Llevamos dos semanas en la base de la colina, y era necesario por eso de introducir la Font d’en Fargues en sus coordenadas históricas, pero ahora podemos despegar y subir el carrer de Peris Mencheta para recrearnos entre su no tan dura cuesta y los aledaños.

Francisco Peris Mencheta alcanzó la fama en Barcelona en 1888, cuando, en consonancia con la Exposición famosa por abrir la ciudad condal al mundo, empezó a editar El Noticiero Universal, gran pilar de un imperio periodístico iniciado en su urbe natal con La Correspondencia de Valencia y culminada en su imperio durante 1893, cuando estrenó la cabecera de El Noticiero Sevillano.

Fue un gran partidario de la monarquía Alfonsina, y como premio por tanta devoción fue designado Senador Real. Lo más jugoso para nosotros es comprobar su fama a principios de siglo, pues como vimos al morir le homenajearon con esa subida con viviendas de redactores con ciertos ademanes señoriles, como veremos al alcanzar la cima.

El Noticiero Universal quedará muy lejano para los más jóvenes. Servidor, con mucha pasión por los diarios de la Historia local, no lo recuerda en su infancia. Cerró en 1985. Habían pasado sus mejores años e incluso había traicionado su espíritu de ser el vespertino más popular durante décadas, y casi es un proverbio eso de alterar la identidad auténtica para, a continuación, perder la batalla.

Foto: Jordi Corominas

Tener sus apellidos en la Font d’en Fargues, como el Marqués de la Foronda, apunta a una especie de operación de grandes nombres relacionados con los terrenos por intereses nunca claros y siempre bien intuidos. En la calle dedicada al director de la compañía de tranvías y de la Expo Internacional de 1929 vivió uno de sus polos opuestos, Antoni Rovira i Virgili, quien pese a su origen humilde no desestimó ocupar una de las ocho fincas destinadas a reporteros y derivados hasta el estallido de la Guerra Civil, cuando pese a tomar el camino del exilio arregló todo para recuperar la mansión una vez el panorama político volviera a una cierta normalidad y ese, y no otro, es el motivo por el cual sus familiares regresaron a ese paraíso, donde muchos vecinos me miraban con ciertas malas pulgas por mi afición a sacar puntada fotográfica para no desperdiciar ninguna minucia.

De todo el ascenso siempre vuelvo, pese a saber más bien poco de ellas, a unas casitas casi en la cumbre. Parecen construidas en el mismo instante, y el catastro, de quien debes fiarte tanto como de un buen narrador de ficción, sugiere la fecha de 1936, nada extraño porque ese año, justo antes el gran estallido bélico, estuvo surcado de iniciativas inmobiliarias, algunas de ellas vinculadas a la ley Salmón de alquiler social de 1935 y otras, simplemente, con el fin de expandir el ladrillo donde fuera, y desde esta perspectiva estos apartamentos podrían ser el canto del cisne de la tendencia horizontal, con la planta y el piso como ejemplo a seguir antes de la exaltación vertical del Franquismo y su obsesión con barrer los cielos.

Una vez pasamos la pancarta de la montaña, perdonen la broma fácil, se arriba a una falsa planicie, calmada hasta decir basta, irreal. Sus tres palacios asemejan a una fantasía de Piranesi, enmarcados por las vistas de Horta al fondo. Son majestuosos, y entre sus elementos el más remarcable es una torre de agua con, a su vez, funciones de mirador.

Foto: Jordi Corominas

 

Al maravillarnos ante su supervivencia no podemos sino refrendar la crítica municipal al exceso de los profesionales de las noticias, bien pasados de rosca en su fraude cooperativo, con domicilios superlativos en su fastuosidad, y si las informaciones siempre hablan del acuerdo con el Marqués de la Foronda para viajar gratis en el transporte público uno no puede sino sospechar sobre untamientos bastante más cuantiosos, causa oculta y evidente de esas chozas medio aisladas para señores con recursos limitados, contentísimos por tantas comodidades y poder presumir ante sus amistades de unos salones incomparables mientras les presentaban las panorámicas más codiciadas de toda la capital catalana.

Lo curioso es el aspecto geográfico de su presencia, y me explico. Como he advertido están después de la pendiente, y eso les aparta de la rutina de Peris Mencheta pese a pertenecer a la misma. Son los más pretenciosos y, sin embargo, ocupan el cuarto trasero de la calle, como si así aceptaran su condición de impostores, de personas travestidas de millonarios cuando sólo eran unos vendidos a uno de los mayores enemigos del proletariado.

Foto: Jordi Corominas

Ese Marqués designado director de los tranvías en 1902 para impedir más huelgas mediante la introducción de oriundos de su pueblo, modo, según el poder, sensacional para reforzar lazos entre patrón y obreros, clientela de toda la vida, tiro por la culata de siempre cuando los foráneos se integraron a las dinámicas de protesta del resto de sus compañeros de clase, produciéndose nuevas algaradas y paros muy sonados, con Don Mariano a los mandos de algún vehículo para evitar la parálisis del servicio junto al alcalde y otros mandamases.

Estos periodistas debieron tener una vecindad más bien crítica con tanto oportunismo. En el passeig de la Font de la Mulassa las firmas de grandes arquitectos muestran otra categoría, y observar día tras día como esos sobornados dominaban la mejor parcela les debió provocar cierta urticaria. Como aquí nadie pone placas nadie lo recuerda, y así es como lo contado hoy adquiere sentido, para no olvidar esta anécdota tan banal como relevante de un ángulo apartado entre el esplendor.

Share.
Leave A Reply