Esta Historia empieza con bodas, bautizos y comuniones. En 1837 Miquela Borràs perdió a su marido, el caballero Joan de Peguera. De este modo heredó las tierras del Camp de l’Arpa, donde se fija el inicio o el final del Eixample al resistirse a cambiar esas parcelas por la cuadrícula de Cerdà.

Poco después del óbito contrajo matrimonio con Matías Ramón de Casanovas, quien a su vez falleció en 1848. Sabedora del afecto de su cónyuge para con su hermano decidió cederle todos sus bienes, con propiedades comprendidas, a bote pronto, entre el actual Hospital de Sant Pau y el torrent de la Carabassa.

Entre ellas figuraba Can Pujol, según los papeles en Sant Andreu del Palomar o Sant Martí, con los límites más bien difuminados entre ambas poblaciones del llano de Barcelona. Cuando Baltasar expiró en 1901 esta propiedad pasó a su hija Montserrat, casada con Pere Farga, y así fue como nació la idea de crear una ciudad jardín en los territorios entre el torrent de la Carabassa y el turó de la Rovira, barrio conocido hoy en día como la Font d’en Fargues por el célebre merendero instalado por la pareja en la cima de sus posesiones, un lugar encantador muy maltratado por el Ayuntamiento barcelonés, a quien hace unos meses mandé unas fotos para informar de su lamentable estado, respondiéndome al cabo de pocos días con un delirante mensaje donde afirmaban solucionar los desperfectos a la de tres, demostrándome su completa ignorancia sobre las características del espacio, con mosaicos modernistas y las letras de la fuente, a punto de caerse.

Foto: Jordi Corominas

Ya iremos a esa cima. Ahora estamos en passeig Maragall. A la izquierda está Can Fargues, pero a la derecha encontramos el pequeño milagro de un camino de tierra en un estrato más bajo al de la calle. Es el Torrent de la Carabassa, una senda rota por una verja y con la extraña sensación de ingresar en una realidad paralela no solo por la arena del suelo, sino por la frondosa vegetación, la existencia de viviendas en su base, un muro con puntos para dar al entorno la denominación de calle más estrecha de la ciudad y una conclusión abrupta, casi salvaje.

El torrente sigue una ruta distinta a la de la calle. Para entender su importancia no está de más saltar hacia una latitud cercana y recordar el carrer d’Aiguafreda, esa perla hortense, bien regado en el pasado por las aguas de este rincón.

El tramo superviviente cruzaba la carretera de Horta. El bautizo calabacero proviene de la masía de Can Carabassa, una monumental finca documentada desde 1655, cuando pertenecía a Nicolás de Melgar. En 1709 pasó a manos de Francesc Folch, y cuando su nieta se casó con Josep Ignasi Carabassa el apellido de este último predominó, como acaecería más tarde con todo el perímetro, con Farga delante de Casanovas.

Foto: Jordi Corominas

La mansión rural se traspasó a varios caballeros adinerados hasta 1909, cuando Carles Marès aprovechó parte de su fortuna colonial para derribar lo pretérito y edificar un palacio de regusto neoclásico, vendido por sus hijos en 1954 al orden religioso de los hermanos de la Sagrada Familia, quienes impulsaron un colegio.

Para completar esta introducción a la zona queda otra pequeña sorpresa. Font d’en Fargues no es muy visitado por los ciudadanos, en parte por desconocimiento, en parte por lo empinado de sus cuestas, confiriendo a sus habitantes fama de ricos aislados del resto, cuando la composición social en sus inicios alternaba una cierta élite veraneante con profesionales de todo tipo, entre ellos los periodistas, acoplados a la ley de Casas Baratas de 1911, hasta entonces con unos requisitos inaccesibles para los trabajadores de los medios de la comunicación, quienes reclamaron ser integrados equiparándose con los obreros a partir de la mera necesidad de poder vestir mejor y tener viviendas acorde con la importancia de su oficio.

Esto conllevó la construcción de chalés en el barrio de la Salut, por encima de Can Baró y cerca del Park Güell, y en la Font d’en Fargues, concretamente ocho entre el paseo de la Font de la Mulassa y el carrer de Maryland. El primero perdió su origen en 1917 para pasar a llamarse Peris Mencheta, en honor al empresario fundador del Noticiero Universal, mientras el segundo dejó atrás el Estado norteamericano para homenajear al Marqués de la Foronda, director de la compañía de tranvías y generoso hasta conceder a los periodistas gratuidad en el transporte público para ir de casa al trabajo y de la redacción a su hogar.

Foto: Jordi Corominas

 

Más tarde, me sabe mal no recordar donde di con la información, se criticó a los miembros de esta cooperativa por lo faraónico de sus residencias, algunas de ellas incluso con piscina. No les faltaba razón si se comparan con la de otros gremios más afines al proletariado, casitas de planta y piso más bien modestas, sin tanta ínfula ni fastuosidad.

Pese a todo poco queda de ese legado y eso ha despertado todas las alarmas en un barrio donde hay poca vivienda catalogada como patrimonio, y de nada sirve respetar las alturas originales si se cancela la identidad. Algunos pisitos de Peris Mencheta permanecen con las puertas tapidas. Otros emanan un preocupante mutismo, disimulado por las escuelas, muy presentes en toda la colina.

Quien visite Font d’en Fargues apreciará otro motivo. Las escarpadas pendientes y la ausencia de servicios apuntarían a una población envejecida. No tengo a mano el censo. Por suerte los medios de locomoción modernos evitan el fastidio de la supuesta lejanía. El crimen es otro, pues apartarse del mundanal ruido sitúa las garras inmobiliarias en una posición perfecta para demoler sin repercusiones, y para parar el estropicio las cartas están claras y visibles en la mesa, con el Consistorio obligado a intervenir por el bien de la diversidad y el respeto a una Historia que es de todos.

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