmiendo en la calle y, en lugar de preocuparnos y ofrecerle nuestra ayuda, lo que hacemos es expulsarla», añade. También recuerda que las personas sin hogar están en la calle porque se encuentran en unas condiciones de gran vulnerabilidad y que, antes de encontrarse en esta situación, han agotado todas las posibilidades.
La Fundació Arrels, para concienciar sobre este fenómeno que afecta a muchas personas sin hogar, ha creado un mapa colaborativo de Barcelona donde cualquier usuario puede señalar los puntos de la ciudad donde ha encontrado un elemento de arquitectura hostil, incluyendo una fotografía. De momento, se han señalado cerca de 40 puntos, muchos situados en el centro histórico de la ciudad.
La arquitectura hostil como herramienta de control social
Toda la arquitectura es intencional, tiene detrás un propósito determinado. José Mansilla, del Observatorio de Antropología del Conflicto Urbano (OACU), explica que la arquitectura hostil lo que pretende es modificar o evitar determinados comportamientos sociales que no se consideran adecuados en el espacio urbano. «Es un elemento de control social», destaca. Esta influencia en la conducta de las personas, sin embargo, puede ser muy visible, como es el caso de los pinchos o los pivotes que se ponen para evitar que las personas sin hogar duerman en un lugar, o más sutil, por lo que pasa desapercibida.
Mansilla pone como ejemplo de esta arquitectura preventiva más sutil el hecho de que en Barcelona, y en muchas otras ciudades, hay plazas donde no hay lugares donde sentarse, o sólo hay bancos individuales que imposibilitan sentarse a conversar, de manera que se impulsa a sentarse en las terrazas. «Es un tipo de urbanismo muy inteligente, que no es evidente, pero que persigue utilizar el espacio público o bien simplemente como un lugar de circulación o bien dirigido al consumo», afirma el antropólogo urbano.
Según Mansilla, el espacio público como espacio de sociabilidad ha sido eliminado por la arquitectura hostil, y el reparto de estos elementos no es aleatorio. «No hay la misma intervención en unos barrios que en otros. Ciutat Vella y el Barri Gòtic, por ejemplo, están llenos de este tipo de urbanismo, porque el centro histórico es el principal punto de atracción de cara al turismo», destaca. De este modo, argumenta, el urbanismo es también lucha de clases. Y quien sale más perjudicado de esta práctica, explica el antropólogo, son las personas sin hogar. «Para ellas la calle es su casa y, por tanto, son las más directamente afectadas por este tipo de métodos disuasorios», señala.

El director de Arrels, Ferran Busquets, considera que estos elementos instalados en el espacio urbano sólo agravan la situación de vulnerabilidad de estas personas. «En la calle ya tienes la gran batalla de encontrar un espacio donde sentirte seguro y protegido y poder hacer tu vida. Si una persona duerme en ese sitio es porque no ha encontrado ningún lugar mejor. Si la expulsas, tiene la gran dificultad de volver a empezar de nuevo», afirma. Busquets señala también que vivir en la calle es una experiencia traumática y que «lo último que necesitan las personas sin hogar es que les dificulten más la vida».
“Lo que se quiere es tapar el sinhogarismo”
La arquitectura hostil, además de forzar el desplazamiento de una persona sin hogar que ha encontrado un espacio seguro donde dormir, también provoca unas consecuencias psicológicas para la persona afectada. «Es muy discriminatorio y, emocionalmente, hace mucho daño. Sientes que eres un estorbo y te sientes aún más rechazado por la sociedad», denuncia Albert. Según él, la arquitectura hostil lo que quiere es tapar un problema que existe, el sinhogarismo, en lugar de hacerle frente y aportar soluciones. «Quieren dar una imagen de una Barcelona moderna y turística, y no quieren que se vea la gente que tenemos problemas», critica.
Todo ello, señala Busquets, conlleva una gran pérdida de confianza por parte de las personas sin hogar hacia la sociedad. «La confianza, una vez rota, es muy difícil de recuperar», explica. «Las personas sin techo están cansadas de probar soluciones que no funcionan, y eso les genera una gran frustración. Y, al final, los cartuchos se agotan», concluye.
Ir a la raíz del problema
Desde la Fundación Arrels se pide a la administración pública que no permita la inclusión de estos elementos disuasorios y se propone que esta práctica sea sancionada de alguna manera. «No podemos hacerlo todo las entidades, porque estamos a punto de colapsar», explica Busquets.
Fuentes del Departament de Treball, Afers Socials y Famílies de la Generalitat explican que este ente no tiene capacidad sancionadora sobre el mobiliario urbano, pero que, sin embargo, «se está analizando la situación y estudiando cómo evitar estas situaciones con el actual marco competencial del Departament». Añaden que para combatir este problema se requiere una «intervención integrada e integral que supere la visión unifactorial del sinhogarismo». En este sentido, destacan que el trabajo con los entes locales en la erradicación del aporofòbia -es decir, el rechazo o el miedo a la pobreza- «debería hacer reducir la utilización de elementos de mobiliario urbano para este propósito».
Pero eliminar los elementos de arquitectura hostil tampoco es una solución de fondo al sinhogarismo. Según el último recuento que hizo la Fundació Arrels, en Barcelona hay 1.200 personas sin hogar, y esta cifra no hace más que aumentar año tras año. En este sentido, Busquets reivindica que la solución al sinhogarismo debe pasar por garantizar el acceso a la vivienda y por eso, dice, se necesitan más recursos.
Mientras esta medida no llega, lo que proponen desde la Fundació Arrels es abrir pequeños espacios de acceso directo para las personas sin hogar para que puedan vivir dignamente hasta que se les conceda una vivienda social.


