Desde hace unos días pienso más en este recorrido por la Font d’en Fargues. El motivo es simple. Está al lado de un sitio adonde he ido a comprar el pan. Cuando salgo de pagar miro hacia arriba y, además de la plaça Catalana, sobre todo veo la pendiente del carrer Llobet i Vall-Llosera, en cuya cima termina el barrio paseado durante estas semanas.
Ese límite es el deseo de volver a la normalidad, pero al menos queda el recuerdo. De este modo no sólo camino, también reconstruyo con mayor esfuerzo, imaginándome ahora mismos sus calles muy primaverales, a rebosar de aire puro.

El consuelo es escribirlas. Nos habíamos quedado en el cruce de Pedrell con el passeig de la Font de la Mulassa. La calle del compositor tiene un surtido de villas. Mezcla de novecentismo, algún resquicio modernista y otras fincas más tardías, algunas de ellas en la intersección ese falso llano y el preludio a bajar lo subido, con una perspectiva magnífica, muy Valparaíso, sin tantos recovecos.

En el número 104 del carrer Pedrell hay una villa más o menos con las características descritas en el párrafo interior. A bote pronto choca, parece desubicada, muy blanca y marinera, con pequeñas decoraciones geométricas de cerámica y motivos azulados con flores minimalistas. Me recuerda a la Cooperativa Obrera Popular el Siglo XX, ilegalizada en 1940, de la Barceloneta, donde en la calle de la Maquinista también hay un inmueble con ese recurso a dos colores para iluminar más la fachada.

Foto: Jordi Corominas

Este número 104, también de 1940, es un mar y montaña, como si quisiera jugar con la siguiente parada del itinerario, una torre modesta en la cumbre del carrer de Can Pujolet, residencia durante algunos meses de 1922 del poeta Joan Salvat-Papasseit para curarse de la tuberculosis, causa de su prematura muerte a los treinta años de edad en una habitación del carrer Argenteria, a pocos metros de Santa María del Mar.

Una placa lo recuerda, pegada al muro, sólo accesible para los acostumbrados a mirar hacia arriba como si fuera a aparecerse la Virgen. Hay otra, más reciente y homologada, en el carrer Urgell para recordar su natalicio en el lugar, y la ruta del amante del puerto podría seguir cerca del mismo, circular por la iglesia del Paralelo donde fue bautizado y hasta leer uno de sus caligramas en el passeig del Born.

La casa de Can Pujolet, con poco destacable desde lo arquitectónico, recoge esa promesa de aire inmaculado por la altimetría de la zona, tan despejada hasta propiciar algunos días la nítida visión del Montseny.

Foto: Jordi Corominas

La Font d’en Fargues y Papasseit son compañeras de toda una tradición europea de ir a las alturas para sanarse de enfermedades respiratorias y derivados. Davos, La Montaña mágica y hasta el mismo Arnold Schönberg de retiro en Vallcarca a principios de los años treinta son buenos ejemplos de ese culto muy metafórico, con lo alto impoluto y lo bajo como polución dañina.

Aislado, Papasseit debió meditar sobre esas dos ciudades. La de su reclusión higiénica era una balsa de aceite, un oasis sin clases sociales ni discusiones vecinales, quizá porque aún no había suficiente tejido social. Los de su rutina eran bulliciosos, con suciedad en el suelo y sensación de vida ininterrumpida.

Papasseit fue un torbellino, y tiene algo de paradójico su paso por Font d’en Fargues y su sosiego, durante este confinamiento debe ser aún más idílico que cuando empezaba a poblarse el entorno.

El domingo de mi paseo no dediqué mucho tiempo a la vivienda del poeta, más un símbolo, pero ni mucho menos el único con talante progresista del barrio, pues en el carrer de Montserrat de Casanovas se fundó, una inscripción lo rememora, el Partit Obrer d’Unificació Marxista, el POUM. Esa evocación es el único rastro de ese acontecimiento histórico.

Foto: Jordi Corominas

Para volver a Pedrell deben subirse unos escalones bastante perjudicados. Cuando recobramos la dirección original del trayecto vamos acercándonos a una confluencia central con el Casal de Font d’en Fargues y la iglesia de Sant Antoni de Pàdua. Tiene algo de encrucijada, e impresiona ver la pendiente de la subida hacia el merendero, con caminos muy dañados, añadiéndose a esto los porcentajes de algunos tramos, prohibitivos hasta para una carrera ciclista.

Antes hablaba del mutismo de este intento de ciudad jardín mientras el poeta se empapó de las virtudes de su aire. Este silencio suele vincularse al bienestar y a la calidad de vida, y también al secretismo, con muchas pensiones y casas de citas en lo más alto, santo protector de actos impuros.

No sé si en la Font d’en Fargues, me pongo deberes para averiguarlo, hubo algún establecimiento como el Hotel Casanovas del Baix Guinardó o una mansión en lo alto de Nou de la Rambla. Para terminar me ha dado por reflexionar sobre si el relato del barrio como una unidad paradisíaca puede ser verosímil, más que nada por sus altos y bajos internos, cuadrícula en miniatura de otra más grande y menos cobijada en el monte.

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