Dos meses después del inicio de la pandemia, a los trabajadores del CAP Raval Nord les cuesta rememorar las sensaciones que tenían al inicio de la crisis sanitaria. Pero en lo que sí coinciden es en una palabra que ha ido resonando a lo largo de este periodo: incertidumbre. Incertidumbre por la evolución de la pandemia, incertidumbre por los protocolos cambiantes, incertidumbre por la llegada de la vacuna y, ahora, incertidumbre, también, por el inicio de la desescalada. Durante estos meses, la rutina en el centro de atención primaria Raval Nord, al igual que en el resto de centros médicos y hospitales, se ha transformado completamente. “Pasamos de hacer consultas programadas presenciales a hacerlo prácticamente todo por teléfono y sólo atender presencialmente las urgencias, además de todos los seguimientos domiciliarios de los pacientes agudos y de aquellos que requerían cuidados diarios”, explica la directora del CAP, Anna Romagosa.
En los centros de atención primaria ha recaído la tarea del triaje y el seguimiento de los casos leves de coronavirus, una tarea imprescindible para liberar a los hospitales de mayor presión asistencial y garantizar que sólo llegaran a los centros hospitalarios aquellos pacientes más graves. Aparte de esto, los CAPs han continuado haciendo el seguimiento de los pacientes con otras patologías y también se han hecho cargo de las residencias de ancianos, identificando posibles contagios de coronavirus y sectorizando los espacios de estas para hacer posible el aislamiento de las personas residentes afectadas, o enviándolas en el hospital o en los hoteles sanitarios si convenía.
Una de las primeras medidas que se estableció en el CAP Raval Nord para garantizar el triaje y minimizar el riesgo de contagio fue la introducción de circuitos diferenciados de asistencia para aquellos pacientes que venían al centro con síntomas o sospecha de coronavirus y aquellos que venían por otras patologías. También se llamó a los pacientes pertenecientes a grupos de riesgo, como los ancianos o las personas con patologías previas. “Identificamos aquellas personas más frágiles y les dimos las indicaciones para llevar a cabo el confinamiento de manera adecuada, siempre insistiendo en que nos contactaran si necesitaban cualquier cosa”, señala Antonia Raya, enfermera del centro.

Unas instalaciones deficientes
El edificio que ocupa el CAP Raval Nord, o CAP Lluis Sayé, fue diseñado inicialmente, en los años treinta del siglo pasado, para tratar pacientes de tuberculosis, por lo que dispone de varios accesos y amplios ventanales para garantizar una buena ventilación y luz natural. Además, dispone de una curiosa garita que se utilizaba para recibir los enfermos manteniendo la distancia de seguridad, que quedó en desuso y que ahora se ha vuelto a habilitar con la pandemia del coronavirus. “Al inicio pensábamos que el centro era ideal para esta situación, pero claro, es ideal cuando hay pocos pacientes”, explica Raya. El CAP dispone de unas instalaciones muy antiguas y en mal estado y, por ello, los trabajadores del centro, con el apoyo vecinal del Raval, hacía mucho tiempo que reclamaban el traslado del CAP a unas nuevas instalaciones a construir en la Capilla de la Misericordia. Finalmente, después de un gran pulso entre diversas instituciones, el Ayuntamiento de Barcelona acordó abandonar la ampliación prevista del MACBA y la construcción de un nuevo CAP en este espacio.
Las deficiencias del centro dificultan la tarea de los profesionales con el inicio de la desescalada. “En nuestro centro las salas de espera son los pasillos que hay ante las consultas y, por tanto, no podemos evitar que no se acumule la gente”, explica Raya. “Cuando empiece a venir más gente en el CAP, se deberán mantener las distancias de seguridad y esto supone un espacio físico que no tenemos”, añade. Estos impedimentos harán que en los pasillos deba haber sólo unas pocas personas y los trabajadores del centro tendrán que hacer malabarismos para poder atender a todos los pacientes. “Tendremos que espaciar las vistas, hacer unas presenciales y otras de telefónicas, y todo ello implicará muchas más horas de trabajo”, señala la enfermera del centro. Supondrá también más consultas telefónicas. “Haremos por teléfono muchas consultas que antes hacíamos presenciales, pero que tal vez eran trámites administrativos para los que no es necesario ver al paciente en persona”, explica la directora del centro, Anna Romagosa.

La realidad compleja del Raval
El confinamiento no es igual para todos y en barrios como el Raval, donde las rentas familiares son bajas, en algunas viviendas se hace difícil poder hacer un confinamiento en las condiciones recomendadas. Por ello, el personal del centro, además de preguntar a los pacientes sobre sus síntomas físicos o emocionales, también contempla en la atención sanitaria si las personas tienen alguna carencia en el ámbito socioeconómico. “Sanidad y servicios sociales deben ir de la mano, unos sin los otros son insuficientes”, destaca la médica de familia del centro Txell Puig.
Las condiciones precarias en las que viven muchas familias del barrio son una dificultad añadida a la situación de confinamiento. “Hay familias que viven en infraviviendas y en pisos muy pequeños donde vive mucha gente, sin ventilación y con unas condiciones muy precarias”, explica Laura Miguel, trabajadora social del CAP. En estas condiciones, dice, se hace imposible mantener la distancia de seguridad entre los convivientes del piso. Y la situación se complica más si una persona del piso tiene síntomas de coronavirus. “Al inicio de la pandemia, fui a un domicilio de un posible positivo en covid-19 que vivía con nueve personas”, explica Romagosa. “Es muy difícil que una persona se pueda aislar en estas condiciones y, por tanto, en estos casos lo que hacemos es recomendar que vayan a un hotel sanitario”.
Esta constante comunicación con los pacientes y el interés por sus necesidades a veces se hace difícil por teléfono, especialmente cuando los pacientes son personas migrantes que no hablan demasiado ni catalán ni castellano. “A veces no sé si me han entendido. Antes de la pandemia, muchas veces podíamos pedir que nos pasaran con alguna persona que hablara el idioma o, incluso, en el CAP venían traductores, pero ahora se hace mucho más difícil “, explica Laura Miguel. Además, según el personal del CAP, con el contacto telefónico se pierde parte de la esencia de su trabajo. “Yo creo que, en general, no nos acabamos de encontrar cómodos con este sistema. En la primaria tenemos pocas pruebas diagnósticas, pero lo que sí tenemos son nuestros ojos, nuestras manos y que conocemos bien nuestros pacientes. Con el contacto telefónico se pierde una parte de la esencia y del poder terapéutico que tiene la escucha, el cara a cara, un abrazo o coger la mano de un paciente”, explica Txell Puig.
La compleja realidad socioeconómica del barrio ha afectado también a la salud de los vecinos. De hecho, está demostrado que los factores sociales y emocionales de una persona repercuten claramente en su estado de salud. “Una situación socioeconómica difícil influye mucho en el nivel de ansiedad y angustia de una persona. El estrés provoca que duermas peor y esto, a la larga, acaba afectando a todo el cuerpo”, destaca Romagosa. En la misma línea, Antonia Raya apunta que no sirve de gran cosa descubrir una cura muy eficaz para combatir el coronavirus si una persona no tiene dinero para pagar la comida o no tiene una vivienda digna donde vivir.
Recurrir a los servicios sociales por primera vez
En el Raval muchas familias son usuarias de los servicios sociales, pero con esta crisis se ha visto aumentado el número de familias que necesitan estos servicios. “Hay personas que por primera vez han tenido que acudir a los servicios sociales. Muchísima gente que vivía de la economía sumergida y subsistía sin ninguna prestación ahora se ha quedado sin trabajo y sin nada”, explica Laura Miguel. También, dice, hay mucha gente afectada por ERTEs o que no cobra el paro porque hacía poco tiempo que trabajaba y ahora no tiene dinero para pagar la comida. Así pues, la demanda de ayuda ha subido exponencialmente, pero los trabajadores de los servicios sociales siguen siendo lo que son. “Son servicios que ya están normalmente en el límite de por sí y con esta situación esto se ha agravado más. Los servicios públicos no dan abasto”, explica Txell Puig. En este sentido, las redes de apoyo mutuo organizadas por el vecindario están jugando un papel fundamental para ayudar a suministrar alimentos y medicamentos a las personas que lo necesitan.
Estos movimientos autoorganizados, sin embargo, no pueden durar para siempre. “Como medida puntual está muy bien, pero no es sostenible que entidades y personas mayoritariamente voluntarias carguen este peso. Creo que se debe hacer un reclamo a la administración y, del mismo modo que se invirtió para ampliar las UCIs y construir hospitales de campaña, se debe poner remedio a estas consecuencias económicas de la crisis sanitaria”, reivindica Puig. Según Antonia Raya, lo que habría que hacer es empezar a hacer planes de barrio. “Cada barrio tiene unas peculiaridades y se deberían hacer planes adaptados a la realidad social de estos, no desde los despachos, sino desde la gente que estamos atendiendo a los pacientes en primera línea”.

El temor al colapso y la necesaria inyección de personal
Con el inicio de la fase de desescalada, a los trabajadores del centro les preocupa la sobrecarga de la atención primaria y que se pueda llegar a un cierto colapso del sistema. Es cierto que hay menos infectados, pero todos los pacientes dados de alta vuelven a la primaria para hacerse el seguimiento de la enfermedad. Aparte, los CAPs siguen haciendo los controles en las residencias y también deben atender todos los pacientes con otras patologías y otros pacientes que, si no se puede hacer por vía telefónica, tienen que venir al centro a visitarse. A esto se le suma hacer las pruebas PCR a las personas que han iniciado síntomas de coronavirus, preferentemente transcurridas 24 horas desde el inicio de los síntomas.
“Todo esto lo hacemos con el mismo personal que teníamos antes de la pandemia, que ya era justo”, explica Raya. “O hay una inyección de recursos humanos para poder dar respuesta a la complejidad que supone trabajar en medio de una pandemia con una población que ya tiene muchas carencias desde el punto de vista socioeconómico, o no sé cómo lo haremos”, señala la enfermera del centro. Pero esta necesidad de aumento de personal no es una demanda nueva. Ya hace años que, desde la atención primaria, uno de los ámbitos más castigados por los recortes en sanidad, se reclaman unas mejoras que no acaban de llegar.
Por este motivo, el personal del CAP reclama una mayor inversión en sanidad pública, pasando también por unas mejores condiciones laborales. “Está muy bien que se nos reconozca el trabajo, pero yo creo que los aplausos de las 20 se deberían materializar hacia un reclamo de unas mejores políticas en materia de sanidad pública”, reivindica la médica de familia Txell Puig. La primaria, pero, según las profesionales, no vende ni hace negocio, porque no supone grandes descubrimientos ni altas tecnologías. “Nosotros somos más como hormiguitas, que vamos conteniendo, que sostenemos las angustias, los miedos y los duelos de toda la familia, y hacemos el seguimiento más cercano”, concluye Puig.


