Los verdugos del pequeño patrimonio suelen ser los propietarios, inmisericordes, siempre amantes de su propio beneficio. Durante todo el siglo XX el Baix Guinardó fue el Far West en miniatura, con campos y cursos fluviales. Esta acertada metáfora de Juan Marsé sirve asimismo para explicar el proceso de liquidación, a cámara lenta, del Torrent de Lligalbé.

Desde el inicio de esta serie intento examinarlo lo máximo posible. La prospección al aire libre me ha ayudado mucho, más aún al estar en esta extraña época, pues entre el silencio y la soledad del lugar he podido comprenderlo mucho mejor. El otro gran e inevitable apoyo han sido las escasas fotografías disponibles del Novecientos; en una de ellas se aprecia con nitidez su entrada cortada, como decía en la primera entrega, por la sucesora de la residencia de ancianos Sant Josep Oriol. Un pequeño muro surrealista, con la ronda Guinardó de entonces a punto de caramelo, nos exhibe cual podía ser su trazado desde el desaparecido carrer de la Bona Sort.

Si volvemos a los propietarios, todas las piezas deben encajar con precisión, resolveremos más dudas. El 8 de junio de 1911 fundaron la junta de Lligalbé y Manso Casanovas. Entre los presentes estaban algunos apellidos de relumbrón de la zona como Fargas de Casanovas, hijo de los latifundistas de Font d’en Fargas, García Faría o Utset. Uno de sus primeros presidentes fue Josep Ciurana, muerto el 22 de noviembre de 1914, y poseedor de tierras en su homónima calle, a pocos metros del inicio del torrent, con una serie de viviendas con jardín construidas durante los años veinte para personas de humildes medios.

Mapa del torrent de Lligalbé l’any 1935

Esta junta era ambiciosa y tenía claras sus ideas. En julio de 1916 organizaron una visita de la barriada para el Marqués de Olérdola, con Pere Fargas, no iban de broma, como anfitrión. Le pidieron subsanar el completo abandono y conectarse al Eixample mediante el carrer de Sardenya para, asimismo, tener un acceso directo al Park Güell, no sin reclamarle ampliar el carrer Providència para así enlazarse con Gràcia, sintiéndose siempre la zona más cercana a la Vila, pese a tener más extensión al otro lado, con el cruce de Mas Casanovas y San Quintín confinando con el Guinardó. En el otro hemisferio los campos eran mayoría y ni siquiera existía como tal l’avinguda de Pi i Margall.

En lo concerniente al torrent de Lligalbé el debut de su lenta agonía puede cifrarse entre finales de los años diez del Novecientos y los balbuceos de los veinte. En 1918 su agua brotaba desaforada en su confluencia con el carrer de la Bona Sort y se reclamó una reja para remediarlo. Entre 1921 y 1924 las referencias a deslindes para acotarlo son abundantes.

El trecho entre Travessera de Gràcia i la neófita Llorens y Barba, Bergnes de les Casas y Lepanto no tuvieron muchos reparos en reconfigurarlo, y aún menos Manuel Boné, quien en agosto de 1924 solicitó el permiso para edificar siete casas de bajo y pisos, concediéndosela el Ayuntamiento una vez delimitó la parcela con nuestro protagonista, y así fue como hasta más o menos 1975 el passatge de Boné fue una de las fronteras físicas del Lligalbé, retrasándose por sus avatares la crecida de Lepanto, culminada cuando la ronda del Guinardó dejó de ser un proyecto para arrasar con todo ese magnífico urbanismo rural.

Vista del passatge de Boné i vista del Lligalbé amb la granja Guillén | Jordi Corominas

A mediados de esa década el barrio sufría unas metamorfosis cruciales. Manuel Boné, fabricante de arpilleras, tendió sus dominios y dio acta de nacimiento a su homónimo pasaje y al de Sant Pere. El primero está sentenciado a muerte a la espera del fallecimiento, como lo leen, de los ancianos supervivientes de esas casitas con jardín trasero aún detectable, ideal para veladas primaverales, charlas de los adultos o juegos de los más pequeños. Cuando lo derriben con toda probabilidad será engullido por la misma residencia ocupante de un tramo recreativo justo al final del Sant Pere, hasta 1943 con un Jai Alai y más tarde con el centro Estanislao Kostka, esencial desde la catequesis para crear comunidad entre la juventud, con excursiones, proyecciones cinematográficas, partidos de fútbol y acciones caritativas.

Esta revolución se completó con dos pilares. El cuartel de caballería de Girona, en obras desde finales del Ochocientos, se inauguró en el carrer Lepant en 1921. A su alrededor se tejió la más impresionante labor de las cooperativas militares, con una manzana de hermosas casas con jardín, de las cuales sólo sobrevive una en el 378 de travessera de Gràcia. La presencia del ejército ayuda a entender el porqué de tanto nomenclátor cercano con alusiones a batallas o proezas bélicas, de Castillejos a Padilla hasta alcanzar la omnipresente Lepanto o Dos de Mayo.

Justo encima se instaló desde 1923 el estadio del C.E. Europa, uno de los diez equipos de la partida en la primera edición de la Liga. Se mantuvo en División de Honor hasta 1931, cuando, acuciado por las deudas, debió abandonar el campo para, poco después desaparecer, manteniéndose en la brecha por su escuadra amateur. El Europa, ahora más identificado con Gràcia, se trasladó al campo del carrer de Sardenya en 1940. Mientras tanto siguieron desarrollándose lances de la U.E. Gràcia, y en 1942 el señor Mostajo planteo un velódromo para completar ese recodo. La cancha colindaba con el passatge de Sant Pere.

La última vista del torrent de Lligalbé | Jordi Corominas

En 1928 la Junta insistió con el inexistente transporte público y, al menos, quizá como consecuencia de la Exposición Internacional de 1929, todo el entorno obtuvo luz eléctrica. La integración con Barcelona era un hecho, y ello repercutió también en las noticias, pues en el Lligalbé poco o nada de interés acaeció salvo la cotidianidad, salpicada en verano de 1929 por el episodio de los hermanos falsificadores de moneda. José Pau y Cayetano Font usaban panes de metal, depositados en pucheros, y después fusionaban ese tesoro para tener rubias, escondidas en sus domicilios de Lligalbé y Sant Climent, la actual Rosalía de Castro. Sus esposas los ayudaban y ahora, visto con perspectiva, hasta resulta graciosa esta trama con el vil metal ocultado en sus vergeles. Les embargaron los domicilios y después, como suele suceder con la pequeña delincuencia, nada más se supo.

A principios de los años treinta la Junta de propietarios mostró su chaqueterismo sin complejos. En 1929 no vacilaron en rendir homenaje al Baró de Viver, alcalde condal, y en 1931 lo replicaron con Francesc Macià, president de la Generalitat republicana.

No nos hemos olvidado del torrente. En 1932 perdió fuerza ante otro gigante próximo, el Hospital de Sant Pau, robándole un cachito para sus pabellones de enfermos y pobres, donde antes había una huerta. En 1933 se expropió la masía de Cal Notari, alimentada por el líquido elemento del Lligalbé, en la manzana de Rosellón, Padilla, Provenza y Lepanto, casi contigua a la Sagrada Familia. En 1934 el nuevo nomenclátor republicano informa de la longitud del arroyo, marcándolo entre el camino de la Legua y el carrer de Mallorca. La Guerra Civil, junto a la demencia urbanística de los vencedores, nos conducirá hacia el adiós de este símbolo ignorado.

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