Escribo toda esta serie por ese encuentro con el pasaje invisible, algo remediado con eso de alzar el brazo y disparar la foto, e inaccesible por su puerta vallada, con interfono. Una placa nos informaba del nombre: Comas de Argemir, pocos metros ilógicos en medio del carrer de Lluís Sagnier.

Y en ellos nos habíamos quedado, concretamente en la esquina de passeig Maragall con el carrer de la marquesa de Caldes de Montbui, a la que siempre confundo por la de Castellbell, todo muy proustiano a la catalana. Vayamos al grano. Justo en ese punto el señor Prats i Roqué donó una importante suma de dinero para la construcción de viviendas para trabajadores. Corría 1908, y tres años después se abrió el passeig de Maragall, antigua carretera de Horta, en su versión moderna y empezaron a edificarse, , las casitas en la zona comprendida entre las calles de Mascaró, Marquesa de Caldes de Montbui, entonces Prats i Roqué, y passeig de Maragall. El arquitecto del proyecto era el incombustible Enric Sagnier.

Un poco más abajo un hombre observaba el entorno y movía fichas en el tablero, o el mapa de Barcelona, como prefieran. En 1914 Santiago Comas de Argemir, sucesor de su padre Josep, decidía desde la finca familiar de Torre Llobeta. Ese mismo año parte de los terrenos urbanizados a una centena de metros empezaban a cobrar forma, y el carrer de Lluís Sagnier, recibió su nombre porque el padre del autor de tantas casitas, con varios precios en función del lugar y el poder adquisitivo, de los alrededores era el presidente de la Caixa d’Estalvis i Mont de Pietat de Barcelona, promotor de todo el conjunto edilicio.

Foto: Todocolección

En esas fechas todo ese entramado pertenecía, y así consta en los periódicos, a la barriada de Santa Eulalia de Vilapicina de Sant Andreu del Palomar, y a partir de este dato tenemos otra curiosa anécdota de cómo se fue transformando la cuadrícula del entorno.

En 1917 Santiago Comas de Argemir, asimismo propietario de muchas parcelas en Vallcarca, fue parte interesada en la aprobación de una gran ronda entre plaça Lesseps i la rambla de Santa Eulàlia de Vilapicina, actual passeig de Fabra i Puig, y de haberse cumplido sus elucubraciones Lesseps se hubiera enlazado con las fuentes castellana y catalana, transitando esta vía por el carrer Amílcar, inicio de Lluís Sagnier, pero al final este preludio de autopista urbano discurrió per l’avinguda de Verge de Montserrat, cuajando décadas más tarde la iniciativa de otro modo en la Ronda del Guinardó.

El pobre, por decir algo, Comas de Argemir no tuvo mucho fortuna durante ese período con sus planes preconcebidos, siempre desbaratados, como ocurrió con la estructura del passeig de Maragall, siéndole expropiadas unas tierras para darle acomodo, frustrándose en este caso sus ambiciones porque su intención era dar curso a Maragall por el carrer de la Garrotxa, casi todo en su haber.

Foto: Todocolección

Investigué el carrer de Lluís Sagnier para dar con la fecha fundacional del passatge de Comas d’Argemir, inédito en planos de los años veinte, cuando la calle era una mezcla de torres con jardín, barracas, criadoras de conejos y un desastre por la ausencia de iluminación, instalada a finales del decenio en la colindante Mascaró.

En una carta urbanística de 1933 al fin aparece. Es una herradura que debió configurarse con mucha lentitud y más en sus números impares. Su forma carece de todo sentido, como mucho podría justificarse para aprovechar o cuadrar el espacio.

Es otra heterodoxia de este milímetro de la ciudad. Según el catastro las primeras torrecitas, pues eso eran según muchos anuncios de antes y después de la Guerra Civil, se erigirían en 1920, y esto encaja con la construcción de dos casas del señor Comas de Argemir en el carrer de Lluis Sagnier justo un año después, para ser más precisos en el número 57, límite de uno de esos tentáculos del pasaje, con el otro en el 55, un edificio de forma determinante para ese medio círculo.

La zona, a l’actualitat | Google Maps

Comas de Argemir estuvo, no podíamos esperar otra cosa, con los vencedores. En los años cuarenta enviudó y siguió en todos los lugares prominentes, como la cámara de la propiedad urbana y comités de ordenación urbanística, donde sacó tajada en sus posesiones junto a la Torre Llobeta, cedida al Ayuntamiento tras su muerte, en 1964.

En 1965 todo cambió en el pasaje. No podría haber escrito su relato sin una de esas casualidades nada casuales de la red. Buscaba imágenes, algo en general bastante imposible, del pasaje y Bingo, Todocolección me aportó siete instantáneas de los meses previos a la muerte de uno de los brazos de la herradura al derribarse una torrecita y el muro con puerta, bien distinto al del otro ángulo, abierto y maravilloso, un contraste subsanado con la mutilación del más feo, y el número 55 del carrer de Lluís Sagnier escondió esa configuración primigenia, sólo detectable desde el aire, Google Earth o el catastro porque es más bien raro dar siquiera con el trecho superviviente, registrado en el nomenclátor, volatilizado de muchos otros motores de búsqueda.

Ahora sólo me queda un anhelo: poder acceder al interior. Lo imagino como una media herradura frustrada por un muro. Del pasado original resiste el inmueble de 1930 y la farmacia. Las obras de derribo de la indecencia del brazo caído debieron ser rápidas y muy indoloras, como muchas otras en el perímetro. Por eso esos pocos vestigios de antes aportan todavía más misterio. Su permanencia entre la fealdad de los bloques de los años sesenta muestra una descompensación del lugar, pero ellos son inocentes y los altos e inexpresivos palacios culpables por especulación y fantásticos por formularme tantas preguntas para entender donde camino.

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